13 mar 2011

La N° 74

Como ya comenté en un post anterior, Paula ya empezó a salir con alguien más y no la juzgo. Principalmente porque sería hipócrita de mi parte, teniendo en cuenta que yo tampoco me quedé quieto llorando en un rincón desde que ella se mudó.

Melina es una compañera de laburo que conozco desde que yo entré a trabajar, hace año y pico. Siempre congeniamos bien y hubo siempre cierta onda, pero había una total falta de coordinación. Cuando yo estaba libre ella estaba con alguien y viceversa. En resumen, siempre nos habíamos tenido algo de ganas, pero nunca se concretó.

Aún mientras yo salía con Paula histeriquiamos constantemente. Usualmente eran palos sutiles, del estilo yo te elogió el nuevo corte de pelo y vos me agarrás la corbata y me decís que me queda muy bien.  
Siempre tratamos de mantener el perfil bajo, porque no queríamos que se arme quilombo en la oficina por culpa de algo que ni siquiera estaba pasando. Yo siempre traté de ser sutil al estilo

Marian
Meli, sabes que hoy vi una piba en el bondi que era idéntica a vos

Melina
¿Posta? ¿Era linda, simpática e inteligente?

Marian
(riéndose)
Simpática e inteligente no se, pero linda era seguro

(Silencio incómodo)

Usualmente ella es igual, aunque en algún que otro after office se le soltaba la cadena después de un par de birras

Melina
¿A dónde vas?

Marian
Al baño ¿Por qué? ¿Querés acompañarme así chusmeas?

Melina
Y, ganas no me faltan.
(estirando el brazo)
 Aunque para que pararme si puedo palpar y listo

Marian
(corriéndose para atrás)
Ja, portate bien.

Y así fueron más o menos las cosas hasta la fiesta de fin de año del laburo. Como era diciembre yo ya había hecho un justo velo de tres meses por mi ruptura con Paula, así que me sentía libre y renovado. Además sabía que Melina había pateado a un tal Cristian hacía un par de meses, por lo que tenía todas las de ganar.

Trabajo para una empresa no muy conocida, pero que mueve mucha guita, así que las fiestas de fin de año suelen ser un descontrol de comida y alcohol. A eso súmenle que suelen traer bandas más o menos conocidas a tocar en vivo, así que la palabra “fiesta” no podría estar mejor aplicada.
Llegué un poco tarde y me culpé al tránsito, a pesar de que había sido totalmente intencional. Melina estaba sentada en una de las mesas con el gordo Ramírez y Mirta (nuestra supervisora). En cuanto me vio llegar se levantó para saludar

Melina
(al oído de Marian)
Menos mal que llegaste. Entre la cara de orto de Mirta y los intentos de chamuyarme del gordo no podía más.

Sonreí y nos sentamos. La noche paso un poco lenta. Melina y yo prácticamente no hablamos, ni siquiera nos miramos mucho. En parte porque los dos nos queríamos hacer los difíciles con el otro y en parte porque ya no teníamos mucho más que decir. De alguna forma, los dos ya sabíamos lo que iba a pasar y las palabras no sumaban mucho… Todo lo que se podría haber dicho ya se había dicho en el último año y medio.

Al fin llegó el momento más aburrido de la noche y vi oportunidad. Todos los años, poco antes de que toque la banda, se hace algo que llaman “El Brindis de Los Gerentes”. Si, suena tan aburrido como es, ya que implica que todos los gerentes de todas las secciones se paren y brinden uno por uno. Teóricamente es algo de motivación, para reconocer las mentas alcanzadas, pero la verdad es que es algo terriblemente tedioso y aburrido. Y lo más importante de todo: a absolutamente todos los empleados nos chupa un huevo lo que tengan para decir.

En fin, viendo lo que se nos venía encima, le hice una seña a Melina para que me siga. Hicimos una rápida escala en una mesa casi vacía para robarnos una botella de champagne y salimos a una especie de patio que había en el salón.
Hablamos cinco minutos y le comí la boca. Mientras la besaba sentía una especie de fuego en el estómago. Me daba cuenta que estaba haciendo algo que hacía mucho que tenía ganas de hacer y que ni siquiera me había dado cuenta.

Esa noche nos fuimos juntos en su auto. Cuando llegó a mi casa estacionó y nos quedamos ahí hablando. No la invité a pasar en ningún momento, y se que estaba bien, porque sabía que ella no hubiera pasado.
Charlamos más de dos horas y estuvimos de acuerdo en dejar todo en stand by hasta después de las vacaciones, para no complicarnos. Nos dimos un par de besos más y me bajé del auto.

Entre el laburo y unos tristes 10 días de vacaciones el verano pasó. Cuando terminó febrero yo asumí que el período “vacaciones” que habíamos acordado ya había terminado, pero decidí esperar una semana más. A mitad de esa semana ella se me acercó y me invitó a salir. Me gustó que tenga iniciativa y obviamente dije que sí.

Ayer fue nuestra segunda salida. Por ahora todo parece ir bien. Con esto cualquiera pensaría que ya está, que un clavo saca otro clavo y que la catarsis se acabó. Sin embargo acá estoy, escribiendo y pensando que nunca antes me fue tan necesario.  

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