31 dic 2011

Cuestión de Instintos (Parte II)


Entonces llegó el mail, uno inocente, como cualquier otro. Hacía cinco años que habíamos terminado la facultad y Luis –uno de mis ex compañeros- proponía una juntada aniversario, con todos los que habíamos cursado juntos el último año.
Me pareció divertido y acepte, sin pensar siquiera en las dos cosas que me iban a jugar totalmente en contra. Primero, Luis había puesto la regla de “ex compañeros solamente”, es decir que no valía llevar esposas, novios, novias ni nada parecido. Segundo, no tuve en cuenta que muy probablemente Natalia iba a estar ahí.

Así que fui nomas, confiado en mí mismo y contento de reencontrarme con tanta gente que hacía mucho que no veía. Sabía que iba a ser raro, dejamos de vernos en una edad en que cinco años es mucho. Varios de mis compañeros ahora tenían 30, lo cual era loco para mí, que a los 28 todavía no me sentía del todo un adulto.
Pero la fiesta, fiel a todo tipo de reencuentro, giró en torno al pasado. Y como buen fenómeno de memoria colectiva, por esa noche todos nos volvimos a portar como pendejos sub-25. Nos juntamos en una terraza con música al palo a tomar, comer, tomar, hablar y tomar.
La noche avanzaba sin mucha novedad. Curiosamente, no había pensado ni preguntado por Natalia en ningún momento, hasta que tipo una de la mañana le llegó un mensaje a Luis.

Luis
(mirando el celular)
Ah, ahí estaba la que faltaba. Natalia esta abajo.

Termino de decir esto y me miró con una sonrisa cómplice. Luis había sido uno de mis compañeros del grupo de trabajo y había percibido siempre la onda que teníamos Natalia y yo. Incluso, más de una vez, me había jodido con que nosotros éramos una cuenta pendiente, que tarde o temprano iba a tener que saldarse. O, como lo puso él, tarde o temprano nos íbamos a terminar recontra cogiendo, porque era algo de piel, una atracción instintiva.
Admito que cuando Luis bajó a abrir se me hizo un nudo en el estómago. No esperaba encontrarme con ella de vuelta y no sabía con que iba a encontrarme, aunque más me preocupaba como iba a encontrarme Natalia a mí. Habían pasado cinco años desde la última vez que nos vimos cara a cara y, si bien estaba en buena forma, no era el mismo que a los 23. Tenía un poco menos de pelo, un poco más de panza –casi imperceptible, pero ahí estaba- y un lustro más en mi haber. Estaba diferente.
Pero entonces me sacudí todo eso. Al carajo con cómo me viera, estaba en una de las relaciones más positivas de mi vida. Tenía a una flaca tierna y copada que me quería y yo la quería a ella. Y lo más importante de todo: teníamos futuro.

Demás está decir que en cuanto la vi entrar a Natalia se me movió toda la estructura, desde el tanque de agua hasta el sótano. Si ya se, soy predecible, pelotudo… hombre en resumen. Todo eso es cierto. Sin embargo, también es cierto que hay personas que te pueden, sin importar en que momento de tu vida estés, ellos aparecen y encuentran la manera de volverte loco una y otra vez.
Y ahí estaba una de ellas, saludando enfrente mío, tan linda como la última vez que la vi. Si, tenía el pelo más corto, estaba un poco más rellenita y se había sacado el arito de la nariz que llevó durante todo el último año, pero seguía siendo ella.

Como toda reunión de varias personas –seríamos unos 12- era imposible mantener una conversación totalmente integrada durante mucho tiempo. Estuvimos un rato hablando los doce. Después, fuimos cinco. Eventualmente quedamos Natalia, Luis y yo. Y, cuando me quise dar cuenta, Luis había desaparecido, estábamos solos, como siempre terminaba pasando.
Hablamos durante un buen rato, contándonos de nuestras vidas adultas, poniéndonos al día y recordando cosas de la facultad. De forma casi inevitable llegamos al tema de su novio –ahora ex novio- y de cómo su relación se había disuelto casi sola hacía un año. Entonces me tocó a mí. Maquillé un poco la verdad, reduciendo la cantidad de chicas que se me habían cruzado en cinco años. Hable de Marcela, de Leticia y de Flor, dejando un poco de lado los detalles escabrosos y concentrándome más en las lecciones que había aprendido, como sugiriendo cierta madurez, cierto crecimiento y a la vez sonando desapegado, dejando claro que todas eran historias cerradas.

Ok, básicamente me la estaba chamuyando, ¿si? Aparte todo el mundo sabe que cuando te pones a hablar con una flaca de tus ex es una clara marca en el camino, un cartel de neón que te dice “Puede llegar a pasar algo”. ¿Por qué pasa? No sé. Tal vez es una forma de medirse el uno al otro o tal vez es como el viejo cuento de los dos piratas que se sientan a la mesa de un bar para comparar heridas.
El punto es que uno siempre trata de quedar bien con el otro. Si yo dijera “En 5 años salí con 20 mujeres y todas me dejaron” no quedaría muy bien que digamos, así que preferí contar las cosas a mi manera.

Para esa altura eran casi las cuatro de la mañana. Estábamos sentados solos en un rincón, mientras los demás hablaban y fingían no darse cuenta de lo que pasaba a cuatro metros de ellos. La química entre nosotros estaba completamente reinstalada y absolutamente todo estaba dado. Fue entonces cuando Natalia, en una muestra de madurez, puso todas las cartas arriba de la mesa.

Natalia
¿Te das cuenta que vos y yo siempre terminamos igual?

Marian
¿Cómo?

Natalia
Charlando solos, a veinte centímetros el uno del otro, diciéndonos cosas que nunca le diríamos a nadie más

Marian
Sí, siempre tuvimos esa química rara vos y yo.

Natalia
(con voz timida)
Es verdad. Me acuerdo que en la facultad me re podías vos.

Marian
(con una sonrísa a medio asomar)
 Vos a mi también. Lástima que estabas de novia en esa época.

Natalia
Si bueno… igual ahora ya no estoy de novia. Vos también estas solo, ¿no?

Dijo eso y me dio esa mirada inconfundible que te dan las mujeres cuando está todo dicho, esa mirada que pide a gritos “besame”.
En ese momento todo lo que creí tener tan claro, todo el futuro que había imaginado con Cecilia pareció borronearse.

Marian
(casi susurrando)

Y con esa simple palabra me acerqué y la besé. Eso es lo increíble y traicionero de las cagadas, especialmente de las que son grande como la cancha de River. Cuesta poco tiempo y poco esfuerzo mandártelas, pero por lo general cambian completamente el rumbo de tu vida. Y la verdad que vivir con las consecuencias de una decisión que tomaste en un instante por el resto de tu vida es bastante jodido… y hasta injusto.
Pero por desgracia es así. Te lleva dos segundos decidir no ponerte el forro y después te pasas el resto de tus días pelando contra el SIDA. Así de directas pueden llegar a ser las cosas a veces.

Yo ahora estaba en esa situación. En un segundo y con una palabra había decidido cuál iba a ser el curso del próximo mes de mi vida, o mi doble vida en este caso.
Sé que es una pelotudez lo que voy a decir, pero toda la situación me hacía sentir un toque James Bond. Nunca había estado con dos minas a la vez, así que para mí todo el asunto de fabricarme huecos, poner excusas e inventar situaciones era algo nuevo y de alguna forma emocionante.

24 dic 2011

Cuestión de Instintos (Parte I)

Los hombres somos infieles. En realidad, si le hiciéramos caso a aquel dicho de los cuernos y la muerte, podríamos decir que tanto hombres como mujeres somos infieles.
Pero, por alguna razón, al hombre se le enrostra ser el peor de los dos, tal vez por ser débil o por pensar con el pito en vez de con la cabeza.
En teoría hay un motivo biológico evolutivo que, a grandes rasgos, dice que el hombre tiende a buscar la mayor cantidad de parejas posibles para asegurarse que su descendencia perdure. Eso es lo que me explicó mi hermana Gabriela, pichona de psicólogo, a mí la verdad me suena a una excusa para mandarse cagadas.

Con todo, yo siempre encontré que la fidelidad no me cuesta en lo más mínimo. Cuando estoy con una mujer no me desesperó pensando en todas las demás que “me estoy perdiendo”, sino que disfruto de la persona que tengo al lado.
Pero, como dije al principio, los hombres “somos” infieles, lo que quiere decir que yo en una ocasión cumplí con esta regla.

Durante 28 años había logrado ser fiel en cada una de las relaciones que había tenido. Ok, sé que muchas no fueron muy largas que digamos, pero el compromiso de no hacer pelotudeces siempre estuvo presente. Por desgracia, con Cecilia no pude mantener la buena conducta, a pesar de que ella lo merecía. Fui víctima de lo que popularmente se conoce como “calentura retroactiva”

Por eso la historia no empezó cuando la conocí a ella, sino cinco años antes, cuando en el último año de la facultad caí en el mismo grupo de trabajo que Natalia. Teníamos más o menos la misma edad – un par de años menos que el resto de nuestros compañeros- e inmediatamente nos entendimos. Nuestras cabezas iban para el mismo lado, había química para trabajar, para conversar de la vida y hasta para hacer chistes. Y como si todo esto fuera poco, estaba más buena que una paella a la valenciana.
El problema era que había otras cosas. De su lado un noviazgo de dos años que era resistente a cualquier cosa (salvo al tiempo, como lo comprobaría después). De mi lado una psicóloga, amiga de mi hermana menor, a la cual ni se me ocurría boludear, más por miedo a las represalias que podía tomar Gabriela que por otra cosa.

En fin, era una situación muy simple. Había muchas ganas de entrarse enfrentadas directamente con nuestras ganas de no cagar a nuestras parejas de ese momento.
Casi de forma tácita la relación se enfrío. Una vez que terminó la facultad empezamos a hablar menos y prácticamente dejamos de vernos. Esto último no fue tanto por miedo, sino por cosas de la vida. Eso sí, nunca perdimos contacto del todo, seguían circulando mails y algún que otro chateo ocasional.

Ahora sí puede entrar en escena Cecilia. La conocí haciendo unos cursos que me pedían en el laburo. Me llamó la atención desde el principio porque era una persona muy alegre. Siempre parecía estar de buen humor, poniéndole onda a las cosas, incluso las que no tenían ni un poco de onda. Tenía una de esas bellezas raras. Ya sé lo que piensa más de uno:

“Simpática” + “Belleza Rara” = FEA

Pero no era así. Tenía una de esas bellezas que van creciendo adentro tuyo. Al principio no lo notas, pero con el tiempo te vas dando cuentas de pequeños detalles y cosas que hacen que esa persona te termine gustando. Sonrisas, gestos, formas de decir las cosas… todas boludeces muy chiquitas, que en suma te pueden.
Así me pasó con Cecilia. Por eso a la salida de la tercer clase – el curso tenía 4 – le pregunté si le gustaría ir a tomar algo. Sé que me la jugué un poco, porque hasta ese momento no habíamos hablado prácticamente nada… en parte por eso había esperado hasta una de las últimas clases.
Por suerte, ella sonrío y dijo que si, que le gustaría, pero que en ese momento tenía que irse para otro lado. Para mí la situación tenía un olor increíble a excusa, de esas que te ponen las mujeres para no decirte “no” de frente.

Ah, ya que estoy aprovecho el espacio para hacer una advertencia a las mujeres. Los hombres nos damos cuenta de cuando nos meten un bolazo de ese tipo. Y créanme que suena tan fuerte y claro como un NO, pero es peor todavía, porque parece que nos estuvieran tomando por boludos.
Aparte, piensen que no todos los hombres se lo toman igual de bien. A muchos si les decís algo como “justo mañana no puedo” les estás dejando la puerta abierta para que insistan más adelante. Ojo, no lo hacen porque no sepan leer una indirecta, sino porque creen que la perseverancia da frutos o tal vez para vengarse por ese NO enmascarado, haciendo que la mina se vea de vuelta en la incómoda situación de gambetear su avance con el mayor decoro posible.

Volviendo. Estaba a punto de mandarla a la mierda mentalmente e irme sílbando bajito cuando ella soltó un “pero”. En general cuando te vez venir un “pero” o un “sin embargo” de una chica que te gusta no está para nada bueno. Suelen ser frases como “Me gustaría salir con vos, pero…” o mucho peor todavía “Sos re buen pibe, pero…”.
En este caso no funcionó así, sino que fue todo lo contrario.

Cecilia
…ahora no puedo, porque tengo que ir para otro lado. Pero si querés te doy mi celular y arreglamos algo para mañana ¿Te parece?

Obvio que me pareció. Intercambiamos celulares y al otro día salimos juntos.
Cecilia era una de esas mujeres que, por alguna razón, crecen y nunca dejan de provocar cierta ternura. Es raro de explicar, era inteligente, madura, responsable y todo eso. Sin embargo había algo raro en ella, que te provocaba una especie de respuesta paternal. Querías comerle la boca de un beso, pero también querías limpiársela con una servilleta si se la ensuciaba. Querías tener sexo con ella, pero a la vez querías ponerla en la mesa de luz, mirarla y sonreírte.
No sé si suena enfermo o tiene sentido lo que trato de decir y la verdad no me interesa, estoy seguro de que cualquiera que haya estado en una relación así entiende a que me refiero. Era como una respuesta instintiva, ella me hacía aflorar la actitud de macho alfa de manada, que quiere proteger a su pareja.

Habíamos salido un par de meses bastante intensos, viéndonos dos o tres veces por semana y hablando prácticamente todos los días. Incluso pasamos dos fines de semana enteros juntos. Viendo para atrás, ella daba signos de estar enamorándose de mí y la verdad que no me molestaba para nada. Cecilia cada vez me gustaba más y llegue a creer que esta podía ser algo que me gusta “La Relación”.

“La Relación”, con mayúsculas, es algo que te marca. A lo largo de la vida podes tener muchas parejas y conocer muchas minas que te partan la cabeza al medio, pero solamente una te va a marcar. No importa si la relación dura dos semanas, tres años o toda la vida; puede ser el primer noviazgo de tu vida o el último, que acaba de empezar (o terminar). Esa relación se vuelve tu parámetro, tu vara con la que vas a medir todas las relaciones, sean tuyas o ajenas, y en la que vas a pensar cada vez que se hablen temas de pareja.

En 28 años me había cruzado con muchas chicas que me gustaron y me marcaron a su manera: Clara, Marcela y otras que no todavía no llegue a contar. Pero por primera vez estaba dispuesto a jugármela por una relación. Mi cabeza empezaba a volar, pensando en el futuro: presentarle a mi vieja, irnos de vacaciones juntos, no se… comprar un gato.
Y sabía que ella estaba en el mismo lugar que yo. Durante dos meses todo pareció perfecto.

15 dic 2011

El Equilibrio del Mundo (Parte II)


La segunda vez que vino a una fiesta paso algo inesperado. No sé si fue suerte, alcohol o el hecho de que había pasado las tres semanas que llevaba de laburo percudiendo de a poco el murallón de desprecio que ella había levantado – tal vez fue una combinación de las tres-, pero para las dos de la mañana me di cuenta que habíamos estado las últimas dos horas hablando solos. Al final de la noche terminamos yéndonos juntos.

A la semana siguiente, cuando volvimos al trabajo, me encontré con la misma actitud forra de siempre. Por su puesto que no me preocupé, sino que me pareció lo más lógico del mundo, en el laburo había que caretearla para evitar quilombos, roturas de pelotas y rumores al pedo.
Lo raro empezó cuando me di cuenta que la actitud no se limitaba a la oficina, sino a todo. No contestaba los mensajes, me ignoraba por chat –el ICQ en esa época- e incluso me ignoro cuando nos cruzamos en el colectivo.
Mi primer pensamiento fue que se había arrepentido de lo que había pasado la semana anterior y que por eso se portaba de esa forma. Sin embargo, al jueves siguiente se quedó con nosotros y buscó cada oportunidad que tuvo para estar a solas conmigo, esperando que la bese. Y si leyeron al principio, saben que soy hombre y que los hombres nos tropezamos veinte veces con la misma piedra, o cincuenta si la piedra está buena… Así que terminé cediendo otra vez.

Durante la siguiente semana pasó exactamente lo mismo. Para variar  -o mejor dicho para no variar- volví a mandarme la misma cagada. Sin embargo, esa vez estuve un poco más lúcido y le hable a Jazmín sobre la situación, que ya empezaba a hacerme un poco de ruido. No hablábamos nunca, excepto en las salidas con gente del laburo, en las que inevitablemente terminábamos juntos.
Sé que en este punto cualquier hombre que este leyendo esto se acaba de agarrar la cabeza mientras piensan “¡Que pelotudo!”. Y la verdad que viéndolo a la distancia, si, fui bastante boludo.
Para los que no se agarraron la cabeza todavía, acá va la explicación para que lo hagan. Si analizamos todos los elementos de esta historia encontramos que tenemos:
1. Una mujer que esta buenísima.
2. Una mujer que no solo esta buenísima, sino que está dispuesta a tener sexo un promedio de una vez por semana y, lo más importante de todo, conmigo.
3.  Una mujer que no solo esta buena y quiere tener sexo conmigo semanalmente, sino que no le interesa ningún otro tipo de interacción. No hay histeriqueos, vueltas ni sentimientos involucrados.
4. A todo esto yo me le planto un día y le pido que tengamos una “charla” al respecto.

Si, ya se… “¡Que pelotudo!”.
 
Creo que no hice preguntas patéticas como “¿Qué significa esto?”, “¿Para dónde vamos?” o “¿Qué somos?, aunque me faltó poco.
Por supuesto que la mina estaba buscando algo como lo que venía pasando, superficial, despreocupado e informal. Y por más que yo le asegure que estábamos en la misma, el daño ya estaba hecho.
Esa ínfima charla de diez minutos aterró a Jazmín. La relación siguió como venía hasta ese momento, pero la idea de que yo quería algo más se había implantado en su cabeza. Por eso comenzó a alejarse más, que en su caso significó una cosa: volverse más asquerosa todavía, pero no en general, sino exclusivamente conmigo.

Esto nos lleva al último eslabón de esta gran cagada.
Como dije al principio, el equilibro de Jazmín en el eje belleza/asquerosidad era muy frágil. El problema es que ella ahora se había vuelto más asquerosa, pero seguía estando igual de buena. Eso destrozaba el equilibro completamente. Su nivel de belleza ya no alcanzaba a cubrir lo asquerosa que era.
De golpe las pocas interacciones que teníamos me molestaban. Me rompía las bolas su forma de mirar, su expresión, su voz, la forma que tenía de hablar… todo. Ni el sexo asegurado que me esperaba esa noche me parecía suficiente.

Irónicamente, cuando en el boliche se me acercó como solía hacer, yo me comporté de forma asquerosa con ella.
Esa situación me dejó una gran enseñanza: si las mujeres tiene una lógica parecida de simpatía/belleza, en esa escala yo tengo muy poca tolerancia. A la segunda respuesta cortante Jazmín me dijo que era un tarado y me mandó a la mierda.
Después de eso las cosas en el trabajo siguieron normal. No me habló, no me saludó y no me dio bola. La única diferencia fue que su actitud no duró una semana, sino los tres meses que pasaron hasta que cambió de trabajo.

En realidad fue la dejada más tácita y abrupta que tuve, es como esa metáfora pelotuda de la curita, si te la arrancan de golpe duele menos. La verdad es que para mí no hizo mucha diferencia, aunque si me cambió.
No aprendí mucho sobre cómo evitar tropezar una y otra vez con las mismas cosas, pero si entendí lo importante que era el equilibrio. Porque fue eso los que nos condenó, mi decisión de romper el fino balance que nos lograba mantener juntos.
Durante varias semanas me putie a mí mismo por haberlo hecho, pero un día me cayó la ficha. Algo que era tan difícil de mantener equilibrado entre lo que me gustaba y lo que no tal vez – y solo tal vez- no valía la pena el esfuerzo, porque podría haber puesto todo de mí para que funcionara, pero al final la más mínima brisa nos hubiera hecho caer.

8 dic 2011

El Equilibrio del Mundo (Parte I)

Una idea muy difundida sobre las mujeres, y entre las mujeres, es que las lindas tiene la vida más fácil. Por el simple hecho de ser atractivas, tienen ventajas de todo tipo y acceso a más cosas.
La razón sería simple: los hombres somos superficiales y pajeros, por lo que una mina linda nos puede. Y haciendo una autocrítica de género, tengo que decir que esa idea tiene su cuota de razón, pero no es algo absoluto. Y eso lo entendí cuando conocí a Jazmín.

Todo empezó por un quilombo en el laburo (una historia que les contaré más adelante) que me obligó a renunciar. Así que después de unas breves semanas de desempleo, termine cayendo en una oficina del centro.
El trabajo era básicamente aburrido, como suelen ser casi todos los trabajos… salvo que seas uno de los elegidos que tiene un laburo copado o un freak que le gusta llenar planillas de Excel todo el día.
Sin embargo, había algo que me atrajo mucho de mi nuevo laburo y era la gente. Más relajada, de esa que le gusta juntarse después de salir a tomar una cerveza, sin importar mucho si es martes o viernes.

Demás esta decir que no me costó mucho trabajo acoplarme a un grupo como ese. A las pocas semanas ya era un participante habitual de cuanta joda se organizara y por supuesto –como buen animal que tropieza treinta veces con la misma piedra- ya estaba fichando que compañeritas lindas tenía.
Ese es otro de los grandes embrutecimientos del hombre con el sexo. En primer lugar el hombre a punto de tener sexo no escucha razones. Por más que le adviertas que si lo hace dentro de siete días va a salir una morocha del televisor y lo va a matar, el tipo va a ir y va a coger igual.
En segundo lugar, si por esas cosas de la vida llegará a zafar a la primera… va a ir de vuelta, sabiendo la que le espera si lo hace, y va a volver a garchar de todos modos.

Ahora que dejamos eso en claro sobre los hombres, yo – como buen ejemplo de mi especie- demostré que no había aprendido absolutamente nada de mis experiencias pasadas. De todas formas, lo que me crucé fue algo mucho más complejo de lo que esperaba.
No tardé en ubicar a una chica bastante linda que trabajaba de recepcionista a la tarde. El problema es que no salía seguido con la gente de la oficina. De hecho, no salía nunca. Por eso cuando una vez una de las chicas la convenció de venir un rato, decidí no perder el tiempo y caerle como un yunque.
Lo que me encontré fue algo paradigmático, algo de lo que había escuchado hablar, pero que nunca pensé cruzarme. Apenas me acerqué me choque con una pared invisible formada por su personalidad. La flaca era lo más ortiva que había visto en mi vida.

Como dije al principio, lo de que las chicas lindas obtienen lo que quieren es en parte verdad, pero no del todo. Hay otras variables que son importantes: inteligencia, simpatía, la accesibilidad que aparenta, etc.
Con el pasar de los años descubrí que esto se puede simplificar mucho más y llevar a un campo de dos variables solas, como si fueran las aburridísimas y tan odiadas X e Y.
Voy a explicarlo, tratando de que no parezca un teorema, porque yo no la pasaría bien escribiéndolo y creo que a nadie le coparía mucho leerlo.

La cosa es simple. Si tomamos la variable X como la belleza y la variable Y como la personalidad, podemos decir que a determinado nivel de belleza, la mujer puede manejar determinado nivel de antipatía sin que a nadie le importe mucho.
En porteño diríamos que cuanto más buena estás más asquerosa podes darte el lujo de ser, total los hombres a tu alrededor van a estar demasiado ocupados viéndote las tetas o el culo como para reparar en tu mirada de desprecio o tu actitud de “señora-bienuda-pasando-por-la-puerta-de-hospital-público”.

O sea, la ley de “lo más bueno para la que está más buena” funciona, siempre y cuando allá una coherencia, un equilibrio entre esas dos variables. Si una chica medianamente linda se comporta con asquerosidad a nivel supermodelo, entonces es probable que su belleza no le sirva para mucho.
La contracara de esto sería, por supuesto, la fea que está obligada a ser lo más buena onda posible. Pero esta historia no trata sobre eso.

Volviendo a Jazmín, la cuestión no era tan simple. Por alguna razón no lograba decidirme para qué lado se inclinaba la balanza. Tenía siempre cara de orto, pero cuando le arrancabas una sonrisa te quedabas helado. Te miraba con asco, pero tenía unos ojos verdes increíbles. Pasaba sin siquiera hablarte aunque la saludaras, pero no te importaba porque estabas ocupado mirándole las terribles gomas que con tanto orgullo llevaba… si, perdón, se me acabaron las imágenes poéticas.
La idea igual se entiende. Era tan asquerosa y a la vez tan linda que no podías decidir qué hacer. Así que llevado por la inercia que me había dado el impulso inicial, seguí para adelante. Y contra todo pronóstico tuve éxito.

15 nov 2011

El Santo Grial (Parte III)


Fue en la quinta salida, cuando llevábamos casi un mes y medio viéndonos, que decidí dar el golpe. Mis viejos no estaban en casa, así que desalojé a mi hermana menor casi a la fuerza e invite a Belén a comer.
Creo que la pobre santa –y lo digo sin ánimos de ser sarcástico- acepto venir pensando que mi familia iba estar, porque cuando llegó y entendió que estábamos solos se puso nerviosa.
Sin embargo se fue ablandando de a poco y no era para menos. Había puesto toda la carne en el asador: cena con velas, cocinada por mí mismo, y un vino genial (“si si, toma, total es como tomar vino sacro” le dije)

Después del postre, cuando ya parecía más relajada – o boleada por el vino tal vez- le propuse tirarnos en la cama a ver una película. Como es lógico, al minuto cuatro de película ya estábamos besándonos sin darle bola a la pantalla.
Lo que paso a continuación fue pura y absoluta suerte. Ya hable antes de lo difícil que era buscar EL punto G, bueno a eso habría que sumarle que lo estaba buscando en territorio hostil. Quería subir la mano hasta el muslo para ver si anda por ahí y era obligado a retroceder hasta la rodilla. Trataba de desabrochar un botón de la remera para acercarme al cuello y los hombros, pero un par de muñecas me empujaban despacio para atrás, como diciendo “por acá” no se puede.
Entonces se dio el milagro. Como tocado por una luz divina, o tal vez por  la desesperación, decidí levantarle la remera muy despacio, desde abajo, descubriéndole la panza. Más jugando que tomándolo enserio, la empecé a besar y –vaya a saber guiado porque mano celestial- se me ocurrió hacer algo que muchos considerarían asquerosísimo: pasarle la lengua por el ombligo.
La respuesta inmediata fue un estremecimiento de pura exitación. Pensando que podía ser casualidad probé de vuelta y lo mismo. Al tercer o cuarto intento me agarró de la cabeza y empezó a besarme de una forma completamente distinta. Ya no era tímida, sino desinhibida y desenfrenada. La transformación era casi como un exorcismo, pero a la inversa, de niña angelical a demonio.

Al principio había dicho que con Belén pude poner a prueba esa regla de “Las que se la dan de santitas y calladitas son las peores”.
Sobre ese tema simplemente voy a decir que es una verdad a medias. Santita como era, ella estaba limitada por la obvia falta de experiencia; pero no puedo negar que una vez que probó me tuvo toda la noche despierto, como si estuviera tratando de recuperar el tiempo perdido.

Para los que no lo saben, lo especial del Santo Grial es que da vida eterna. Pero, para que funcione, la persona tiene que seguir tomando de la copa cada día, sino los efectos se desvanecen y se empieza a envejecer.
En ese sentido El punto G funciona igual. Sirve cuando lo estás estimulando, pero una vez que lo dejas tranquilo el hechizo se rompe.

Al otro día Belén se levantó aterrada y totalmente arrepentida de lo que había hecho. Me culpaba a mí por haberla corrompido y me dijo que un hombre que amaba a una mujer nuca la habría dejado ceder a la tentación, sino que la habría salvado de sí misma.
Escuché todo sin poder creer la mitad de las pelotudeces que decía. Era claro que no eran sus palabras, repetía como loro lo que le había dicho algún cura, o tal vez su vieja.
Poco después de despertarse se vistió y se fue a su casa.  Durante esa semana la llamé una o dos veces, más por culpa que por ganas de volver a verla. Pero siempre me atendía su madre, asegurándome con voz de pocos amigos que ella no quería hablarme.

Tengo que confesar que durante mucho tiempo, me sentí muy mal por toda ésta situación. Había agarrado a una chica buena y decente y la había hecho ir contra todo lo que creía. Aunque me repetía a mí mismo que yo en ningún momento la había obligado a hacer nada, no podía evitar sentirme sucio.    
Esto fue hasta hace dos años, cuando me encontré con el Turco. Hablando de cualquier cosa, me comentó que se había cruzado con Belén.

Turco
Estaba hecha un quilombazo, con una mini-falda y un escote que no sabes. Hace un tiempo que esta de novia, pero según cuentan antes de este flaco se bajó a medio barrio. ¡Y de toque eh! sin andarse con muchas vueltas.

Entonces me cayó la ficha. No había corrompido a Belén, sino que le había enseñado la lección más importante de su vida: la diferencia entre amor y calentura.
Todo lo que me había dicho sobre corromperla era una excusa. Después de tener sexo conmigo se había dado cuenta de que no me amaba. Por eso me había dejado y por eso se volteó a todo tipo con el que salía.  Estaba tratando de descubrir el amor, solamente eso. Había entendido, desde su punto de vista, que para encontrar algo realmente puro tenía que hundirse en el barro, para poder diferenciar así los diamantes de las piedras.
Eso o le agarró el gusto a la pija y le empezó a dar a lo loco. Quien sabe.

Esto nos trae de vuelta al tema inicial. Otro de los mandamientos no escritos del sexo advierte que no hay que confundir la buena química sexual con el amor, porque es para quilombo. Por desgracia, rara vez llegan a combinarse estas dos cosas del todo.
Tal vez ese sea el Santo Grial del sexo, poder juntar amor y buena cama. Encontrarlo tal vez no te haga inmortal, pero contento te va a dejar seguro.

PD: Para los que se pregunta ¿Cómo sabes tanto del Santo Grial si tenes menos religión que un mono? La respuesta es simple: vi 40 veces “Indiana Jones y La Última Cruzada”.

8 nov 2011

El Santo Grial (Parte II)


Tardé unos días en juntar valor, pero al final me la jugué y llamé. Por supuesto que me atendió su vieja, como para hacer la cosa más complicada. Me dijo que su hija no estaba porque había ido a su grupo de estudios bíblicos o algua cosa por el estilo. Lo lógico hubiera sido que me diga “llamala más tarde” o “le aviso que llamaste” y listo.
Pero no. Su madre, la Sra. María Cristina, decidió interrogarme. Me preguntó cómo me llamaba, que hacía y hasta deslizo un “cuáles son sus intenciones con mi hija” (Nótese que me trataba de usted).
Después de unos 20 minutos de tortura pude cortar. Y aun así se ve que logré comprármela, porque le avisó y unas horas después me llamó Belén, hablamos y arreglamos una salida.

Las primeras tres "citas"- así les decía ella- fueron de tarde y como si tuviéramos doce años. Ir a tomar un helado, pasear por la plaza y boludeces como esa. La realidad es que a los 23 años no tenés tanta paciencia como para bancarte eso.
Eran salidas cortas, de no más de dos horas. De a poco me fui enterando de toda su historia, cuantos hermanos tenía, cuán importante era la religión, etc. Igual hablar no era lo único que hacíamos. Había besos y alguna que otra mano que rápidamente era devuelta a su lugar. Retomando lo de antes, era como tener 14 años, solamente que acá no es que deseas, sino que sabes que hace altura ya tendrías que estar cogiendo. Es otra de las reglas no escritas del sexo: entre adultos en la tercer salida se garcha.

Para mí era un caso perdido. La cosa no iba para ningún lado y era probable que ella quisiera mantenerse virgen hasta el matrimonio.
No me malinterpreten. Belén era una chica buena y linda, pero comprometerme o casarme con ella nada más que para tener sexo no parecía justo para ninguno de los dos. Claramente nos atraíamos, peor no había esa química especial que diera pistas de que podíamos llegar a enamorarnos. O expresado más fácil, nos teníamos ganas, estábamos calientes el uno con el otro y yo lo sabía. Ella, más inexperta, estaba confundiendo una simple calentura con otra cosa. La única salida de todo este quilombo era tener sexo, pero como ya dije, no parecía que fuera a pasar.

Todo esta historia, cuando no, llegó a oídos de mi amigo Jorge. Al parecer a la chusma de mi hermana pensó que el tema de mi amiga mojigata era muy jugoso como para perdérselo.
Fue entonces cuando él me sentó y me sugirió recurrir a otra de las leyes míticas no escritas del sexo.

Jorge
Es fácil boludo. Tocale EL punto G

Marian
Pero como voy a tocarle el punto G ni siquiera me deja tocarle una teta

Jorge
No me escuchaste. Yo no dije las zonas erógenas o el punto G normal. Yo me refiero a EL punto G

Entendí a lo que se refería y era casi imposible.

Volvemos a lo de los mandamientos no escritos sobre el sexo. Hay uno  –que más que ley se considera un mito- que asegura que toda persona, más allá de las zonas habituales y conocidas por todos, tiene un punto específico que, al ser estimulado, hace que pierda el control por completo.
Es casi imposible de encontrar, porque puede estar en cualquier lado: el cuello, el codo, el muslo o hasta la planta del pie.
A esto se le suma que hay que saber cómo estimularlo, porque sino la cosa no funciona. La mayoría de las veces alcanza con tocarlo, o soplarlo, a veces hay que besarlo o incluso lamerlo.
Para cada persona es radicalmente distinto y muy difícil de encontrar. Por eso EL punto G es algo así como el Santo Grial del sexo. 

De alguna forma todo cobraba sentido. Para poder entrarle a la monja tenía que cumplir con uno de los mandamientos del sexo e ir detrás de la cosa más preciada para poder verle la cara a Cristo.
Así como un caballero de las cruzadas se arriesgaba para ir en busca de la reliquia más importante del cristianismo - la copa de Jesús - estaba a punto de aventurarme en el cuerpo de Belén, para encontrar ese milímetro de piel que era la llave de todo. 

2 nov 2011

El Santo Grial (Parte I)

El mundo está plagado de frases hechas, que se transmiten como leyes coherentes y lógicas, que nadie en su puta vida puede comprobar. Ojo, no digo que no haya grandes verdades… pero todo eso de comer sandía con vino y de esperar dos horas para meterse al agua después de comer, ya suena a cuento de abuela.
Ahora, el sexo no es la excepción en tema de leyes y dichos populares. Tenes desde la famosa regla de la L – aclaro para los despistados: la regla dice que los petizos la tienen más larga- hasta el famoso rumor de que el sexo con gordas es mejor, técnicamente porque le ponen más onda.

Entre todos esos, hay uno que se suele escuchar a nivel internacional: Las que se la dan de santitas y calladitas son las “peores”. (Palabra clave: peores, porque otra ley tácita asegura que, por alguna razón, en el sexo “peor” significa “mejor”, “no” significa “si” y “auxilio oficial” significa “subite los pantalones y corre”).
Yo pude poner aprueba esta regla el día que conocí a María Belén.

Aunque suene redundante después de darles el nombre, lo voy a decir; Belén era hiper-religiosa. Venía de una familia de siete hermanos, de los cuales cuatro habían sido monaguillos. Bautizada, comulgada, confirmada y confesada una vez por semana después de la misa del domingo, a la cual no faltaba jamás ningún miembro de la familiar.
Del otro lado estaba yo. Católico por herencia, bautizado por insistencia de la abuela; comulgado de pedo y porque mis hermanas lo habían hecho antes que yo; y, por ese entonces, sin pisar una iglesia desde el bautismo de último primo, nacido cinco años antes. Obviamente que de confesarse ni hablar.

Entonces ¿Cómo mierda me fui a meter con una cuasi monja? Yo, que cuando me explicaron el milagro de la virgen María le pregunté a mi catequista si era como el caso de una amiga mi primo, que quedó embarazada sin que se la metan porque el flaco se fue en seco y la salpicó.
Bueno, con respecto a esto una pequeña advertencia. A los nueve años tenía mucha memoria y había escuchado a mis primos mayores hablar del tema. No sabía que significaban la mitad de las palabras y simplemente repetía como un loro, pero a las flacas no les importó y reaccionaron para el carajo. De ahí lo de “comulgado de pedo” que decía antes.

Volviendo. La respuesta a lo anterior es simple: música. En esa época yo tenía 23 años bastante nuevos, laburaba, estaba rindiendo las últimas materias y todos los sábados me juntaba a tocar con unos flacos. Con el correr de los ensayos empezamos a sentir que la sala nos quedaba chica y nos dieron ganas de tocar delante de gente. El turco (bajista de la vieja escuela) comentó que su tía estaba muy metida en la organización de una fiesta en la parroquia del barrio y sabía que estaban buscando bandas para que toquen.  
A todos nos pareció copado. Era una oportunidad de tocar gratis, sin presiones y los temas que estábamos haciendo eran bastante neutrales en el tema religioso… o sea que no íbamos a tener problemas.
Y de esa forma termine yendo a la kermese de la iglesia ese sábado a la tarde. Honestamente, entre los nervios de tocar y todo eso, no noté a Belén en ningún momento, a pesar de que había estado ahí todo el tiempo, vendiendo tortas y café.

Recién cuando íbamos por el cuarto tema me di cuenta. Una chica que no dejaba de mirarme y hacía contacto visual conmigo cada vez que podía. Era flaca, morocha, de ojos claros, con un vestido blanco y abotonado casi hasta el cuello.
Al principio creí que era una impresión mía, no me sonaba una de esas minitas de iglesia tirandome onda.  Pero mientras desarmábamos, me di cuenta que estaba pasando de verdad.

Turco
Chabón, la morochita esa que vende bizcochuelos no dejaba de mirarte

Marian
Si, ¿no? Me pareció

Turco
Y bueno, dale para delante

Marian
No sé, tiene pinta de ser re monja

Turco
Puede ser. Pero sabes que dicen de las santitas…

No necesitó mucho más para convencerme. Me acerqué, saludé y nos pusimos a charlar. Me enteré que se llamaba Belén y tenía 22 años. Hablamos un rato, la conversación fue media rara. Ella era muy tímida, hablaba bajito y a veces ni cerraba las frases del todo.
Al final le pedí su número y, oh sorpresa, no tenía celular. Año 2004, mujer de 22 años SIN CELULAR. Me dio el número de su casa.

Sigue en El Santo Grial (Parte II)

19 oct 2011

Inocencia Asesinada (Parte II)


Convencer a mis viejos de salir a jugar un sábado a la tarde a la plaza no fue muy difícil, les alegraba que prefiriera pasar una tarde soleada afuera y no jugando a la flamante Atari que Julio  - mi tío garca- me había traído de afuera.

Así que fuimos, pero esta vez en familia y bien equipados. Llevábamos chocolatada, galletitas, agua y hasta a una de mis hermanas.
Media hora después que nosotros llegó Violeta, pero estaba diferente. Estaba ¿adornada? Traía collar, pulsera, una remera nueva con lentejuelas y los lentes negros de plástico de Johnny Tolengo.
Y esta es la parte en que los menores de veinticuatro dejan de leer, se preguntan “¿de qué carajo está hablando este flaco?”, abren una nueva pestaña para googlearlo, terminan colgando y dejando el post por la mitad… Y los hombres probablemente no vuelvan más, ya que cualquier búsqueda que hagas en internet termina casi de forma inevitable en tetas y la verdad que yo con eso no puedo competir.

Ah y yo a todo esto me siento un viejo choto por saber quién es Johnny Tolengo e incluso por ser uno de los chicos que compró su cassette – si si, dije “cassette”- a la salía del teatro – si si, fui a verlo al teatro-.

Después de esta breve confesión, que prácticamente me sacó la oportunidad de tener sexo con cualquier lectora del blog, sigo con mi historia.
Violeta estaba increíble. Es que a los seis años una chica vestida así, con los labios pintados con brillitos olor a frutilla y con el cuello rociado de perfume “Paco” para nenas es el equivalente a abrir la puerta y encontrarte a una mujer en portaligas y bañada en crema. Pero para ponerlo en términos de mi madre, estaba “súper canchera”.

Jugamos juntos toda la tarde, casi sin hablar de la escuela ni de la conversación que había tenido con su mejor amiga en el patio unos días atrás.
Es curioso cómo las sensaciones y los detalles cuando tenes seis años se graban en tu cabeza mucho mejor que las historias que pasan a su alrededor. Me acuerdo bien de la hamaca amarilla en la que estaba Violeta y la azul en la que estaba yo; de la mugre que tenía en mis manos por haber jugado toda la tarde en la arena; del olor a meo de gato que había alrededor de ese arenero… me acuerdo de todos esos detalles, pero no exactamente de cómo terminamos hablando de su sueño.
Lo importantes es que pasó lo que tenía que pasar. Como dijo mi viejo esperé y me enteré de primera mano lo que ya sabía.

Violeta
Me gustas.

Marian
¿Por qué?

Violeta
No sé.

Marian

Violeta
¿Y sonso? ¿Yo te gusto a vos o no?

Marian
No se… si

Violeta
Bueno… ¿no me vas a preguntar si quiero ser tu novia? ¿Hay que decirte todo a vos?

Marian
¿Queres ser mi novia?

Violeta
Sí.

Así de golpe estaba de novio por segunda vez en mi vida. Y todo fue bien hasta que el lunes hubo que volver al colegio.
Yo ni siquiera había pensado en contar el tema del reciente “noviazgo” No por querer mantenerlo en secreto, sino más por un tema de no creer que eso era algo que valiera la pena difundir. Es como decidir quién era tu mejor amigo. A esa edad lo declaras y lo decís con total seguridad, incluso decidís con un chico ser mejores amigos casi de común acuerdo, pero no es algo que salís a gritar como si fuera un gol de Argentina.

Pero Violeta era nena y tenía una idea muy diferente de todo el asunto. Para ella el noviazgo significaba que yo le regalara mis galletitas, agarrarnos de la mano uno o dos minutos por día y, por supuesto, contarle a todas sus amigas – y mis amigos- al respecto.
Muchas veces escuchamos decir el cliché “los chicos pueden ser crueles”. La realidad es que son peor que eso y no se los puede culpar, de más de chico yo era bastante mierda. Y como es lógico, mis amigos en el mejor de los casos eran iguales o peores que yo.
Por eso la catarata de gastadas no se hizo esperar. Cantitos –  “azul colorado están enamorados” “Marian tiene novia” y “Marian y Violeta un solo corazón…” eran los hits más difundidos- notas que pasaban de mano en mano, corazones dibujados en el pizarrón. Toda excusa era buena para recordarme lo poco “macho” que me hacía tener novia, un planteo que sólo puede tener lógica cuando tenés menos de diez años.

De todas formas me lo aguante. Durante cuatro días me agarraron de punto y fui el destino de todas las cargadas que se le podían ocurrir a un grupo de cinco chicos de seis años en su infinita imaginación para la crueldad.
El problema es que Violeta no se lo bancó. Al parecer ella también estaba bajo constante bombardeo por parte de sus amigas. Pero ella, a diferencia mía, era nueva en la escuela, le costaba hacer pie todavía y por eso era más fácil de tirar al suelo. El jueves por fin tuvo suficiente y me dijo que no quería ser más mi novia.

En ese momento no me importó mucho, en realidad me alegró un poco, ya que me estaba sacando de encima las gastadas de mis amigos. Para la semana siguiente todos se habían olvidado de mi pequeña aventura amorosa y estaban ocupados gastando a “El Narigón” Ferreyra… por razones obvias.

Un año después Violeta se mudó de barrio y se cambió de colegio, nunca más la volví a ver. Y honestamente nunca espero volver a hacerlo.
Al principio dije que una de las cosas mágicas que tiene ser chico es la inocencia con que vemos todo. Por eso hoy me acuerdo de esa chica coqueta, dulce, que sabía dar la vuelta carnero mientras caía por el tobogán y que soñaba que se casaba de blanco conmigo. No me acuerdo si estaba buena o no, si tenía buenas gomas o como le quedaba el orto cuando usaba calzas.
Cuando empecé a escribir esto pensé en buscarla- por Facebook obviamente, no soy ningún Marlowe- pero después pensé en ella, o al menos en como la recordaba. Y pensé en Juanita también y en la sensación rara que me quedo después de verla de grande.

Así que preferí no hacerlo. Sé que si la busco automáticamente voy a pensar “le doy” o “no le doy” y eso mearía desde arriba de un andamio toda la imagen que me queda de ella. Mis hormonas ya cagaron mi inocencia bastante a trompadas y no pienso dejar que empeoren las cosas más todavía.
Tal vez tenga razón o tal vez sea un boludo, pero creo que a veces es mejor mirar a la época de la infancia y simplemente conformarse con añorar. 

12 oct 2011

Inocencia Asesinada (Parte I)

Siempre me llamo la atención una cosa: la cultura en general nos enseña a añorar la infancia. Es raro, pero pasa. Hay canciones, libros y películas que miran hacía esa época de la vida con nostalgia, cuando todo era más fácil, cuando todo parecía posible.

En mi opinión esa sensación tiene tres pilares, que a medida que vas creciendo se derriban y te convierten en lo que sos ahora:

1. Perdes la capacidad de imaginar de forma completamente desbocada.
2. Aprendes que el mundo es un lugar mucho más jodido de lo que pensabas.
3. Perdes la indiferencia al sexo opuesto.

Se que probablemente al leer la última parezca carne de diván, pero es la verdad. La inocencia en nuestra vida se acaba en el minuto exacto en que nuestras hormonas son lo suficientemente grandes como para comprar un arma y cagarla a balazos.
Eso así. Más allá de lo que me puedan decir sobre la amistad entre el hombre y la mujer, nunca ninguna relación con un miembro del sexo opuesto va a ser tan pura como cuando sos chico. Así, por lo menos yo, pienso que era mi noviazgo con Violeta.

De primer grado me acuerdo más sensaciones que historias. Los nervios de la noche antes, el miedo esa mañana mientras caminaba con mis viejos a la escuela, el desarraigo que sentí cuando se despidieron después de quedarse media mañana a modo de “adaptación”.
Pero probablemente lo que más recuerdo es la bronca que le tomé a la maestra. Era una vieja con cara de oler mierda constante y voz de pito. Todavía tengo presente el momento en él que nos hizo parar a todos enfrente del pizarrón, formando una fila de hombres y una de mujeres, yendo de menor a mayor en altura.
Así, cual sargento, nos fue ubicando un varón y una mujer en cada banco doble, poniendo a los más altos en los asientos del fondo y a los más bajos en los de adelante.

Mi compañera de banco resultó ser Violeta, una chica “nueva”, si por nueva entendemos que no había hecho salita de 4 y de 5 en nuestro colegio.
De más está decir que a los seis años no sos un pre-puber, así que no se sentís nervioso cuando hay una chica al lado tuyo y lo que es más, ni siquiera sabés lo que es un “silencio incómodo”, porque todavía no tenés esa convención social boluda de que callarte cuando no tenes algo que decirle a alguien es de “mala educación”.

Y aún, con todo eso, mi primera reacción frente a Violeta fue indiferencia. No era nada personal, pero antes de la mudanza yo estaba sentado con Pablo, mi mejor amigo del jardín, así que ese cambio me daba bastante por las pelotas.

Así pasó la primer semana de clases, sin que apenas me diera vuelta a hablarle. Hasta que un día algo me llamó la atención. Estábamos en el recreo largo – 15 gloriosos minutos en el patio – jugando al fútbol con una caja aplastada de Cepita que hacía las veces de pelota, cuando en un impas me doy vuelta y la veo a Violeta hablando con una amiga, mientras me señalaban y se reían.
No le di mucha importancia, pero si despertó mi curiosidad. Ese mediodía, cuando mi viejo me pasó a buscar por la puerta de la escuela, se lo comenté. Fue en ese momento cuando me dio uno de los pocos consejos que llegó a compartir conmigo sobre las mujeres y que aún hasta hoy sigue teniendo su cuota de verdad.

Papa H
Te voy a explicar algo Marian. Cuando un hombre mira a una mujer es por tres razones posibles: le gusta, le pareció llamativamente fea o notó algo que le despertó la atención
En cambio, cuando una mujer mira a un hombre puede ser por 200 razones diferentes y es casi imposible saber cuál es la correcta. ¿Entendes?

Marian
No.

Papa H
Está bien, no te preocupes, ya lo vas a entender. Mi consejo ahora es que esperes a ver qué pasa, creeme que si es algo de lo que vale la pena enterarse, tarde o temprano te vas a terminar enterando.

Marian
Bueno

Siguiendo su consejo esperé y esperé casi una eternidad. Claro que cuando sos chico todo, incluso el tiempo, parece ser más grande de lo que en realidad es y, en este caso, mi “eternidad” duró unos cuatro días.
Al quinto, durante la hora de gimnasia, la amiga de Violeta se me acercó y me confesó de que se reían. Al parecer mi flamante compañera de banco gustaba de mí e incluso había soñado que nos casábamos.

Mi reacción inicial fue de rechazo absoluto, aunque para el final del día ya empezaba a convertirse en curiosidad.
Esa misma tarde de viernes el azar se metió en el medio. Mi mamá me llevó a una plaza no muy grande que quedaba a dos cuadras de nuestra casa. Y ahí estaba Violeta, colgada de cabeza en una trepadora, mientras su vieja le gritaba que se bajara, sin saber si correr para atajarla o para darle un chirlo.
Mi primer pensamiento fue “rajemos”. Pero mi extremadamente sociable madre reconoció a mi compañera de banco y a su momentáneamente histérica progenitora.

Básicamente no me quedó otra que agachar la cabeza y jugar con ella, mientras largaba por lo bajo las pocas puteadas que conocía.
Entonces pasó lo inesperado. Me divertí mucho. Violeta era ágil para treparse, hacía todo tipo de piruetas que ni yo me animaba a hacer, y eso que yo era bastante indio de chico.
Tanto disfrutamos que nos terminando poniendo de acuerdo para volver a encontrarnos al día siguiente en esa misma plaza.

Termina en Inocencia Asesinada (Parte II)