29 mar 2011

El Asiento Vacío

Una de las cosas más raras que tenemos las personas es que solemos desconfiar de lo que es bueno. Lejos de aquel dicho del caballo regalado y los dientes, cualquier cosa que es excelente y a la vez fácil o barata nos genera dudas.
Si vemos un artículo barato inmediatamente empezamos a buscar desperfectos, fallas o manchas de sangre que justifiquen el precio. Todo lo bueno de esa oportunidad queda cubierto por la sombra del “Por algo debe ser…”

Verónica provocó exactamente esa reacción en mí.  Primero me pareció demasiado bueno ver a una chica hermosa sentada sola en la mesa de un boliche. Después me pareció más increíble aún que me mirara constantemente. Y lo fue todavía más cuando me acerqué y - en lugar de empezar a gritar que un sátiro con el corte de Damon Albarn la estaba atacando- me invitó a sentar.
Hablamos toda la noche. Era inteligente, linda, divertida, simpática... en resumen, era PERFECTA.  Esa noche volví a mi casa con un par de besos, un número de ICQ -en plena decadencia allá por el 2002- y una dirección de MSN -en pleno ascenso-.

Sin embargo al día siguiente algo me empezó a hacer ruido. Verónica era perfecta, pero si eran taaan perfecta ¿Por qué estaba sola? ¿Por qué no estaba con un alguien como ella pero hombre, con la facha de Brad Pitt y el carisma de Mick Jagger?
Una chica como ella no podía estar sola. Es como subir a un colectivo lleno y ver que no muy lejos del fondo hay un asiento vacío. Al principio pensas “Soy el único que se dio cuenta”, pero después empezás a desconfiar y caminas a ese asiento esperando encontrarte con que está mojado, o que hay un terrible charco de vómito en el piso. Por una razón lógica te cuesta pensar que se asiento simplemente es la rareza que es: un asiento vacío en un colectivo lleno.

Con una mujer así de perfecta pasa lo mismo. Su perfección se ve ensombrecida por ese “Por algo debe estar sola” que tratas de no pensar, pero que no podes sacarte de la cabeza. Más si sos un boludo como yo, que en lugar de disfrutar se la pasa buscando cuál es el problema con una chica como Verónica.

Así pasaron las salidas, y una a una fui descartando posibilidades. No tenia mal aliento; no era sucia; no era histérica ni ciclotímica; no tenía a su melliza no desarrollada en forma de feto colgando de su sobaco; salimos una noche de luna llena y no se convirtió en lobo, ni trató de comerme; no tenía ninguna perversión extraña; cuando una vieja la empujó en el colectivo no le pateó el bastón para tirarla y después pisarle la cabeza, sino que me miró como diciendo “Y que le vas a hacer… es una pobre vieja”.
Después de estar juntos por primera vez me dormí y cuando desperté no estaba en una bañadera llena de hielo con una sutura en el lugar donde había estado mi hígado. Estaba en la cama, con ella dormida tranquilamente al lado mío.

Incluso llegué a ir a la casa, esperando encontrarme con un grupo de gente en toga sacrificándole un cordero al dios babilonio Marduk en un altar de plata.
En lugar de eso me encontré con un hermano mayor de 26 años, que estaba fumando un pucho y tocando la viola mientras descansaba de estudiar Psicología… y al que encima no le jodía para nada que me volteara a su hermana en la pieza de al lado mientras él se rompía la cabeza tratando de entender a Lacan.

El problema finalmente apareció, pero por otro lado. El común de las personas, una vez que comprobó que el asiento no tiene nada de malo, se sienta, se relaja y disfruta del viaje. Pero yo por alguna razón no pude. En ese momento me putié a mi mismo hasta en arameo, pero hoy se que mi cabeza es sabia.
Estaba tan acostumbrado a estar meado por los Brontosaurios –en cuanto a lo que relaciones respecta- que no podía dejar de mirar para arriba, esperando que por la ciudad apareciera un bicho al mejor estilo Godzilla, asustando a todos para abrirse paso hasta mí, levantar la patita y descargar un gran y sostenido chorro de pis.
Por eso no podía relajarme, no podía meterme de lleno en la relación. Estaba constantemente a la defensiva, probándola con conversaciones que hoy me parecen muy, pero muy boludas

Marian
En la facultad estamos leyendo un par de cosas de Nietzsche

Verónica
Ah mira vos. Y que tal ¿Es difícil? 

Marian
Nietzche era judío

Verónica
(Descolocada por el comentario)
¿Nietzsche no esta en contra de toda religión?

Marian
(levantando la voz paulatinamente)
No se. ¿Por qué decís eso? ¿Tenés algo en contra de los judíos? ¿Sos antisemita?


Sin sentidos como éste se repitieron varias veces. Eventualmente Verónica se empezó a hinchar las bolas y tenía razón. Yo actuaba cada vez más raro y era claro que no me estaba metiendo de lleno en la relación.

Por fin -una noche en que nos senté a propósito al lado de un nene chiquito en el cine para ver si ella se calentaba y lo mandaba al nene a la puta madre que lo parió- se cansó de toda la situación.
Yo me sentí un poco aliviado, había pasado nueve semanas tratando de encontrarle algún error sin éxito, algo no estaba del todo bien.

Me costó unos años más darme cuenta de que Verónica en realidad no era perfecta en todo sentido, sino que simplemente era perfecta para mí. Las cosas que hablaba a mi me parecían muy interesantes, pero a otro tal vez le parecerían aburridas. Me gustaba su humor, pero otro podría tranquilamente considerarla una pelotuda. Y así con todo… su cara, sus ojos, su pelo, su olor… todo.

La pregunta es ¿Por qué no quede hecho mierda después de que me dejo una mujer perfecta? Como dije antes, mi cabeza es sabía, y como estaba esperando que el pis de Pterodáctilo descendiera sobre mi como una calida lluvia de verano, jamás me entregué de lleno a la relación. Sabía que ella era perfecta, pero aún así no había llegado a idealizarla. Me había salvado, al menos por esa vez.

PD: O, en palabras de mi hermana, “Sos un cagón que auto sabotea todas las relaciones que le pueden llegar a hacer feliz. Por eso te mereces estar solo como un pelotudo”.
Personalmente prefiero mi versión de las cosas, pero ésta también vale.

13 mar 2011

La N° 74

Como ya comenté en un post anterior, Paula ya empezó a salir con alguien más y no la juzgo. Principalmente porque sería hipócrita de mi parte, teniendo en cuenta que yo tampoco me quedé quieto llorando en un rincón desde que ella se mudó.

Melina es una compañera de laburo que conozco desde que yo entré a trabajar, hace año y pico. Siempre congeniamos bien y hubo siempre cierta onda, pero había una total falta de coordinación. Cuando yo estaba libre ella estaba con alguien y viceversa. En resumen, siempre nos habíamos tenido algo de ganas, pero nunca se concretó.

Aún mientras yo salía con Paula histeriquiamos constantemente. Usualmente eran palos sutiles, del estilo yo te elogió el nuevo corte de pelo y vos me agarrás la corbata y me decís que me queda muy bien.  
Siempre tratamos de mantener el perfil bajo, porque no queríamos que se arme quilombo en la oficina por culpa de algo que ni siquiera estaba pasando. Yo siempre traté de ser sutil al estilo

Marian
Meli, sabes que hoy vi una piba en el bondi que era idéntica a vos

Melina
¿Posta? ¿Era linda, simpática e inteligente?

Marian
(riéndose)
Simpática e inteligente no se, pero linda era seguro

(Silencio incómodo)

Usualmente ella es igual, aunque en algún que otro after office se le soltaba la cadena después de un par de birras

Melina
¿A dónde vas?

Marian
Al baño ¿Por qué? ¿Querés acompañarme así chusmeas?

Melina
Y, ganas no me faltan.
(estirando el brazo)
 Aunque para que pararme si puedo palpar y listo

Marian
(corriéndose para atrás)
Ja, portate bien.

Y así fueron más o menos las cosas hasta la fiesta de fin de año del laburo. Como era diciembre yo ya había hecho un justo velo de tres meses por mi ruptura con Paula, así que me sentía libre y renovado. Además sabía que Melina había pateado a un tal Cristian hacía un par de meses, por lo que tenía todas las de ganar.

Trabajo para una empresa no muy conocida, pero que mueve mucha guita, así que las fiestas de fin de año suelen ser un descontrol de comida y alcohol. A eso súmenle que suelen traer bandas más o menos conocidas a tocar en vivo, así que la palabra “fiesta” no podría estar mejor aplicada.
Llegué un poco tarde y me culpé al tránsito, a pesar de que había sido totalmente intencional. Melina estaba sentada en una de las mesas con el gordo Ramírez y Mirta (nuestra supervisora). En cuanto me vio llegar se levantó para saludar

Melina
(al oído de Marian)
Menos mal que llegaste. Entre la cara de orto de Mirta y los intentos de chamuyarme del gordo no podía más.

Sonreí y nos sentamos. La noche paso un poco lenta. Melina y yo prácticamente no hablamos, ni siquiera nos miramos mucho. En parte porque los dos nos queríamos hacer los difíciles con el otro y en parte porque ya no teníamos mucho más que decir. De alguna forma, los dos ya sabíamos lo que iba a pasar y las palabras no sumaban mucho… Todo lo que se podría haber dicho ya se había dicho en el último año y medio.

Al fin llegó el momento más aburrido de la noche y vi oportunidad. Todos los años, poco antes de que toque la banda, se hace algo que llaman “El Brindis de Los Gerentes”. Si, suena tan aburrido como es, ya que implica que todos los gerentes de todas las secciones se paren y brinden uno por uno. Teóricamente es algo de motivación, para reconocer las mentas alcanzadas, pero la verdad es que es algo terriblemente tedioso y aburrido. Y lo más importante de todo: a absolutamente todos los empleados nos chupa un huevo lo que tengan para decir.

En fin, viendo lo que se nos venía encima, le hice una seña a Melina para que me siga. Hicimos una rápida escala en una mesa casi vacía para robarnos una botella de champagne y salimos a una especie de patio que había en el salón.
Hablamos cinco minutos y le comí la boca. Mientras la besaba sentía una especie de fuego en el estómago. Me daba cuenta que estaba haciendo algo que hacía mucho que tenía ganas de hacer y que ni siquiera me había dado cuenta.

Esa noche nos fuimos juntos en su auto. Cuando llegó a mi casa estacionó y nos quedamos ahí hablando. No la invité a pasar en ningún momento, y se que estaba bien, porque sabía que ella no hubiera pasado.
Charlamos más de dos horas y estuvimos de acuerdo en dejar todo en stand by hasta después de las vacaciones, para no complicarnos. Nos dimos un par de besos más y me bajé del auto.

Entre el laburo y unos tristes 10 días de vacaciones el verano pasó. Cuando terminó febrero yo asumí que el período “vacaciones” que habíamos acordado ya había terminado, pero decidí esperar una semana más. A mitad de esa semana ella se me acercó y me invitó a salir. Me gustó que tenga iniciativa y obviamente dije que sí.

Ayer fue nuestra segunda salida. Por ahora todo parece ir bien. Con esto cualquiera pensaría que ya está, que un clavo saca otro clavo y que la catarsis se acabó. Sin embargo acá estoy, escribiendo y pensando que nunca antes me fue tan necesario.