14 sept 2011

El Bigote Postizo (Parte II)


Hubo dos cosas que me llevaron al extremo absoluto.
La primera es que, sumado a lo linda que era de forma natural, empezó a entrar en juego cada vez más y más la “Adrenalina Víncular”. Esta expresión –que robé de acá porque me gustó mucho- se usa para referirse al morbo extra que agrega el hecho de que la mina que te está buscando tiene una relación, un vínculo, con un amigo tuyo. Esto cuenta para hermanas, primas, alguna tía joven y, por supuesto, novias.
La segunda fue la forma en la que ella se empezó a comportar conmigo. Me empezó a tomar como su “amigo”. Y pongo las comillas porque no me trataba como si fuera un amigo común, sino como las mujeres tratan a un amigo gay.
Para los que nunca vieron como es la situación, se las resumo. Las chicas con los amigos gay se desinhiben. Los tocan, se les tiran encima, los refriegan, los apoyan y le cuentan de todo, con lujo de detalles. Todo esto sin ningún tipo de problema, porque a su amigo no le mueve un pelo todo eso.
De más está que a mi si me movía muchas más cosas que el pelo. Y el detalle de que todo esto estuviera pasando más o menos a las espaldas de Manuel me daba a entender que ella lo tenía muy en claro eso.

Y así, con todo eso, me la seguí bancando, hasta una noche que me superó totalmente.
Yo sabía que Victoria y Manuel venían medio mal últimamente, porque ella me lo había comentado varias veces.
Esa noche me llamó, diciendo que quería hablar conmigo, porque se habían peleado con Manuel. Yo trate de no aceptar. Los dos solos, en su casa, ella medio despechada… esa situación es como ver a un viejo en bikini entrando a un bar con un rifle en la mano: sabes que todo se va a ir al carajo, pero no estás seguro exactamente cómo.
Al final insistió tanto que no me quedó otra.

Llegue, para complicarla, estábamos completamente solos. Pasé, nos sentamos en el sillón – pegados en un sofá de dos cuerpos- y empezamos a hablar.
La primer media hora me contó de sus problemas con Manuel. No habían cortado, pero estaban pasando un momento muy malo.
Ahí fue inevitable. El bigote se había vuelto postizo y el pegamento que lo adhería a la cara de Victoria empezaba a despegarse.

Victoria
No sé bien cuál es el problema. Manu es divino y todo eso, pero estoy confundida

Marian
¿Confundida cómo?

Victoria
Confundida con vos.

Marian

Victoria
No me digas que a vos tampoco se te paso por la cabeza

Un “Plum” rompió el silencio incómodo que se había generado. Era el ruido del bigote despegado cayéndose al piso.

Durante los meses siguientes “salimos”. Y ese “salimos” debe ser tomado con pinzas, porque salir, lo que se dice salir, nunca pudimos. Era esa especie de miedo tácito que había a que alguien nos viera… Bueno, eso y las ganas que nos teníamos, que eran tantas que tardamos dos meses de darnos bastante seguido para sacárnoslas del todo.
A cualquiera eso le puede sonar bastante divertido… y bueno, en el durante era copado, como cualquier polvo con una mina que te gusta. Pero el problema era el después, cuando nos quedábamos cayados, pensando en lo que carajo estábamos haciendo y en Manuel.

Era cuestión de tiempo para que alguno de los dos no pudiera más con su conciencia. Por fin, fue ella la que me dijo que necesitaba un tiempo. Quería pensar y decidir si quería terminar con todo eso, o sí quería blanquearlo, dejar a Manuel y quedarse conmigo.

Como en todos los momentos complicados de mi vida, levanté el teléfono y llamé a Jorge. Birra de por medio lo puse al tanto de la situación

Jorge
Loco, sabes que sos un hereje ¿no?

Marian
Si, soy una mierda. Pero viste como vino la situación

Jorge
Si ya se… ¿Y ahora porque estas cagado entonces?

Marian
No estoy cagado, estoy nervioso.

Jorge
¿Estas nervioso porque si blanquea se te pudre todo con los pibes?

Marian
Claro.

Jorge
Bueno, báncatelo. Un hombre de verdad se hace cargo de las cagadas que se manda y más cuando rompes los códigos.


No era ni remotamente lo que quería escuchar, pero tenía razón.
Unos días después hable con Victoria. Me senté delante de ella como un condenado que espera el veredicto del jurado. Casi llorando me explicó que había decidido volver con Manuel.
Respiré hondo y lo acepte. En ese momento supe que me tendría que haber sentido aliviado, pero no fue así. La opresión en el pecho seguía.

Victoria y Manuel volvieron a estar juntos y, según tengo entendido, siguen juntos hasta hoy. Están conviviendo y tienen planes de casarse.
La verdad es que no sé mucho más de ellos. Pocas semanas después de la decisión de Victoria yo empecé a distanciarme de todos. Son esas situaciones sin pelea y sin drama, en las que simplemente dejas de darte con las personas.

Me dije cien veces a mí mismo que era todo por culpa, por haber roto un código tan importante no podía verlo a Manuel a los ojos. 
Tardé un tiempo en darme cuenta que era algo más. Los nervios, el poco alivio que sentí cuando lo eligió a él, las excusas que le repetía a Jorge y a mí mismo, el hecho de no poder verlos juntos. Todo tenía sentido… quería que me eligiera a mí.

Como dije, los códigos entre hombres son vitales para mantenernos seguros a lo largo de nuestra vida social. Evitan que nos caguen a trompadas por buchón o por meternos con la mina de un amigo. Pero muchas veces también nos mantiene a salvo de nosotros mismos, evitando que nos enamoremos de mujeres que no pueden ser, simplemente poniéndoles un bigote en la cara… aunque sea postizo. 

6 sept 2011

El Bigote Postizo (Parte I)

Lo que define al hombre –no “hombre” de “especie” sino “hombre” de “señor con pito”- como ser social, lo que lo condiciona desde el momento en que nace hasta el día de su muerte, se puede resumir en una sola palabra: Códigos
Desde chico te enseñan que hay ciertas cosas que un hombre que se digne de ser tal jamás debe hacer.

Mi primer mentor fue mi abuelo, cuando yo apenas tenía 4 años. Había visto a mi hermana mayor robarse unas galletitas que mi abuela había pedido que no nos comamos. Al verla, corrí inmediatamente a decírselo. El retó a mi hermana y la castigó, pero en cuanto terminó se dio vuelta y me dio una lección que jamás voy a olvidar

Abuelo H
Y vos Mariano también estás castigado

Marian
¿Yo? ¿Por qué?

Abuelo H
Por alcahuete. Un hombre de verdad puede ser muchas cosas, pero nunca un alcahuete

De allí en adelante no paré de recolectar códigos. Aprendí que a los borrachos no se les pega, que a las borrachas no se las coje, que jamás se le escupe el asado a un amigo y que dónde se come nunca, pero nunca se caga.
Todos son importantes, pero el más importante, el que más se tiene que respetar, es la que reza que la novia de un amigo tiene bigotes.  Es la base para mantener cualquier amistad. No importa que venga con un escote matador, o que camine por la playa con una micro-bikini, a la novia de un amigo no se la mira siquiera.
La condena para el que rompe este código es el destierro absoluto del grupo, la famosa “dejada de lado”.

Durante 20 años respeté eso sin problemas, hasta que apareció Victoria.

Todo empezó cuando un amigo –ex amigo- de la facultad nos comentó que llevaba cuatro meses saliendo con una chica que le encantaba. Una rubia, bronceada, flaca, con un lomazo, simpática, divertida, inteligente, etc. etc.
Obviamente nosotros nos burlamos de él, pensando que estaba hasta la recontra maceta con ella y que por eso idealizaba.

Unas semanas después la conocimos, en una juntada en la casa de un amigo, una especie de “fiesta” con más alcohol que comida, de esas que es sabido que terminan con alguno dormido en el sillón y un charco de vómito en el baño.
Yo estaba sentado con un amigo, tranquilo, charlando con dos chicas de la fiesta y haciéndome señas como si fuera el truco para saber si el pretendía darle a la rubia o a la morocha.

Fue entonces cuando sonó el timbre y entró Manuel de la mano con Victoria. Físicamente era exactamente como él la había descrito. Un rápido intercambio de miradas con el resto del grupo bastó para entender que iba a estar jodido respetar la regla de “no mirar”.
Dieron toda la vuelta, saludaron, nos presentó uno por uno con su novia, contento como quién muestra la cabeza de un alce que mató con sus propias manos, orgullosamente colgada arriba de su chimenea. Por un segundo llegué a pensar que se iba a parar arriba de la mesa al grito de “Yo me estoy cogiendo a este camión” seguido de un “Si, la tengo de oro giles” con su correspondiente agarrada de entre pierna. Pero por suerte recién llegaba y todavía estaba sobrio.

La noche transcurrió con bastante normalidad. Gente vino y se fue y yo fui saltando de conversación en conversación, bastante aburrido para ser honesto. Hasta que, alrededor de las cuatro de la mañana, me encontré solo frente a Victoria, mientras Manuel, sentando en el sillón, trataba de mantenerse consciente, sabiendo que si cerraba los ojos probablemente iba a terminar devolviendo hasta el apellido.

Empezamos a hablar como para matar el silencio incómodo. Para esa altura de la noche la gente que quedaba estaba o bien a los besos con alguien del sexo opuesto, o bien demasiado ebria como para que le importe lo que pasaba a su alrededor.
De a poco la charla se fue desenvolviendo, cada vez más fácil y muy pronto dejó de ser un formalismo, para convertirse en algo copado, que ninguno de los dos queríamos que terminara.
No tarde mucho en descubrir que Manuel tampoco había mentido respecto a su personalidad. Victoria era muy dada- por usar una palabra de mi abuela- inteligente y divertida. A la hora  y media de charla ya teníamos chistes internos, como si nos conociéramos de hacía años. Todo parecía fácil… perfecto.

Si, ya se, soy un pelotudo. Pero ojo, que después de eso me quedé en el molde durante unos meses más. El bigote seguía firme en su cara, aunque admito que un poco menos tupído.
En el ínterin incluso salí un tiempo con Fernanda, pero ya saben cómo termino eso.

Con Vicky Nos vimos un par de veces, siempre con muy buena onda. En un principio pensé - tratando de no hacerme la cabeza- que era igual de simpática con todos. Pero me equivoque.
Con el resto de los chicos casi ni hablaba y, lo que es más, en una ocasión Manuel me comentó que el único de sus amigos que le caía bien a Victoria era yo.

Hasta ese punto me mantenía y creía que me la iba a bancar a pesar de que ella tampoco me hacía las cosas muy fáciles que digamos. Pero no tenía idea la que me esperaba.