23 may 2011

El Proyecto Juan Carlos (Parte II)


A Leticia y a mí nos invitó a comer Alicia, su hermana mayor, que desde hacía 3 años vivía con su novio –“prometido” fue la palabra que uso ella- Juan Carlos.

Me acuerdo que el sábado a la noche llegamos al departamento que compartían. Nos abrió la puerta un pibe que estaba pisando los 30, bien arreglado y con un look sobrio y prolijo, similar al mío pero más maduro. Saludó a Leti con confianza y a mí me estrecho la mano mientras se presentaba como Juan Carlos.
Entramos directo al living y ahí estaba Alicia. Una chica linda, parecida a Leticia pero un poco más rellenita. De vuelta, noté que tenía un estilo similar a su hermana menor, pero un poco más “señora” por decirlo de alguna manera.

Enseguida nos sirvieron algo de tomar y yo me puse a conversar con Juan Carlos. Era una charla superficial: laburo, vida en pareja, vida en general, etc. Tenía una forma de hablar pausada, sus movimientos eran lentos y suaves, pero a la vez pesados. En resumen era un tipo que irradiaba aburrimiento, así como los baños de cancha irradian olor a meo. Pero fuera de eso había algo más que me hacía ruido, algo que no podía identificar.
El bostezo… quiero decir la charla, se cortó cuando Alicia le indicó con un movimiento de cabeza que fuera con ella a la cocina. En ese momento Leticia se me acercó

Leticia
(mirándolos mientras entran a la cocina)
¿No son re divinos? Aparte hacen una pareja re linda

Marian
Se

Leticia
(abriendo los brazo, como señalando todo el living)
Voy al baño. Vos si queres chusmea un poco

Caminé en círculos un rato. El departamento estaba decorado con un gusto bastante femenino y a una simple vista no se diferenciaba nada que indicara que un hombre vivía ahí.
Me paré en una biblioteca no muy grande y rústica. Eran mayormente revistas y libros de tipos como Andahazi, Cohelo y otros autores que habían estado de moda en los últimos años. 
Hasta que los vi, en el último estante, pegados al suelo y con una capa de tierra que daba a entender que nadie los agarraba hacía rato. Estaban “Alta Fidelidad” de Nick Hornby, “On the Road” de Kerouac, varias cosas de Bukowski, dos tomos de la historia del rock, un libro de partituras de The Beatles y mucho de editorial Ricordi (una editorial que publica todo sobre teoría y práctica musical) sobre jazz, blues y rock.
Giré y casi como un radar ubique un mueble de puertas oscuras cerradas, lo abrí y me lo encontré lleno de cds. Clásicos como Queen, Stones, Zeppelin, Purple y Floyd; genios como Davis, Coltrane, Mingus, Jarret, Corea y Evans; bandas más nuevas que iban desde principios de los ‘90s (de Nirvana a Bell and Sebastian) hasta principios del 2000 (de Strokes a Coldplay). Y más, artistas que en esa época no habían sido revindicados, tan variados como Drake, Kinks y King Crimson.

Estaba parado frente a una vida de coleccionismo musical y discográfico que se cortaba de forma abrupta en el año 2001, época en que la pareja empezó a salir.
Miré a mí alrededor. No había pistas de algún instrumento. Me animé a entrar en su habitación y entreabrir el placard. En el fondo encontré un poster viejo y rotoso de Slash, parado al lado de una funda de guitarra llena de tierra. Era una guitarra criolla armada por un luthier, propiedad de alguien que sabe lo que esta tocando.

Volví al living justo cuando Leticia salía del baño. Por el rabillo del ojo vi un pequeño porta retratos encima de una repisa, perdido entre unos adornos que parecían sacados de una “Para Ti” o una “Ohlalá”. Era un Juan Carlos joven y de pelo largo, con un look medio Cobain, estirando las cuerdas de una Fender Stratocaster.
Me senté. La revelación que me sofocaba estaba latente, podía sentir el olor a humedad del baldazo de agua fría que estaba por caerme, pero todavía no lograba enfocarme en la respuesta.
La pareja volvió de la cocina con una pequeña picada. Sin dudarlo fui directo a tema

Marian
(tirando boludo)
No sabía que tocabas la guitarra Juan Carlos. Por los libros y la cantidad de discos que tenés parece que te gusta mucho la música

Abrió la boca para contestar, pero Alicia se le adelantó

Alicia
Ah si, la guitarrita (nótese el diminutivo). Cuando nos conocimos Juan Carlos gastaba un montón de plata y tiempo en eso, pero por suerte después se le pasó y ya no le da bolilla a esas cosas. Es para mejor eso ¿O no Juani?

Juan Carlos
Si mi amor.

¡Splash! El baldazo por fin entró, pero con tal violencia que más que agua parecía que venía lleno de adoquines. Parecía que alguien en la maquinita del casino había sacado tres cerezas, porque me cayó a toda velocidad una enrome lluvia de fichas.
Lo miré de vuelta a Juan Carlos y entendí lo que me hacía ruido. La manera en que hablaba y se movía no denotaba suavidad, sino cansancio, resignación absoluta. Habían doblegado completamente a un pibe que vivía para la música, que tenía ilusiones, sueños y que estaba dispuesto a jugársela por lo que quería. Lo habían convertido, casi sin que él se de cuenta, en lo que yo tenía enfrente, un pobre pibe que a los 30 ya estaba frustrado por la vida que había elegido y que, para colmo, estaba demasiado vencido como para dar el volantazo.

Pero me dí cuenta de algo peor. Yo era un proyecto de eso. Lo que Alicia había hecho con él era lo mismo que empezaba a hacer Leticia conmigo. Hoy la ropa y el pelo –lo que me define por fuera- mañana mis gustos, mis deseos, mis sueños y mi forma de ser –las cosas que me definen por dentro-
Y esa cena no era más que una exposición, un desfile. Leticia me llevó para mostrarle a su hermana los avances que había hecho con su propio “Proyecto Juan Carlos”.

Después de esa noche quedé impactado, inmóvil, sin saber que hacer. Quedé en una especie de Stand By, absorto como un nene de dos años mirando Barney, los Teletubbies o la mierda que este de moda ahora.
Lo único que atine a hacer durante el último mes de esa relación fue revelarme. Oponerme a cualquier cosa que propusiera ella se convirtió casi en una necesidad. Algunas veces con argumentos válidos, otras con un rechazo casi ilógico que me nacía de adentro, como si fuera una relación madre-hijo adolescente.

Me decía que tenía las uñas muy largas y me las dejaba crecer más. Volví a usar más y más mis remeras viejas, mis zapatillas. El pelo creció y volvió a ser sucio y desprolijo. Hasta logre formar una coraza más o menos aceptable a los pedidos que venían justo después de una buena sesión de sexo.
Obviamente una relación en la que ella pide blanco y yo le doy negro no puede durar demasiado. Un mes y dos días después de la cena me dijo que no le gustaba el camino por dónde iba nuestra relación y me pidió un tiempo. Se lo dí. Van algo más de 5 años y contando…

A veces pienso que tal vez me equivoqué. Por ahí lo que cambio a Juan Carlos no fue su novia, sino el tiempo mismo y ese proceso bastante hijo de puta que llaman “madurar”. Pero entonces recuerdo su voz y su cara de resignación, con una expresión que recuerda a la de un preso.

A pesar de todo, Leticia dejo su huella. Hoy me cortó el pelo más seguido de lo que lo hacía antes y uso mucho camisas en mi tiempo libre, incluso un par que compre mientras salía con ella.
Al principio del post dije que es un problema cuando alguien aparece y quiere cambiarte. Es un problema porque muchas veces, aunque vos no lo quieras, lo logran. 

13 may 2011

El Proyecto Juan Carlos (Parte I)

Pasamos una vida construyendo quienes somos. Lo que aprendemos y lo que no, lo que tomamos e ignoramos, lo que aceptamos y rechazamos… todo lo hacemos en pos de estar lo más cómodos posible con la persona con la que vamos a vivir el resto de nuestras vidas: nosotros mismos.
Lo único de afuera que puede marcarnos son las experiencias vividas, cosas que te cambian y de las que, en muchas ocasiones, no hay vuelta atrás.

Más allá de esa introducción medio pelotuda -a lo Osho, Cohelo o cualquier otra de esas bostas- la cosa es así. El problema surge cuando vos vas por la vida caminando muy contento con el yo que te armaste y aparece alguien tratando de cambiarte. Eso me paso con Leticia.

Nos conocemos hará unos 5 o 6 años, cuando yo estaba terminando mis 25 y ella sus 23. Fue a la salida de la cancha de Ferro. Después del recitalazo que había dado Pearl Jam estábamos destrozados del pogo y muertos de hambre, así que desembocamos con un amigo en la primer pizzería que encontramos.
Apenas entramos noté a las dos chicas. No iban vestidas como guerrilleras del campo de recital de rock, pero si llevaban sus respectivas remeras de Ten y Riot Act, por lo que era fácil deducir que venían de ver a la banda. La verdad es que eran las dos bastante lindas, pero una de ellas era más alta que yo y eso en mi escala resta puntos. Me concentré en la otra.
Las chicas nos vieron y nos sonrieron, con la complicidad que se sonríen los que saben que acaban de ver algo único, como un unicornio, una foto de Susana sin photoshop o –en este caso- el primer recital de PJ en Argentina.

Al fin apareció un mozo, para avisarnos que nada más quedaba una mesa libre y que después de eso había 40 minutos de espera. Nosotros, galantes y con cara de víctima, les dijimos a las chicas que fueran ellas, después de todo habían llegado antes.
Ellas volvieron a sonreír y mientras la más alta arrancaba para la mesa, la otra mordió el anzuelo

Leticia
Chicos la mesa es para cuatro. De última compartimos la mesa y fue.

Obviamente aceptamos. Charlamos durante toda la cena, especialmente entre Leticia y yo. Arrancamos hablando del recital, como para romper el hielo y de ahí la conversación fluyó.
La única razón por la que no le robe un beso esa misma noche fue porque estaba bañado de mi propio sudor más el sudor de 40 gordos pogueros y recitaleros que me estrujaron durante toda la noche.

Igual quedamos para vernos y al día siguiente –hay que golpear mientras el hierro esta caliente- la pase a buscar por su casa. Y no, “hierro caliente” no es un eufemismo para pito, mal pensado. Y si lo fuera, esa frase sería lo más sadomasoquista que hay.

Volviendo. Empezamos a salir y al poco tiempo se comenzaron a dar hechos como este.
Estamos descansando después de una buena curtida y ella empezó a jugar con mi pelo. Lo enruló y lo desenruló durante un par de minutos hasta que finalmente fue al punto

Leticia
Tenés re raro el pelo

Marian
¿Cómo raro?

Leticia
Si, no se. Largo, medio falto de forma. Aparte, seguro que así se te engrasa mucho. Para mi te lo tendrías que cortar

Entonces paso algo raro. No se si fue la edad, el hecho de que con la parte de “se te engrasa” la guacha había dado en el clavo o el Nirvana en el que todavía estaba flotando y en el que todo hombre se sumerge durante los 6 o 7 minutos posteriores a haber acabado. El tema es que, en lugar de decirle que se deje de hinchar las pelotas –como hice toda mi vida con la gente que me decía que me corte el pelo- le dije que si, que tal vez debería cortármelo.

En ese momento no lo noté, pero acababa de cometer el peor error… no de mi vida, porque me he mandado cagadas peores, pero de esa relación seguro. Había sentado lo que en derecho llaman Jurisprudencia que es “el Conjunto de sentencias de los tribunales que, por ley, constituyen un precedente” En otras palabras, le había dejado hacerme un cambio de manera temprana –ibamos 10 o 12 días saliendo- y con mucha facilidad, por lo que ella pensaba que de ahora en más me podía cambiar sin siquiera esforzarse.
Y si algo nos enseñó la vida es que, aunque seas el flaco más perfecto del mundo, las mujeres siempre algo van a querer cambiarte. Y eso no es machismo, porque en mi vida todas las mujeres que conocí –empezando por mi vieja- en algún momento me quisieron cambiar algo. Eso es un hecho y los hechos no pueden ser machistas.

Si, parece que la tuviera más o menos clara, pero en ese momento no tenía ni idea en lo que me estaba metiendo. Era como un pobre ciego, entrando desapercibido en una orgía homosexual: me iba a llevar una sorpresa muy poco agradable.

En fin. Pocas semanas después me señalo que siempre usaba las mismas tres camisas para ir a trabajar y que en mi tiempo libre usaba remeras viejas y gastadas. Por supuesto que la zorra astuta me lo dijo a los 2 minutos de haberme montado hasta Berizzo ida y vuelta.
Y una vez más, en lugar de mandarla a freír churros, pensé que hacía como siete meses que no me compraba ropa, así que accedí.

Pisando el mes y medio de salir mi Yo que había construido durante 26 años con tanto esfuerzo estaba irreconocible. Ahora tenía el pelo corto y prolijo, usaba camisas arremangadas con remeras Oxford abajo, jeans gastados, pero intencionalmente y no por años de fieles servicios. Si, me había convertido en uno de esos pelotudos que pagan 400 mangos por unos jeans gastados, en lugar de comprar unos nuevos por 150 y gastarlos ellos mismos.
Y para coronarla, cambié las siempre fieles All Star por unos mocasines que ella me dio como regalo de cumpleaños atrasado (había sido a la semana siguiente de conocernos). Si, mocasines dije, el calzado que toda mi vida rechace por considerar que nada más lo usan los putos y los cuarentones.

Todo esto sin que yo me diera cuenta. Honestamente, no se si las mujeres son más inteligentes que los hombres o no, lo que si sé es que el sexo a nosotros nos vuelve unos recontra pelotudos. Pero en serio, no pelotudos del montón e inofensivos, sino pelotudos con una AK-47, capaces de dañarnos a nosotros mismo y a las personas que tenemos alrededor.

Afortunadamente cosas como ésta terminan cayendo por su propio peso, y poco después de mi transformación absoluta llegó el baldazo de agua fría que hacía falta para despertarme. 


Termina en El Proyecto Juan Carlos (Parte II)