31 dic 2011

Cuestión de Instintos (Parte II)


Entonces llegó el mail, uno inocente, como cualquier otro. Hacía cinco años que habíamos terminado la facultad y Luis –uno de mis ex compañeros- proponía una juntada aniversario, con todos los que habíamos cursado juntos el último año.
Me pareció divertido y acepte, sin pensar siquiera en las dos cosas que me iban a jugar totalmente en contra. Primero, Luis había puesto la regla de “ex compañeros solamente”, es decir que no valía llevar esposas, novios, novias ni nada parecido. Segundo, no tuve en cuenta que muy probablemente Natalia iba a estar ahí.

Así que fui nomas, confiado en mí mismo y contento de reencontrarme con tanta gente que hacía mucho que no veía. Sabía que iba a ser raro, dejamos de vernos en una edad en que cinco años es mucho. Varios de mis compañeros ahora tenían 30, lo cual era loco para mí, que a los 28 todavía no me sentía del todo un adulto.
Pero la fiesta, fiel a todo tipo de reencuentro, giró en torno al pasado. Y como buen fenómeno de memoria colectiva, por esa noche todos nos volvimos a portar como pendejos sub-25. Nos juntamos en una terraza con música al palo a tomar, comer, tomar, hablar y tomar.
La noche avanzaba sin mucha novedad. Curiosamente, no había pensado ni preguntado por Natalia en ningún momento, hasta que tipo una de la mañana le llegó un mensaje a Luis.

Luis
(mirando el celular)
Ah, ahí estaba la que faltaba. Natalia esta abajo.

Termino de decir esto y me miró con una sonrisa cómplice. Luis había sido uno de mis compañeros del grupo de trabajo y había percibido siempre la onda que teníamos Natalia y yo. Incluso, más de una vez, me había jodido con que nosotros éramos una cuenta pendiente, que tarde o temprano iba a tener que saldarse. O, como lo puso él, tarde o temprano nos íbamos a terminar recontra cogiendo, porque era algo de piel, una atracción instintiva.
Admito que cuando Luis bajó a abrir se me hizo un nudo en el estómago. No esperaba encontrarme con ella de vuelta y no sabía con que iba a encontrarme, aunque más me preocupaba como iba a encontrarme Natalia a mí. Habían pasado cinco años desde la última vez que nos vimos cara a cara y, si bien estaba en buena forma, no era el mismo que a los 23. Tenía un poco menos de pelo, un poco más de panza –casi imperceptible, pero ahí estaba- y un lustro más en mi haber. Estaba diferente.
Pero entonces me sacudí todo eso. Al carajo con cómo me viera, estaba en una de las relaciones más positivas de mi vida. Tenía a una flaca tierna y copada que me quería y yo la quería a ella. Y lo más importante de todo: teníamos futuro.

Demás está decir que en cuanto la vi entrar a Natalia se me movió toda la estructura, desde el tanque de agua hasta el sótano. Si ya se, soy predecible, pelotudo… hombre en resumen. Todo eso es cierto. Sin embargo, también es cierto que hay personas que te pueden, sin importar en que momento de tu vida estés, ellos aparecen y encuentran la manera de volverte loco una y otra vez.
Y ahí estaba una de ellas, saludando enfrente mío, tan linda como la última vez que la vi. Si, tenía el pelo más corto, estaba un poco más rellenita y se había sacado el arito de la nariz que llevó durante todo el último año, pero seguía siendo ella.

Como toda reunión de varias personas –seríamos unos 12- era imposible mantener una conversación totalmente integrada durante mucho tiempo. Estuvimos un rato hablando los doce. Después, fuimos cinco. Eventualmente quedamos Natalia, Luis y yo. Y, cuando me quise dar cuenta, Luis había desaparecido, estábamos solos, como siempre terminaba pasando.
Hablamos durante un buen rato, contándonos de nuestras vidas adultas, poniéndonos al día y recordando cosas de la facultad. De forma casi inevitable llegamos al tema de su novio –ahora ex novio- y de cómo su relación se había disuelto casi sola hacía un año. Entonces me tocó a mí. Maquillé un poco la verdad, reduciendo la cantidad de chicas que se me habían cruzado en cinco años. Hable de Marcela, de Leticia y de Flor, dejando un poco de lado los detalles escabrosos y concentrándome más en las lecciones que había aprendido, como sugiriendo cierta madurez, cierto crecimiento y a la vez sonando desapegado, dejando claro que todas eran historias cerradas.

Ok, básicamente me la estaba chamuyando, ¿si? Aparte todo el mundo sabe que cuando te pones a hablar con una flaca de tus ex es una clara marca en el camino, un cartel de neón que te dice “Puede llegar a pasar algo”. ¿Por qué pasa? No sé. Tal vez es una forma de medirse el uno al otro o tal vez es como el viejo cuento de los dos piratas que se sientan a la mesa de un bar para comparar heridas.
El punto es que uno siempre trata de quedar bien con el otro. Si yo dijera “En 5 años salí con 20 mujeres y todas me dejaron” no quedaría muy bien que digamos, así que preferí contar las cosas a mi manera.

Para esa altura eran casi las cuatro de la mañana. Estábamos sentados solos en un rincón, mientras los demás hablaban y fingían no darse cuenta de lo que pasaba a cuatro metros de ellos. La química entre nosotros estaba completamente reinstalada y absolutamente todo estaba dado. Fue entonces cuando Natalia, en una muestra de madurez, puso todas las cartas arriba de la mesa.

Natalia
¿Te das cuenta que vos y yo siempre terminamos igual?

Marian
¿Cómo?

Natalia
Charlando solos, a veinte centímetros el uno del otro, diciéndonos cosas que nunca le diríamos a nadie más

Marian
Sí, siempre tuvimos esa química rara vos y yo.

Natalia
(con voz timida)
Es verdad. Me acuerdo que en la facultad me re podías vos.

Marian
(con una sonrísa a medio asomar)
 Vos a mi también. Lástima que estabas de novia en esa época.

Natalia
Si bueno… igual ahora ya no estoy de novia. Vos también estas solo, ¿no?

Dijo eso y me dio esa mirada inconfundible que te dan las mujeres cuando está todo dicho, esa mirada que pide a gritos “besame”.
En ese momento todo lo que creí tener tan claro, todo el futuro que había imaginado con Cecilia pareció borronearse.

Marian
(casi susurrando)

Y con esa simple palabra me acerqué y la besé. Eso es lo increíble y traicionero de las cagadas, especialmente de las que son grande como la cancha de River. Cuesta poco tiempo y poco esfuerzo mandártelas, pero por lo general cambian completamente el rumbo de tu vida. Y la verdad que vivir con las consecuencias de una decisión que tomaste en un instante por el resto de tu vida es bastante jodido… y hasta injusto.
Pero por desgracia es así. Te lleva dos segundos decidir no ponerte el forro y después te pasas el resto de tus días pelando contra el SIDA. Así de directas pueden llegar a ser las cosas a veces.

Yo ahora estaba en esa situación. En un segundo y con una palabra había decidido cuál iba a ser el curso del próximo mes de mi vida, o mi doble vida en este caso.
Sé que es una pelotudez lo que voy a decir, pero toda la situación me hacía sentir un toque James Bond. Nunca había estado con dos minas a la vez, así que para mí todo el asunto de fabricarme huecos, poner excusas e inventar situaciones era algo nuevo y de alguna forma emocionante.

24 dic 2011

Cuestión de Instintos (Parte I)

Los hombres somos infieles. En realidad, si le hiciéramos caso a aquel dicho de los cuernos y la muerte, podríamos decir que tanto hombres como mujeres somos infieles.
Pero, por alguna razón, al hombre se le enrostra ser el peor de los dos, tal vez por ser débil o por pensar con el pito en vez de con la cabeza.
En teoría hay un motivo biológico evolutivo que, a grandes rasgos, dice que el hombre tiende a buscar la mayor cantidad de parejas posibles para asegurarse que su descendencia perdure. Eso es lo que me explicó mi hermana Gabriela, pichona de psicólogo, a mí la verdad me suena a una excusa para mandarse cagadas.

Con todo, yo siempre encontré que la fidelidad no me cuesta en lo más mínimo. Cuando estoy con una mujer no me desesperó pensando en todas las demás que “me estoy perdiendo”, sino que disfruto de la persona que tengo al lado.
Pero, como dije al principio, los hombres “somos” infieles, lo que quiere decir que yo en una ocasión cumplí con esta regla.

Durante 28 años había logrado ser fiel en cada una de las relaciones que había tenido. Ok, sé que muchas no fueron muy largas que digamos, pero el compromiso de no hacer pelotudeces siempre estuvo presente. Por desgracia, con Cecilia no pude mantener la buena conducta, a pesar de que ella lo merecía. Fui víctima de lo que popularmente se conoce como “calentura retroactiva”

Por eso la historia no empezó cuando la conocí a ella, sino cinco años antes, cuando en el último año de la facultad caí en el mismo grupo de trabajo que Natalia. Teníamos más o menos la misma edad – un par de años menos que el resto de nuestros compañeros- e inmediatamente nos entendimos. Nuestras cabezas iban para el mismo lado, había química para trabajar, para conversar de la vida y hasta para hacer chistes. Y como si todo esto fuera poco, estaba más buena que una paella a la valenciana.
El problema era que había otras cosas. De su lado un noviazgo de dos años que era resistente a cualquier cosa (salvo al tiempo, como lo comprobaría después). De mi lado una psicóloga, amiga de mi hermana menor, a la cual ni se me ocurría boludear, más por miedo a las represalias que podía tomar Gabriela que por otra cosa.

En fin, era una situación muy simple. Había muchas ganas de entrarse enfrentadas directamente con nuestras ganas de no cagar a nuestras parejas de ese momento.
Casi de forma tácita la relación se enfrío. Una vez que terminó la facultad empezamos a hablar menos y prácticamente dejamos de vernos. Esto último no fue tanto por miedo, sino por cosas de la vida. Eso sí, nunca perdimos contacto del todo, seguían circulando mails y algún que otro chateo ocasional.

Ahora sí puede entrar en escena Cecilia. La conocí haciendo unos cursos que me pedían en el laburo. Me llamó la atención desde el principio porque era una persona muy alegre. Siempre parecía estar de buen humor, poniéndole onda a las cosas, incluso las que no tenían ni un poco de onda. Tenía una de esas bellezas raras. Ya sé lo que piensa más de uno:

“Simpática” + “Belleza Rara” = FEA

Pero no era así. Tenía una de esas bellezas que van creciendo adentro tuyo. Al principio no lo notas, pero con el tiempo te vas dando cuentas de pequeños detalles y cosas que hacen que esa persona te termine gustando. Sonrisas, gestos, formas de decir las cosas… todas boludeces muy chiquitas, que en suma te pueden.
Así me pasó con Cecilia. Por eso a la salida de la tercer clase – el curso tenía 4 – le pregunté si le gustaría ir a tomar algo. Sé que me la jugué un poco, porque hasta ese momento no habíamos hablado prácticamente nada… en parte por eso había esperado hasta una de las últimas clases.
Por suerte, ella sonrío y dijo que si, que le gustaría, pero que en ese momento tenía que irse para otro lado. Para mí la situación tenía un olor increíble a excusa, de esas que te ponen las mujeres para no decirte “no” de frente.

Ah, ya que estoy aprovecho el espacio para hacer una advertencia a las mujeres. Los hombres nos damos cuenta de cuando nos meten un bolazo de ese tipo. Y créanme que suena tan fuerte y claro como un NO, pero es peor todavía, porque parece que nos estuvieran tomando por boludos.
Aparte, piensen que no todos los hombres se lo toman igual de bien. A muchos si les decís algo como “justo mañana no puedo” les estás dejando la puerta abierta para que insistan más adelante. Ojo, no lo hacen porque no sepan leer una indirecta, sino porque creen que la perseverancia da frutos o tal vez para vengarse por ese NO enmascarado, haciendo que la mina se vea de vuelta en la incómoda situación de gambetear su avance con el mayor decoro posible.

Volviendo. Estaba a punto de mandarla a la mierda mentalmente e irme sílbando bajito cuando ella soltó un “pero”. En general cuando te vez venir un “pero” o un “sin embargo” de una chica que te gusta no está para nada bueno. Suelen ser frases como “Me gustaría salir con vos, pero…” o mucho peor todavía “Sos re buen pibe, pero…”.
En este caso no funcionó así, sino que fue todo lo contrario.

Cecilia
…ahora no puedo, porque tengo que ir para otro lado. Pero si querés te doy mi celular y arreglamos algo para mañana ¿Te parece?

Obvio que me pareció. Intercambiamos celulares y al otro día salimos juntos.
Cecilia era una de esas mujeres que, por alguna razón, crecen y nunca dejan de provocar cierta ternura. Es raro de explicar, era inteligente, madura, responsable y todo eso. Sin embargo había algo raro en ella, que te provocaba una especie de respuesta paternal. Querías comerle la boca de un beso, pero también querías limpiársela con una servilleta si se la ensuciaba. Querías tener sexo con ella, pero a la vez querías ponerla en la mesa de luz, mirarla y sonreírte.
No sé si suena enfermo o tiene sentido lo que trato de decir y la verdad no me interesa, estoy seguro de que cualquiera que haya estado en una relación así entiende a que me refiero. Era como una respuesta instintiva, ella me hacía aflorar la actitud de macho alfa de manada, que quiere proteger a su pareja.

Habíamos salido un par de meses bastante intensos, viéndonos dos o tres veces por semana y hablando prácticamente todos los días. Incluso pasamos dos fines de semana enteros juntos. Viendo para atrás, ella daba signos de estar enamorándose de mí y la verdad que no me molestaba para nada. Cecilia cada vez me gustaba más y llegue a creer que esta podía ser algo que me gusta “La Relación”.

“La Relación”, con mayúsculas, es algo que te marca. A lo largo de la vida podes tener muchas parejas y conocer muchas minas que te partan la cabeza al medio, pero solamente una te va a marcar. No importa si la relación dura dos semanas, tres años o toda la vida; puede ser el primer noviazgo de tu vida o el último, que acaba de empezar (o terminar). Esa relación se vuelve tu parámetro, tu vara con la que vas a medir todas las relaciones, sean tuyas o ajenas, y en la que vas a pensar cada vez que se hablen temas de pareja.

En 28 años me había cruzado con muchas chicas que me gustaron y me marcaron a su manera: Clara, Marcela y otras que no todavía no llegue a contar. Pero por primera vez estaba dispuesto a jugármela por una relación. Mi cabeza empezaba a volar, pensando en el futuro: presentarle a mi vieja, irnos de vacaciones juntos, no se… comprar un gato.
Y sabía que ella estaba en el mismo lugar que yo. Durante dos meses todo pareció perfecto.

15 dic 2011

El Equilibrio del Mundo (Parte II)


La segunda vez que vino a una fiesta paso algo inesperado. No sé si fue suerte, alcohol o el hecho de que había pasado las tres semanas que llevaba de laburo percudiendo de a poco el murallón de desprecio que ella había levantado – tal vez fue una combinación de las tres-, pero para las dos de la mañana me di cuenta que habíamos estado las últimas dos horas hablando solos. Al final de la noche terminamos yéndonos juntos.

A la semana siguiente, cuando volvimos al trabajo, me encontré con la misma actitud forra de siempre. Por su puesto que no me preocupé, sino que me pareció lo más lógico del mundo, en el laburo había que caretearla para evitar quilombos, roturas de pelotas y rumores al pedo.
Lo raro empezó cuando me di cuenta que la actitud no se limitaba a la oficina, sino a todo. No contestaba los mensajes, me ignoraba por chat –el ICQ en esa época- e incluso me ignoro cuando nos cruzamos en el colectivo.
Mi primer pensamiento fue que se había arrepentido de lo que había pasado la semana anterior y que por eso se portaba de esa forma. Sin embargo, al jueves siguiente se quedó con nosotros y buscó cada oportunidad que tuvo para estar a solas conmigo, esperando que la bese. Y si leyeron al principio, saben que soy hombre y que los hombres nos tropezamos veinte veces con la misma piedra, o cincuenta si la piedra está buena… Así que terminé cediendo otra vez.

Durante la siguiente semana pasó exactamente lo mismo. Para variar  -o mejor dicho para no variar- volví a mandarme la misma cagada. Sin embargo, esa vez estuve un poco más lúcido y le hable a Jazmín sobre la situación, que ya empezaba a hacerme un poco de ruido. No hablábamos nunca, excepto en las salidas con gente del laburo, en las que inevitablemente terminábamos juntos.
Sé que en este punto cualquier hombre que este leyendo esto se acaba de agarrar la cabeza mientras piensan “¡Que pelotudo!”. Y la verdad que viéndolo a la distancia, si, fui bastante boludo.
Para los que no se agarraron la cabeza todavía, acá va la explicación para que lo hagan. Si analizamos todos los elementos de esta historia encontramos que tenemos:
1. Una mujer que esta buenísima.
2. Una mujer que no solo esta buenísima, sino que está dispuesta a tener sexo un promedio de una vez por semana y, lo más importante de todo, conmigo.
3.  Una mujer que no solo esta buena y quiere tener sexo conmigo semanalmente, sino que no le interesa ningún otro tipo de interacción. No hay histeriqueos, vueltas ni sentimientos involucrados.
4. A todo esto yo me le planto un día y le pido que tengamos una “charla” al respecto.

Si, ya se… “¡Que pelotudo!”.
 
Creo que no hice preguntas patéticas como “¿Qué significa esto?”, “¿Para dónde vamos?” o “¿Qué somos?, aunque me faltó poco.
Por supuesto que la mina estaba buscando algo como lo que venía pasando, superficial, despreocupado e informal. Y por más que yo le asegure que estábamos en la misma, el daño ya estaba hecho.
Esa ínfima charla de diez minutos aterró a Jazmín. La relación siguió como venía hasta ese momento, pero la idea de que yo quería algo más se había implantado en su cabeza. Por eso comenzó a alejarse más, que en su caso significó una cosa: volverse más asquerosa todavía, pero no en general, sino exclusivamente conmigo.

Esto nos lleva al último eslabón de esta gran cagada.
Como dije al principio, el equilibro de Jazmín en el eje belleza/asquerosidad era muy frágil. El problema es que ella ahora se había vuelto más asquerosa, pero seguía estando igual de buena. Eso destrozaba el equilibro completamente. Su nivel de belleza ya no alcanzaba a cubrir lo asquerosa que era.
De golpe las pocas interacciones que teníamos me molestaban. Me rompía las bolas su forma de mirar, su expresión, su voz, la forma que tenía de hablar… todo. Ni el sexo asegurado que me esperaba esa noche me parecía suficiente.

Irónicamente, cuando en el boliche se me acercó como solía hacer, yo me comporté de forma asquerosa con ella.
Esa situación me dejó una gran enseñanza: si las mujeres tiene una lógica parecida de simpatía/belleza, en esa escala yo tengo muy poca tolerancia. A la segunda respuesta cortante Jazmín me dijo que era un tarado y me mandó a la mierda.
Después de eso las cosas en el trabajo siguieron normal. No me habló, no me saludó y no me dio bola. La única diferencia fue que su actitud no duró una semana, sino los tres meses que pasaron hasta que cambió de trabajo.

En realidad fue la dejada más tácita y abrupta que tuve, es como esa metáfora pelotuda de la curita, si te la arrancan de golpe duele menos. La verdad es que para mí no hizo mucha diferencia, aunque si me cambió.
No aprendí mucho sobre cómo evitar tropezar una y otra vez con las mismas cosas, pero si entendí lo importante que era el equilibrio. Porque fue eso los que nos condenó, mi decisión de romper el fino balance que nos lograba mantener juntos.
Durante varias semanas me putie a mí mismo por haberlo hecho, pero un día me cayó la ficha. Algo que era tan difícil de mantener equilibrado entre lo que me gustaba y lo que no tal vez – y solo tal vez- no valía la pena el esfuerzo, porque podría haber puesto todo de mí para que funcionara, pero al final la más mínima brisa nos hubiera hecho caer.

8 dic 2011

El Equilibrio del Mundo (Parte I)

Una idea muy difundida sobre las mujeres, y entre las mujeres, es que las lindas tiene la vida más fácil. Por el simple hecho de ser atractivas, tienen ventajas de todo tipo y acceso a más cosas.
La razón sería simple: los hombres somos superficiales y pajeros, por lo que una mina linda nos puede. Y haciendo una autocrítica de género, tengo que decir que esa idea tiene su cuota de razón, pero no es algo absoluto. Y eso lo entendí cuando conocí a Jazmín.

Todo empezó por un quilombo en el laburo (una historia que les contaré más adelante) que me obligó a renunciar. Así que después de unas breves semanas de desempleo, termine cayendo en una oficina del centro.
El trabajo era básicamente aburrido, como suelen ser casi todos los trabajos… salvo que seas uno de los elegidos que tiene un laburo copado o un freak que le gusta llenar planillas de Excel todo el día.
Sin embargo, había algo que me atrajo mucho de mi nuevo laburo y era la gente. Más relajada, de esa que le gusta juntarse después de salir a tomar una cerveza, sin importar mucho si es martes o viernes.

Demás esta decir que no me costó mucho trabajo acoplarme a un grupo como ese. A las pocas semanas ya era un participante habitual de cuanta joda se organizara y por supuesto –como buen animal que tropieza treinta veces con la misma piedra- ya estaba fichando que compañeritas lindas tenía.
Ese es otro de los grandes embrutecimientos del hombre con el sexo. En primer lugar el hombre a punto de tener sexo no escucha razones. Por más que le adviertas que si lo hace dentro de siete días va a salir una morocha del televisor y lo va a matar, el tipo va a ir y va a coger igual.
En segundo lugar, si por esas cosas de la vida llegará a zafar a la primera… va a ir de vuelta, sabiendo la que le espera si lo hace, y va a volver a garchar de todos modos.

Ahora que dejamos eso en claro sobre los hombres, yo – como buen ejemplo de mi especie- demostré que no había aprendido absolutamente nada de mis experiencias pasadas. De todas formas, lo que me crucé fue algo mucho más complejo de lo que esperaba.
No tardé en ubicar a una chica bastante linda que trabajaba de recepcionista a la tarde. El problema es que no salía seguido con la gente de la oficina. De hecho, no salía nunca. Por eso cuando una vez una de las chicas la convenció de venir un rato, decidí no perder el tiempo y caerle como un yunque.
Lo que me encontré fue algo paradigmático, algo de lo que había escuchado hablar, pero que nunca pensé cruzarme. Apenas me acerqué me choque con una pared invisible formada por su personalidad. La flaca era lo más ortiva que había visto en mi vida.

Como dije al principio, lo de que las chicas lindas obtienen lo que quieren es en parte verdad, pero no del todo. Hay otras variables que son importantes: inteligencia, simpatía, la accesibilidad que aparenta, etc.
Con el pasar de los años descubrí que esto se puede simplificar mucho más y llevar a un campo de dos variables solas, como si fueran las aburridísimas y tan odiadas X e Y.
Voy a explicarlo, tratando de que no parezca un teorema, porque yo no la pasaría bien escribiéndolo y creo que a nadie le coparía mucho leerlo.

La cosa es simple. Si tomamos la variable X como la belleza y la variable Y como la personalidad, podemos decir que a determinado nivel de belleza, la mujer puede manejar determinado nivel de antipatía sin que a nadie le importe mucho.
En porteño diríamos que cuanto más buena estás más asquerosa podes darte el lujo de ser, total los hombres a tu alrededor van a estar demasiado ocupados viéndote las tetas o el culo como para reparar en tu mirada de desprecio o tu actitud de “señora-bienuda-pasando-por-la-puerta-de-hospital-público”.

O sea, la ley de “lo más bueno para la que está más buena” funciona, siempre y cuando allá una coherencia, un equilibrio entre esas dos variables. Si una chica medianamente linda se comporta con asquerosidad a nivel supermodelo, entonces es probable que su belleza no le sirva para mucho.
La contracara de esto sería, por supuesto, la fea que está obligada a ser lo más buena onda posible. Pero esta historia no trata sobre eso.

Volviendo a Jazmín, la cuestión no era tan simple. Por alguna razón no lograba decidirme para qué lado se inclinaba la balanza. Tenía siempre cara de orto, pero cuando le arrancabas una sonrisa te quedabas helado. Te miraba con asco, pero tenía unos ojos verdes increíbles. Pasaba sin siquiera hablarte aunque la saludaras, pero no te importaba porque estabas ocupado mirándole las terribles gomas que con tanto orgullo llevaba… si, perdón, se me acabaron las imágenes poéticas.
La idea igual se entiende. Era tan asquerosa y a la vez tan linda que no podías decidir qué hacer. Así que llevado por la inercia que me había dado el impulso inicial, seguí para adelante. Y contra todo pronóstico tuve éxito.