28 jun 2011

Pareja de Terapia (Parte I)

Cada persona busca una forma diferente de entenderse a sí mismo. Los caminos para eso pueden ir desde la meditación hasta escribir un blog que no lee ni tu vieja. Pero de todos el camino más común es la terapia.
Y este es un punto interesante, porque a la hora de hablar psicólogos tenes los dos extremos.  Por un lado los que piensan que si vas a terapia es porque te tuvo que pasar algo traumático, como encontrarte a tu viejo vestido de mucamita sexy y lamiéndole los pezones a su “mejor amigo” Anselmo. Por el otro están los que son incapaces de tirarse un pedo sin antes consultarlo con su terapeuta, ya que no están seguros del significado simbólico a nivel inconciente que ese pedo puede tener.
Yo en general soy más tibio en ese tema. En su momento fui al psicólogo por diversas cuestiones y eventualmente me dí el alta, después de haber sido el conejillo de indias de una estudiante de psicología.

Todo empezó con el cumpleaños número 19 de mi hermana Gaby, que es unos cuatro años y medio menor que yo. Como ya comenté alguna vez, ella es estudiante de Psicología en la UBA, universidad famosa por su gran población de minas. Obviamente, esa noche la parte del bar que había contratado para el festejo tenía una población mujer-hombre de 4-1.
Yo venía recientemente soltero, tenía barra libre por ser el hermano de la cumpleañera y encima estaba con mi amigo Jorge. La suma de esos tres elementos eran suficientes como para terminar encarándome a todo lo que anduviera en dos patas y tuviera tetas.

Una realidad sobre los hombres es que a medida que pasan los rechazos y las horas de una noche, sus estándares comienzan a bajar más y más. Así fue como Jorge termino con Bigo, compañera poco agraciada de mi hermana que ganó su apodo por los notorios vellos que tenia sobre su labio superior.
Afortunadamente yo gané a tres rechazos y dos horas del desastre, cuando terminé en brazos de Camila, una chica rubia, algo rellenita y de aspecto intelectual. Y no solo fueron unos besos, sino una primera salida, porque terminando la noche la convencí de hacer el proverbial bajón en una pizzería cercana.

Ahora otra realidad, pero sobre las/os estudiantes de Psicología. Ellos tienden a analizar todo y a todos, lo sé porque vi como mi hermana se lo hacía a mis viejos, especialmente a mi vieja. Cada síntoma o neurosis que leía en los libros lo linkeaba con algún conocido, excepto conmigo, ya que yo se lo había prohibido bajo pena de recontra cagada a patadas en el culo.
Por supuesto, no tuve en cuenta que Camila estaba en la misma que mi hermana, por eso me agarró muy de entrada y con la guardia baja.

Llegamos a la pizzería de Chacarita - esa que queda en frente al cementerio- y decidimos pedir empanadas. Cuando me trajeron la empanada de jamón y queso, gorda, caliente y con agujeritos en la masa que amenazaban con convertirse en géiseres de vapor y aceite hirviendo, decidí no jugármela y pedir cubiertos, par no terminar chorreado hasta los codos.

Camila
(con tono de terapeuta)
Es raro que pidas cubiertos para comer una empanada ¿Sabías?

Marian
¿Por?

Camila
(o al menos una versión resumida de todo el cuento que me largó)
Porque el hecho de que no quieras usar la mano significa que, de alguna forma, sentís las manos sucias por algo malo que hiciste y que quedó impreso en tu inconciente. Comer con la mano es un acto básico, de sexualidad, por lo que es probable que tu problema venga desde la etapa sexual de tu desarrollo. Hasta que no repares ese daño que dejo tus manos sucias tu ello no te va a permitir volver a comer con la mano.

Silencio incómodo

Marian
(tratando de romper la tensión con un chiste)
Mi amigo Jorge diría que un tipo que no come la empanada con la mano se acaba de hacer la paja y no usa la mano porque no da…

Silencio incómodo bis

Camila
(resumida)
El hecho de que te apoyes en un amigo para hacer un chiste que no sabés si me va a gustar o no es una proyección, que claramente denota inseguridad y falta de confianza.

Se que en ese momento debería haberla mandado a la puta madre que la remil parió. Pero en lugar de eso, herido en mi orgullo y tratando de demostrar algo, agarre la empanada con las dos manos y la mordí, salpicando de aceite mis manos y gran parte de la mesa

Marian
(con la boca llena y dejando traslucir la muzzarella pegada en su paladar)
Vez podque quedia loz cudietoz

Esta vez se rió y cambiamos de tema. La primer cita quedó salvada, pero por poco.
Después de eso la acompañe hasta su casa  y despedimos la noche con unos cuantos besos, pero sin que pasara a mayores.

A la semana siguiente volvimos a salir. Fuimos al cine a ver no me acuerdo que comedia romántica, superficial y totalmente intrascendente. Sin embargo ella aprovecho para hablar largo y tendido sobre los conflictos psicológicos y las motivaciones ocultas de los personajes. Yo acompañe sus monólogos con “ajas” y “claros”, pero por dentro no podía evitar pensar “¿de que carajo me esta hablando esta piba?, es una película boluda de Hugh Grant, ¿da para tanto análisis?”
Esa noche terminamos de nuevo a los besos, pero bastante más subidos de tono. Yo venía más embalado que Schumacher en la última curva, pero ella me frenó en seco (remarcó como key words que puse “ella”, no “yo” y “frenó” no “fui”).
 Justo en la mejor parte me dijo que tenía que irse, dejándome golpeando el volante del auto a los frentazos, por no decir más al palo que un burro en celo.

Esa noche volví caliente a mi casa –en los dos sentidos de la palabra- y me encontré a Gaby recién llegada de una salida, bajoneando en la cocina.

Marian
¿Qué onda tu amiga boluda?

Gaby
¿Quién? ¿Cami? Es un toque extrema, ¿no? El tema es que es híper Freudiana, nada que ver conmigo que soy Lacaniana.

Marian
De que carajo me hablas ¿Signos del zodíaco? Lacaniana, Freudiana, para mí es todo lo mismo. Y hablando de signos del zodíaco ¿Tu amiga no será del 28 de agosto, no?

Gaby
(tardando un segundo el procesar el chiste)
¿De virgo? Ah, ja, no boludo, virgen no es. ¿Por? ¿Se hace desear?

Marian
Si, no se, es raro. Como que se le nota que tiene ganas, pero se contiene

Gaby
No sé. Tendrás que hablarlo con ella

Transcribiendo el dialogo noto recién ahora la similitud con una sesión de terapia y pienso que cuando la vea a mi hermana se va a comer una recontra cagada a patadas en el culo retroactiva.


De todas formas decidí seguir su consejo


Termina en Pareja de Terapia (Parte II)



21 jun 2011

Sugus de Menta

Aunque no quieran aceptarlo todos los grupos de mujeres tienen una jerarquía. Se ordenan por actitud, estilo y, para la mirada masculina, belleza. Entonces, como es lógico, en la base de ese tótem maquillado y perfumado encontramos a “la fea del grupo”.

Todo grupo que se jacte de ser tal tiene a una de las chicas que es implícitamente declarada la fea, volviéndose el caso de caridad de todas las demás. A veces la diferencia puede ser sútil, a veces no, incluso muchas veces la chica no es fea en sí, pero por algún azar del destino (o por comparación) esta en el fin de la cadena alimenticia de ese grupo.  En otras palabras, cuando van a un boliche por lo general los pibes encaran primero a sus amigas.
No son perdedoras, ni mala onda, ni marginadas, simplemente ocupan el último orejón del tarro. Son algo así como el sugus de menta: a nadie le gusta demasiado, pero sin embargo siempre alguno se lo come y, comúnmente, es el último en ser comido, casi por descarte diríamos.

Y para las que leyeron el anterior párrafo y ya me tildaron de “superficial hijo de puta” sepan que no es una cosa mía. Es algo que pasa de verdad, lo vi, e incluso lo viví a la tierna edad de 17 años, una noche que dije “ya fue” y me comí un sugus de menta.

Todo empezó  un día de Julio en el cumpleaños de una amiga mía. En esa época yo estaba saliendo con Clara, por lo que estaba feliz y rebosante de autoestima… o sea flotando en una nube de pedo marca Lamborgini.
Llegamos a la casa de Ariel (si si mi amiga se llama como La Sirenita) y nos presentó a sus amigas. Fiel a mí en ese momento no retuve ni un nombre, pero como buen ser con bolas hice un rápido scan: le das, le das, zafa.
La noche paso entre boludeos, chistes y charlas al pedo. A lo largo de la noche noté que “zafa” me miraba bastante, pero supuse que era mi ego temporalmente inflado que se estaba alimentando a sí mismo.
15 minutos después llegó la confirmación. No se de que pavada hablaban y yo tiré un chiste malo, no malo, horrendo, si no hubieran sido mis amigos probablemente me habrían desterrado de la fiesta o colgado boca abajo de la baranda del balcón mientras me escupían por haberles arruinado de tal manera la noche. Entonces en el silencio que precede a las miradas acusadoras que dejan leer un “que chiste de mierda que acabas de hacer” se escuchó una risa fuerte, estridente y muy pero muy sobreactuada. Era de “zafa”.
Para el final de la noche varias personas, incluidas amigas mujeres, señalaron que ella estaba claramente atrás mío. Pero yo estaba en la mía.

Dos meses después “la mía” estaba más rota que la carrera de Val Kilmer. Clara me había dejado cuando la cosa empezaba a marchar sobre ruedas y mi autoestima paso de “globo de piñata” a “forro tulipán pinchado y tirado sin usar”.
Ese fin de semana salimos de vuelta con Ariel, que justo había decidido traer a sus amigas. Promediando la noche, mientras ensayaba unas contorsiones doloras de hacer y aún más dolorosas de ver (a las que yo llamo “bailar”) Ariel se me acercó y me toco el hombro. Me agache para igualar su metro y medio y, con voz cómplice, me dijo al oído.

Ariel
Boludo… Erika está re atrás tuyo

Marian
¿Quién?

Ariel
¡Erika!

Respondió ella mientras señalaba a “zafa”, que bailaba a unos metros nuestros mirándonos sin mirar.
Pensé unos minutos y al final decidí que “ya fue”. Me la iba a comer, aunque sea para levantar un poco el ánimo esa noche. Así que me acerque, bailamos un rato, le dije dos frases más o menos simpáticas y listo, le estampé un beso. Terminada la noche la despedí confiado de que nunca más iba a pasar nada.
Obviamente estaba equivocado. Ciego como estaba (o boludo como soy tal vez?) no vi que Erika era la base del tótem y que Ariel me había usado para cumplir con su acto de caridad. Y, como buen sugus de menta, una vez que te lo comiste el aliento y el sabor a fresco te duran, aunque no lo quieras.

No puedo acusar a Erika de pesada, porque realmente la pobre no lo era. Sin embargo tenía grupos de presión que trabajaban por ella. Eran como los gordos con olor a choripan y vino tinto que reclutan gente para los actos políticos, sólo que en lugar de ser unos tipos con dudosos antecedentes penales y una cara que mete miedo, eran tres pibas de Paternal con muchas ganas de romper las pelotas!!.
Así sufrí dos largas semanas de campaña, con sloganes como “¿Querés que te pase el teléfono de Erika?” “Mira que Erika espera que la llames” “¿Ya llamaste a Erika”. Rápidamente Ariel se volvió como mi vieja cuando quería que me fuera a cortar el pelo y lo peor que recibía apoyo de mis otras amigas, que parecían hacerse eco de la movida solidaria que tenía como fin encajarme una piba con la que yo no tenía ganas de estar.

Sin embargo termine por llamarla y salimos un par de veces. Las razones fueron claras: por un lado el despecho y por el otro la posibilidad de sexo, que por esa época de mi vida no abundaba, demás está decir que tampoco fue algo que abundara a lo largo de nuestras salidas, es más, brilló por su ausencia.
De todas formas eso no me molestó tanto como sino la constante sensación de ser observado. Salía del colegio y no podía mirarle el culo a una mina que pasaba por la calle sin encontrarme con la mirada reprobatoria de las chicas que ocupaban estratos más altos en el tótem, siempre cuidando de su pobre amiga.
El clímax llegó una noche en un boliche, en la que estábamos todos, incluida Erika. Yo volvía del baño y me encontré con una amiga de varios años, la salude con toda inocencia y nos pusimos a hablar. Creo que me estaba contando en que andaba su hermano – remarco lo inofensivo del tema- cuando levanté la cabeza y me encontré con la mirada reprobatoria de Cinthia, casi la punta de la pirámide en la belleza del grupo (o al menos ella se comportaba como si creyera eso), poniéndome la cara que pondría mi viejo si me encontrara con la nariz enterrada en un kilo de merca, o en pleno robo de un auto o –todavía más grave para él- usando una camiseta de Boca.  Y lo peor de todo fue que en ese instante realmente me sentí mal, sentí que estaba haciendo algo incorrecto, que estaba cometiendo una traición… y honestamente ¿Por qué carajo me tendría que sentir así por estar hablando con una amiga, que encima la conocía mucho antes de conocerla a Erika y a todo ese grupo de carceleras?

Esa noche me tragué el garrón, pero ya no tuvo gusto a menta, sino un gusto amargo. Y para colmo sentía que la chica en cuestión no merecía que rompiera con ella, ella no estaba haciendo nada malo después de todo.  
Así que decidí cortar por lo sano. Encaré a las amigas de Erika –Ariel incluida- y les dije que me dejaran de hinchar las pelotas, que su amiga era grande y que se podía cuidar sola, que cualquier cosa que pasara entre ella y yo era entre ella y yo. Esa noche me fui a dormir sintiéndome hiper maduro, pensando que había hablado bien claro y con razón.

Claro que no contaba que las fuerzas de influencia de tótem funcionan en varias direcciones. Al viernes siguiente se juntaron a hacer noche de chicas. Ese mismo sábado nos vimos y Erika cortó la relación, asegurándome que no era el chico que ella pensaba. Era obvio que las amigas le habían llenado la cabeza, pero la verdad –y a riesgo de sonar algo forro- no era una relación por la que me interesara pelear.

Y así termino una relación corta en intrascendente,  que no tardaría en olvidar. Pensé que, después de todo, había tenido suerte. Mi primera relación por despecho había pasado sin armar mucho quilombo y sin joderle la vida a nadie, como muchas veces pueden hacer ese tipo de relaciones.
Como todo sugus de menta duró poco y el raro sabor de boca se disolvió solo con el paso del tiempo, yéndose en silencio y sin dejar heridas ni caries.

13 jun 2011

El Amor Duele (Parte II)


Con Roxana salimos apenas unas tres veces.

La primera fue lo que ella había dicho. Una salida a tomar algo, rara y no demasiada larga. De todas formas estuvo bueno poder hablarle con normalidad y verla sin el ambo medio bordo y el pelo recogido. El pelo suelto le quedaba hermoso.
En un momento determinado se me acercó y me palpó la cara para ver como venía “su paciente”. Sonrío y esta vez le encaje es beso que la otra vez no podía.
Sin embargo fue una victoria medio amarga. Era como ver que, si bien aprobaste el examen, la nota que te sacaste estaba muy por debajo de lo que esperabas. Todo porque, cuando nos fuimos, se había puesto distante y fría, como si algo le molestara un poco.
Ese mismo fin de semana llovió e hizo un tiempo frío y de mierda, así que nos juntamos a la tarde noche en su casa para ver algunas pelis. Si si en su casa. Si solos. Si obvio que lo primero que me vino a la cabeza al escuchar el plan fue la frase “Hoy la pongo” seguida de la imagen de un Marian gritando gol y ondeando una bandera con medio cuerpo asomando por la ventanilla de un Renault 12 que acelera camino al Obelisco.
Pero la noche no empezó tan bien. Me saludó con un beso en la mejilla y me hizo pasar. Me sirvió algo para tomar y casi sin decir palabra mandó la primer película: El Juego del Miedo IV. En esa parte tendría que haber sospechado algo, pero la mayor parte de mi sangre no estaba en el cerebro, sino que irrigaba otro órgano que se salía de la vaina por entrar en acción. Además la película era relativamente nueva, por lo que era una elección lógica.

Apenas arrancó la peli ella se mantuvo a cierta distancia, pero eventualmente se me fue acercando más y más en el sillón de tres cuerpos que tenía. Cualquiera pensaría que era por la impresión, pero yo sabía que la chanca se estaba empezando a calentar con lo que veía.
Terminamos abrazados, aunque mucho no pasaba. Antes de poner la segunda película se me ocurrió ir al baño. Yo me había descalzado para estar más cómodo y a pesar del frío, total en el departamento ella tenía losa radiante. Ese detalle me convirtió la noche por completo, porque cuando volvía del baño tuve el mal orto –en este caso fue buen orto- de darme el dedo meñique del pie contra la mesa ratona de madera. Pero ojo, no fue un golpe así nomás, le di como le hubiese dado un defensor burro que de golpe se encuentra con la pelota y solo frente al arco: de puntin y con todas mis fuerzas.
Y con mi baja tolerancia al dolor a los dos segundos ya estaba sentado en el piso, agarrándome el dedo con las dos manos, colorado y puteando al aire hasta en sanscrito. Ella se me acercó, me miró el dedo para asegurarse que era un golpe nada más y se me tiró encima como una desesperada.

Si, definitivamente la mina era una pervertida, pero estaba buena y garchaba como una marinera que acaba de salir de la cárcel después de ocho años. Probablemente entraría en el podio de las mejores noches de mi vida. Y sin embargo la cosa me seguía haciendo ruido. Por segunda vez en mi vida (la primera se las contaré alguna otra vez) me encontraba ante la gran pregunta existencial ¿Cuál es mi límite para conseguir buen sexo? Se que el sexo vende terriblemente barato y una fea por ahí deja de ser tan fea si sabemos que coje de una.
Pero esto era diferente y más difícil de decidir ¿Valía exponer mi salud física a cambio de conseguir buen sexo con una mujer linda? He aquí el dilema, la conjunción de factores que balanceaban todo haciendo de esa situación una jugada de ajedrez indescifrable. Reduciendolo a símbolos los factores clave involucrados eran:

BUEN POLVO + TERRIBLE PERRA = SALUD + MORAL

Si fuera un buen polvo, pero una fea sería fácil. Si la parte de la salud no estuviera involucrada podría cagarme tranquilamente en la moral. Pero no, las cosas estaban así de parejas y una decisión era casi imposible.

La última salida fue una cena tranquila y después a mi casa. Llegamos y empezamos a besarnos, yo rápido me puse de humor, pero ella de vuelta estaba distante y medio fría.
Como no me cansó de decir, un hombre frente a la posibilidad de sexo es de lo más pelotudo que vas a encontrar en tu vida. La sangre volvía a irrigar el lugar equivocado y de repente las cuentas me daban. En un movimiento poco agraciado di la cabeza contra un estante que tenía colgado en mi habitación (intencionalmente por su puesto)
El doloroso afrodisiaco surtió su efecto y terminamos en la cama. En el después –mientras ella dormitaba- me puse a pensar que no podía seguir así. Eventualmente ella iba a terminar por pedir más que algún porrazo circunstancial y la sola idea de pensar que me podría llegar a hacer me aterrabal. Me la imaginaba vestida de cuero, con un latigo de puas en una mano y con la otra agarrándome de los pelos, mientras yo luchaba por desatarme.

Afortunadamente para mí la decisión la tomó ella. Mientras nos despedíamos en la puerta de mi casa me dijo que deberíamos dejar de vernos, que si bien la pasaba bien conmigo no era la persona con la que necesitaba estar. La entendí perfectamente, más aún de lo que ella puede haber pensado.

Como ya dije, es importante hacer lo más te gusta, especialmente en el día a día. Pero para sentirse completo es todavía más importante encontrar alguien que comparta eso, que disfrute las mismas cosas que disfrutas vos, sea vestirse con botas y montarte mientras te pega con una fusta o acurrucarse en un sillón a ver una película. Sino encontrás eso solamente te queda bajar la cabeza y esperar que llegue el final de la relación.

6 jun 2011

El Amor Duele (Parte I)

Dicen que lo más importante para una persona es hacer lo que le gusta. Pero no sólo en su tiempo libre, sino en el día a día, ser uno de esos afortunados que se ganan la vida haciendo algo que realmente disfrutan. Como dice una frase que escuche alguna vez “Solo unos pocos hacen lo que realmente les gusta, el resto baja la cabeza y espera que llegue el fin de semana”.
Conocer a una mujer que logró ese equilibrio en su vida podría parecer algo positivo: una mina que se siente feliz y completa es algo lindo de tener junto a uno. El problema arranca cuando lo que le hace bien a ella te hace mal a vos. Y no hablo en el sentido cursi y emocional, hablo de que te haga mal literalmente, que te lastime… que duela como la puta madre básicamente.

Todo comenzó con mi amigo Jorge, a quién ya les presente en algún post anterior (acá o por ahí acá). En realidad el no tuvo mucho que ver, pero siguiendo una de sus filosofías de vida fue que terminé conociendo a Roxana.
Es que Jorge tiene muchas teorías diferentes que yo suelo dividir en tres niveles. En primer lugar están las altamente dudosas y casi seguro reprobadas, como por ejemplo la que dice que si una mina te roza en un bondi lleno más de tres veces te esta tirando una indirecta para que le palpes una teta o a lo sumo le pegues una “apoyadita” (y el diminutivo no lo agrego yo).
En segundo lugar están las que pueden ser discutibles y algo polémicas, pero que en el fondo cierta cuota de verdad tienen. El ejemplo más común es su idea de que todo hombre se la daría a su cuñada y es lógico, después de todo exceptuando alguna diferencia – más alta o más baja, más joven o más vieja, más gorda o más flaca- se trata de una mina muy parecida a la que te venís cogiendo en primer lugar.
La tercera categoría contiene sus reflexiones más brillantes e inspiradas. Son esas ideas que no levantan polvareda y que resultan perfectas para aplicarse en tu vida del día a día. Hay varias que podría citar, pero elegí la que dio inicio a esta historia y es esa que asegura que para cualquier actividad que comiences en la vida te la tomas mejor si hay una mina que esta buena involucrada. Es probable que no tengas ninguna chance, es más, tal vez ni siquiera intentes algún tipo de acercamiento, y sin embargo el hecho de saber que  vas a ir al encuentro de una chica linda te motiva como pocas cosas.

Apliqué esa idea para varias cosas con muy buenos resultados. Por ejemplo, me conseguí un gimnasio en el que la instructora estaba más buena que una playa del Caribe y fui a hacer ejercicio cada semana durante casi un año (record que hasta hoy no pude superar).
Como resulta, se me ocurrió usarlo para superar la experiencia más chota del mundo: ir al dentista. Normalmente trato de evitarlo lo más posible, pero un golpe en un partido de fútbol y un diente careado y partido precipitan bastante las cosas. O sea, duele tanto pero tanto que no te queda otra que ir o hacerte pegar un tiro y yo- para no ir al dentista- soy capaz de entrar a Fuerte Apache al grito de “Soy de Palermo y a tu vieja me emperno” para ganarme ese tiro.

Le comenté mi plan birra de por medio a Jorge. El, después de tratarme de maricón por tenerle miedo al dentista, me dio la otra solución. Me contó que su prima siempre jodía con que ella iba a un lugar dónde los dentistas eran jóvenes y estaban todos fuertes. Seguro que minas lindas ahí debería haber.
Al día siguiente me mandó un mail con el nombre de un consultorio, una dirección y el consejo de que saqué turno con “cualquiera que tenga nombre de mujer”.
Llamé y a los dos días estaba entrando en un consultorio bastante moderno. El recepcionista –mierda, es un él- era un pibe joven y bien arreglado. Le dije que tenía turno con la Dra. Roxana XXX y me invitó a tomar asiento.
A los diez minutos de espera apareció una mujer de unos 50 y largos que tranquilamente podía ser mi tía. Me llamó y me indicó que la acompañara. Si el dolor me hubiera dejado hablar en ese momento lo habría llamado a Jorge para decirle que él y sus consejos se podían ir a la mismísima concha de su hermana.

Mujer
¿Vos sos Mariano H?

Marian
Si

Mujer
Bueno, pasa por el consultorio 5. La doctora ya está con vos.

Recuperé la fe un poco. La recepcionista era un hombre y la asistente una señora… me quedaba nada más la dentista. Me acomodé en esos sillones largos que siempre están fríos e incómodos, nervioso por estar rodeado de olor a dentista – no se de que otra forma describirlo- y ruidos de torno. 
Por fin apareció la dentista. Era una rubia que no llegaba a los 30 años, de ojos claros y chiquitita. Era una mezcla de adorable y perra. Hablando claro, estaba para pegarle unos cuantos polvos y después dejarla apoyada en la mesita de luz para mirarla y sonreír con ternura.

Me revisó la boca y me dijo que después de esa sesión iba a tener que venir dos veces más la semana siguiente. Putie por lo bajo y eso la hizo sonreír. Eso fue algo así como un envido no querido: no es mucho, pero suma un poroto.
Los siguientes 40 minutos de sesión se dedicó a infringirme dolor, como si se vengara de alguien que violó a su perro y después lo quemó vivo. De todas formas me la banqué, no quería parecer un maricón delante de ella, mi orgullo masculino no me lo permitía.   

Roxana
Bueno, terminamos con la primea parte. Igual esta es a más fácil para vos

Marian
¿Eso quiere decir que la próxima va a doler más?

Sonrío de una manera dulce y angelical. Si no hubiera estado babeando por el efecto de la anestesia le habría encajado un beso ahí nomás. Igual no dejaba de ser una manera siniestra de darme a entender que la próxima me iba a hacer mierda.
La segunda vez no pude evitarlo. Gemidos, sudor, contorsiones involuntarias, básicamente era como si alguien hubiera agarrado el sexo y reemplazado el placer con un dolor fino y punzante en el premolar derecho.
Sin embargo descubrí algo revelador. A ella le gustaba. Cada expresión de dolor, cada grito ahogado en mi boca abierta de par en par era contestado con una mordida de labios que se dejaba traslucir a través del barbijo semi-transparente.

OK. Siempre esta el chiste de que si los dentistas hubieran nacido hace 2 o 3 siglos habrían sido torturadores de la inquisición, pero de ahí a encontrarme con una que le calienta es otra cosa. Y encima que un enfermito como yo vea la veta y se mande para ver si gana es ya algo de otra galaxia. Pero bueno, cosas que pasan…

Al ver que le “cosquilleaba” me liberé y empecé a poner caras y a gemir por la más mínima molestia que sentía. Obviamente que me la jugué, porque esa mordida podría significar tranquilamente un “mira como se queja este huevón grandote”.
Entre una cosa y la otra llegó a su fin el tratamiento y yo estaba tan aliviado y con la boca tan dormida que hasta de tirarle palos me olvidé, pero por suerte ella no.

Roxana
Bueno. ¿Estas contento de haber terminado?

Marian
(afirma con la cabeza)
Aja.

Roxana
Bueno, ahora durante unos días trata de no hacer ninguna actividad física. No creo que se te hinche, pero por las dudas podes ponerte hielo.

Marian
Ok

Roxana
Y… creo que nada más. Va, salvo que me quieras invitar a tomar un café

Marian
(con los ojos bien abiertos y sacudiendo la cabeza como un pequines en celo)
Se se. Cuado quedag
Traducción anestesia-español: Si si, cuando quieras.

Roxana
(anotando)
Genial. Acá tenés mi teléfono.

Había tenido más ojete que cabeza. Bah, en realidad me había apostado por el morbo del dolor y me había salido bien. Total era un fetiche inofensivo, o al menos eso pensé