30 nov 2010

La suerte no me sonríe, se caga de risa en mi cara

Yo creo en la suerte… Mejor dicho, creo en la mala suerte, ya que le vi la cara de cerca varias veces.
No confundan, no soy de esos casos extremos, que salen a la calle y automáticamente le roban, los mea un perro y se les cae un rinoceronte africano en la cabeza (todo con una diferencia de segundos). No, lo mío es más sutil… más por el lado de la suma de pequeñas cosas. Todo esto me rompe un poco las pelotas, pero no me impide seguir con mi vida. Para resumir, si la vida fuera un partido de poker, diríamos que la suerte esta de mi lado, pero solamente para decirle a los otros que cartas tengo
Con todo esto, yo estaba seguro que era alguien con mala suerte, hasta que conocí a Constanza.

Volvía caminando a mi casa, puteando internamente porque con 15 años era muy pendejo para manejar. Y, para colmo, las puteadas se mezclaban con los huevos, que se me habían subido a la garganta por tener que cruzar la vía del Sarmiento a las 4.40 de la mañana a la altura de estación Flores.
Habiendo superado la plaza, que con la iluminación nula que tenía en el ‘95 era más peligrosa que Kosovo, deposite mi tierno y virgen orto en mis manos y me dispuse a cruzar. Entonces sucedió lo impensado: casi a las 5 de la matina de un domingo la barrera se bajó y empezó a pasar un tren.

Estaba puteando mi suerte hasta en rumano, cuando escuché una voz por lo bajo

Chica
Esto es mi culpa

Si antes tenían los huevos en la garganta, en ese momento se me fueron sin escala a los pómulos. Sentí esa sensación adrenalínica en el cuerpo, como cuando sabés que ya está… te la dieron.
Imaginen mi alivio cuando, de entre las sombras, apareció una chica de flequillo de unos 16 años. Era linda, pero con cara de tristeza. Por su ropa adiviné que venía de bailar.

Marian
Uy disculpa, pero no te vi y cuando hablaste me cagué en las patas

Chica
No disculpa vos. Es mi culpa que nos haya agarrado la barrera

Marian
¿Por qué?

Chica
Porque si. Es mi suerte, bah, mi mala suerte, que de vez en cuando salpica a los demás

Marian
No te creas, mira que yo también estoy bastante meado por los Brontosaurios

Chica
(risas)
¿Alguna vez se te cayó encima un balde de pintura de una obra en construcción justo cuando estabas por entrar a tu cumpleaños de 15?

Marian
(risas)
¿Me estas jodiendo?

La charla siguió y ya no tuve miedo de cruzar la vía. Tampoco tuve miedo de acompañarla hasta la casa todo el camino, incluso cuando efectivamente nos la dieron media cuadra antes de su puerta. Ella se volvió da disculpar, diciendo que era su suerte. Yo la consolé asegurándole que caminar a esa hora por esa zona era pedir que te afanen a los gritos y después la distraje puteando acerca de la fiaca que daba tener que hacer el DNI nuevo.
Esa noche me fui a dormir con un número de teléfono anotado en la palma de la mano

Con Constanza salimos tres veces y no puedo decir que la haya pasado bien. Era linda y simpática, pero muy negativa. Además, promediando la primera salida, empecé a sospechar que lo de la suerte tenía su fundamento
La pasé a buscar y caminamos hasta la parada del colectivo. Cuando estábamos a media cuadra vimos como se iba uno. El siguiente tardó varios minutos en venir, durante los cuales, de la puta nada, se largó a llover. Y cuando finalmente apareció, el colectivero freno mal por el asfalto mojado y tocó a un taxi que estaba parado en el semáforo. Colectivero y tachero terminaron agarrándose a piñas y todo eso llevó a que tengamos que esperar otro más. El resultado: llegamos tarde al cine y nos quedamos sin entradas.
Volvimos a su casa comiendo un helado, aunque no conseguimos del sabor que queríamos.

Durante la segunda salida fuimos a un Pumper Nic (uno de los pocos que quedaban en ese entonces). Entramos y automáticamente ella se pegó un resbalón insólito y cayó dándose la cabeza contra el suelo. Medio local pudo escuchar ese sonido tan característico que hace la cerámica cuando golpea el cráneo humano.
Dos segundos después vimos aparecer a un pibe granoso de unos veintitantos, debajo del brazo llevaba un caballete de plástico que rezaba “¡Cuidado! Piso mojado”
A Constanza la acompañe de vuelta a la casa porque estaba mareada.

Dos semanas después, cuando se le pasaron los vómitos nocturnos y los mareos, nos dimos cita por última vez. Probablemente fue la salida más corta de mi vida.
Para minimizar los riesgos ella sugirió que fueramos al bar de la vuelta de su casa. Yo acepté, con la esperanza de poder robarle un beso sin sabor a Kinotos al Rhum o aliento a vómito. 
Sin embargo, apenas entramos al bar, un titilante tuvo de luz se desprendió. Pero no se soltó del todo, cayendo directo al piso, sino que se aflojo primero de un costado, por lo que hizo un efecto péndulo que, en su mismo clímax de impulso, se encontró con mi frente.   

Me senté en una silla mientras el dueño se deshacía en disculpas y me alcanzaba algo para que parara el sangrado.
Constanza se sentó a mi lado con aire tierno

Constanza
Marian, la verdad que sos un lindo bárbaro, pero no podemos seguir saliendo.

Marian
¿Por qué?

Constanza
Nuestras salidas son cada vez más desastrosas. Siento que cuando estoy con vos mi mala suerte se amplifica.

Amagué a responder, pero sabía que no tenía caso. A través de dos hilos de sangre vi como ella se inclinaba para darme un último beso, ese beso que yo quería, ese beso con sabor a beso.

Mientras una enfermera gorda de la guardia del Álvarez me daba dos puntos en la frente no pude evitar ponerme a pensar en esas tres salidas.
Lo que había pasado con Constanza no era cuestión de mala suerte, sino de mala sincronía. Si hubiéramos llegado dos segundos antes a la parada, o dos segundos después al bar o al restaurante, tal vez las cosas hubieran sido de otra forma.
Constanza y yo no habíamos encontrado el momento para estar juntos y eso había sido nuestra verdadera mala suerte.

PD: mientras escribía este post (FUERA DE JODA) se me colgó la compu y tuve que empezar de nuevo de cero. Con esto me pregunto: Constanza ¿Tenés mala suerte o directamente sos yeta?

 






10 nov 2010

No hay peor ciego que el boludo

Tengo la teoría de que los humanos somos inherentemente boludos. En más de una ocasión incluso llegue a proponer cambiar la frase “Pienso, luego existo” de Descartes por “Soy boludo, luego existo”.
Y con esto no me refiero a la boludez común y corriente, como podemos encontrar en gente del calibre de Karina Jelinek, sino a algo peor, mucho peor: nuestra capacidad para cegar nuestra percepción… comparable bastante con la calentura.
Pero a no confundir eh!, no me refiero al sexo, sino a la calentura común y corriente. Esa que te hace comprarte una remera y darte cuenta que estaba agujereada recién cuando llegas a tu casa. La que no te deja ver cosas obvias que, por alguna razón, bloqueas.

Algo parecido me paso con Jessica. Salimos 4 o 5 veces hará unos 4 años. Fue una de esas pocas chicas que conocí en un boliche un sábado a la noche. Me acuerdo perfectamente ver a esa piba morocha de ojos claros, bailando con sus amigas.
En ese momento yo estaba haciendo la estrategia del “carroñero” la cuál consiste esperar hasta las 5 para encarar, horario en que las chicas que todavía están solas ya bajan sus estándares y, si a eso le sumamos que vienen tomando alcohol desde las 12 de la noche, las posibilidades de un pibe como digamos…mmm yo, aumentan. 
Fue así que esperé hasta que llegó el momento de hacer la movida. Me le acerque despacio y mirándola fijo. Creó que llegué a musitar un hola, pero no importó. Ella con gran vehemencia se dio vuelta y atacándome ferozmente con un aliento a tequila y frizee capaz de quemar un bosque me dijo

Jessica
Ah bueno. ¿Vos me queres chamuyar a mi? Salí de acá, a vos no te entro NI EN PEDO

Es común escuchar esa frase pero escucharla de alguien que esta efectivamente en pedo la tiñe de un nuevo matiz de realidad. Es desmotivante x desmotivante, bah, es desmotivante al cubo digamos.  
Como reflexionó más tarde mi amigo Jorge, es lo segundo más bajón que te puede pasar en un boliche. Lo primero es que una mina te rebote y horas más tarde verla a los besos con un tipo más feo que vos.
Esto último por suerte no pasó. Es más, a la hora y media la morocha estaba a los besos, pero conmigo. Aparentemente en pedo no me entraba, pero recontra-reempedo si.

Al otro día me desperté en su casa. Por lo que había entendido de sus balbuceos borrachos era del interior y vivía sola en un dpto en Palermo.
A los diez minutos se despertó ella y no tardé en notar que no tenía ni puta idea quién era yo. Después de un rato de charla me invitó sin mucha cortesía a irme, por no decir que me dio un boleo en el orto.

Una semana después estábamos con mis amigos yendo a un boliche. Yo, asumiendo que no iba a volver a verla, estaba preparándome de vuelta para una noche de carroñero cuando me suena el celular. Era Jessica enfiestadísima y hablándome a los gritos, diciendo que fuéramos para el boliche dónde estaba ella.
Me sorprendió recibir su llamado. En parte porque no pensé que quisiera volver a verme, y en parte porque, cuando le había pasado mi número la semana anterior, estaba en un estado de ebriedad tal que hubiera sido imposible para cualquier ser humano manipular un celular. Había algo que parecía no estar en su lugar, pero bueno…
Demás esta decir que poco me costó convencer a mis amigos para ir a encontrarnos con ella. Es un viejo código masculino: “Si un amigo tiene chances de ponerla todos vamos a hacer lo posible para que tenga éxito”. Y tuve éxito

Un sábado después yo decidí buscarla a ella. Entonces, durante nuestras respectivas previas, empezó el baile de los mensajes de texto. Al principio me contestaba cortante y con poca onda, pero a medida que fueron pasando las horas y los mensajes logré convencerla de encontrarnos en un boliche.

Así de informal y caótica siguió la cosa por dos semanas más. Por momentos me rechazaba como si le hubiera prendido fuego a su perra y por otros se me tiraba encima como una loba hambrienta (jajaja, siempre quise usar esa comparación de película porno). Sin embargo toda la cosa no dejaba de hacerme ruido

A la semana siguiente desapareció. Le mande mensajes y la llamé, pero por una varios días no supe nada de ella.
Un sábado a la tarde, de la nada, me llamó y dijo de ir a tomar algo. Tres horas después estábamos sentados en un bar de barrio norte. La conversación fluyó y fue mucho más corta de lo que yo pensé.
                                                          
Marian
¿Dónde anduviste estos días?

Jessica
Fui a visitar a mi familia en Paraná. Salí medio a las corridas y no pude avisarle a nadie

Marian
Pero… ¿surgió algo urgente o grave?

Jessica
No no. Mi vieja quería hablar un par de cosas conmigo. Decía que eran importantes. Ajustes de actitud y cuestiones de vivir sola. Cosas de madre…

Hablamos media hora más hasta terminar lo que habíamos pedido. De vuelta tenía esa actitud de rechazarme, por lo que casi no me sorprendió cuando sugirió que no nos volvamos a ver. Esta vez sonaba más definitivo que nunca.

Después, diciendo que era mejor que cada uno se vaya por su lado, se paró y me dejo sólo en la mesa, mientras esperaba que vinieran a cobrarme. Fue entonces cuando lo vi. En el lugar donde había estado sentada Jessica había un vaso de licuado de banana casi vacío.
Las fichas empezaron a caerme una tras otra, como si alguien me hubiera sacado la venda, o como si me hubieran pegado un cachetazo al grito de “A ver si te avivas pedazo de pejerto”

Todo cobró sentido: la manera en que nos conocimos, las juntadas en boliches siempre tarde, la manera en que la convencí de vernos ya avanzada la previa y porque toda la historia con ella me hacía tanto ruido… No era que ella no me entraba ni en pedo, era todo lo contrario, ella sólo podía entrarme en pedo. Borracha se me venía encima como gorda a pote de dulce de leche; pero sobria me rechazaba como… anoréxica a pote de dulce de leche.

Mientras dejaba en la mesa la virginidad anal por un puto licuado y un vaso de cerveza, pensé en algo que me había parecido poco importante durante la charla: “mi vieja quería hablar un par de cosas… ajustes de actitud…”. Jessica había prometido que iba a dejar de tomar y por eso me había dejado. Me alegré por ella, pero me puse triste por mí. Había tardado demasiado en ver lo que no quería ver… había sido un boludo. 

2 nov 2010

Ser o No Ser... de Puto

Nunca cuestione mi hombría ni mi masculinidad. Soy prolijo y cuido mi apariencia, aunque no de sobremanera. Me baño todos los días, me emprolijo la barba un par de veces por semana y me corto el pelo unas 5 o 6 veces por año. En mi opinión eso el punto medio más sano entre el tipo sucio que va por la vida con “olor a macho” y el metrosexual que usa un arsenal de productos cosméticos.

Ahora, que hay mujeres que buscan los extremos, no voy a negarlo. Es más, la vida me lo enseño hace unos nueve años, cuando por dos meses salí con Lucía.

La conocí en uno de esos lugares dónde uno no espera conocer mujeres. Yo tenía 21 años y empezaba a descubrir cierta independencia económica, por eso decidí comprarme un auto usado, como para sacar a pasear esa sensación de libertad y materializarla en un Fiat Uno Azul
La combinación entre inexperiencia e ignorancia absoluta dio como resultado un auto de mierda, que me dejaba a pata cada dos por tres. Cansado de atarlo con alambre, un día decidí llevarlo al mecánico.

Llegué y ahí estaba Lucía, ocupando el puesto menos pensado. Todo taller mecánico que se jacte de ser tal cuenta con tres personas:
1. Un mecánico viejo que sabe que le pasa al motor con solo escucharlo
2. Uno joven que esta aprendiendo del viejo
3. Un gordo en una banqueta que ceba los mates y que habla de todo menos de autos.

En este caso el papel número 2 resultó estar ocupado por una morocha flaquita y muy linda, de unos 23 o 24 años. Cuando la vi parecía bajada de uno de esos calendarios de carburadores berretas que suele haber en las gomerías.
Salió de debajo de un taxi completamente hecho bolsa y caminó hasta mí manchada de grasa y sudor, per con un aire muy femenino. Don Silva, el mecánico, nos presentó

Don Silva
Lucía, este es Mariano. Es el pibe de Héctor, ¿viste ese que es cliente mío hace 15 años?

Marian
(Extendiendo la mano)
Mucho gusto

Lucía
(Eludiendo la mano y pegándome una piña amistosa en el hombro)
¡¿Qué hacé’ fifi?¡

Me descolocó completamente. Era como hablar con uno de mis amigos. Charlamos un buen rato del auto y de los problemas que tenía. Me dijo que era un “gil” por no haberlo revisado bien, que por ese precio era obvio que me iban a cagar y que eso me pasaba por “ratón”.

Mientras don Silva me revisaba a fondo el motor y el “Gordo Tuerca” me pasaba unos amargos seguimos la charla con Lucía. Me anoté un par de porotos al decir que era de River y que me gustaban Los Redondos. Ella me mostró el escudo que tenía tatuado en el antebrazo y me comentó que tenía tatuada una PR, pero en un lugar que “no daba” mostrarme en ese momento. Agarrándosela al vuelo le dije que entonces me lo podía mostrar en otro momento y otro lugar.
Antes de que me diera cuenta habíamos charlado más de una hora. Al final me dijeron que el auto iba a estar para dentro de dos días, y arreglamos con Lucía que, cuando lo arreglaran, salíamos a probarlo juntos.

La primer salida empezó con tropezones. Antes de salir para el taller me pegué una ducha para sacarme la mugre del día y me tiré un poco de desodorante.
Pasé a buscarla y subimos al auto. Automáticamente me llegó un fuerte olor a chivo… empezaba a temer que fuera Lucía cuando esta dijo

Lucía
Uuuuf.. ¡Que baranda!. Te bañaste en perfume hijo de puta. Jajaja sos peor que una mina

De vuelta me descolocó completamente. De hecho, los dos meses que salimos fueron una descolocada tras otra.
A lo largo de ese tiempo descubrí que para ella era de puto: tomar cerveza que saliera más de 5 pesos, manejar a menos de 80, usar desodorante, bañarse más de tres veces por semana, comer la pizza con cubierto, no agarrarse a piñas con los que insultaban al Indio o a Ramón Díaz, no saber nada de autos, que no te interese el no saber nada de autos, no ir a la cancha todos los domingos (juegue donde juegue), ver películas que no involucren explosiones y a Steven Seagal rompiendo cuellos, escuchar cualquier música relacionada con los años ochenta que no sean Los Redondos, no bancarse un cuarto toc-toc de vodka a las 4 AM después de haber tomado 12 litros de cerveza entre dos, no correr para plantársele a un gordo que iba caminando a 5 cuadras con la remera de boca puesta… etc. En resumen, durante esos dos meses descubrí que era más puto de lo que jamás me hubiera imaginado.

Demás esta decir que se aburrió y terminó por cortarme. Ella necesitaba a un hombre de pelo en pecho, de esos que tocan culos en los colectivos y les chupa un huevo cagarse a trompadas a la salida de los boliches. Y esto no lo digo yo, sino que fue literalmente lo que dijo Lucía el día que me dejó.

Unos meses después volví al taller por otro problema con el Uno. Ahí me enteré que Lucía no estaba, había ido a Santa Fe a ver Colón-River con su nuevo novio.
Mientras el “Gordo Tuerca” me pasaba un amargo que quemaba como la puta madre, me puse a pensar que “macho” no es el que se traga el mate hirviendo sin poner caras, sino el que se lo traga sin miedo a que los otros vean como los ojos se le ponen llorosos.
Le devolví el mate al gordo y me fui sonriente, pensando que Lucía hubiera escuchado ese pensamiento seguro le habría parecido de puto.

PD: Y si leyera el blog seguro le parecería de recontra re puto