10 nov 2010

No hay peor ciego que el boludo

Tengo la teoría de que los humanos somos inherentemente boludos. En más de una ocasión incluso llegue a proponer cambiar la frase “Pienso, luego existo” de Descartes por “Soy boludo, luego existo”.
Y con esto no me refiero a la boludez común y corriente, como podemos encontrar en gente del calibre de Karina Jelinek, sino a algo peor, mucho peor: nuestra capacidad para cegar nuestra percepción… comparable bastante con la calentura.
Pero a no confundir eh!, no me refiero al sexo, sino a la calentura común y corriente. Esa que te hace comprarte una remera y darte cuenta que estaba agujereada recién cuando llegas a tu casa. La que no te deja ver cosas obvias que, por alguna razón, bloqueas.

Algo parecido me paso con Jessica. Salimos 4 o 5 veces hará unos 4 años. Fue una de esas pocas chicas que conocí en un boliche un sábado a la noche. Me acuerdo perfectamente ver a esa piba morocha de ojos claros, bailando con sus amigas.
En ese momento yo estaba haciendo la estrategia del “carroñero” la cuál consiste esperar hasta las 5 para encarar, horario en que las chicas que todavía están solas ya bajan sus estándares y, si a eso le sumamos que vienen tomando alcohol desde las 12 de la noche, las posibilidades de un pibe como digamos…mmm yo, aumentan. 
Fue así que esperé hasta que llegó el momento de hacer la movida. Me le acerque despacio y mirándola fijo. Creó que llegué a musitar un hola, pero no importó. Ella con gran vehemencia se dio vuelta y atacándome ferozmente con un aliento a tequila y frizee capaz de quemar un bosque me dijo

Jessica
Ah bueno. ¿Vos me queres chamuyar a mi? Salí de acá, a vos no te entro NI EN PEDO

Es común escuchar esa frase pero escucharla de alguien que esta efectivamente en pedo la tiñe de un nuevo matiz de realidad. Es desmotivante x desmotivante, bah, es desmotivante al cubo digamos.  
Como reflexionó más tarde mi amigo Jorge, es lo segundo más bajón que te puede pasar en un boliche. Lo primero es que una mina te rebote y horas más tarde verla a los besos con un tipo más feo que vos.
Esto último por suerte no pasó. Es más, a la hora y media la morocha estaba a los besos, pero conmigo. Aparentemente en pedo no me entraba, pero recontra-reempedo si.

Al otro día me desperté en su casa. Por lo que había entendido de sus balbuceos borrachos era del interior y vivía sola en un dpto en Palermo.
A los diez minutos se despertó ella y no tardé en notar que no tenía ni puta idea quién era yo. Después de un rato de charla me invitó sin mucha cortesía a irme, por no decir que me dio un boleo en el orto.

Una semana después estábamos con mis amigos yendo a un boliche. Yo, asumiendo que no iba a volver a verla, estaba preparándome de vuelta para una noche de carroñero cuando me suena el celular. Era Jessica enfiestadísima y hablándome a los gritos, diciendo que fuéramos para el boliche dónde estaba ella.
Me sorprendió recibir su llamado. En parte porque no pensé que quisiera volver a verme, y en parte porque, cuando le había pasado mi número la semana anterior, estaba en un estado de ebriedad tal que hubiera sido imposible para cualquier ser humano manipular un celular. Había algo que parecía no estar en su lugar, pero bueno…
Demás esta decir que poco me costó convencer a mis amigos para ir a encontrarnos con ella. Es un viejo código masculino: “Si un amigo tiene chances de ponerla todos vamos a hacer lo posible para que tenga éxito”. Y tuve éxito

Un sábado después yo decidí buscarla a ella. Entonces, durante nuestras respectivas previas, empezó el baile de los mensajes de texto. Al principio me contestaba cortante y con poca onda, pero a medida que fueron pasando las horas y los mensajes logré convencerla de encontrarnos en un boliche.

Así de informal y caótica siguió la cosa por dos semanas más. Por momentos me rechazaba como si le hubiera prendido fuego a su perra y por otros se me tiraba encima como una loba hambrienta (jajaja, siempre quise usar esa comparación de película porno). Sin embargo toda la cosa no dejaba de hacerme ruido

A la semana siguiente desapareció. Le mande mensajes y la llamé, pero por una varios días no supe nada de ella.
Un sábado a la tarde, de la nada, me llamó y dijo de ir a tomar algo. Tres horas después estábamos sentados en un bar de barrio norte. La conversación fluyó y fue mucho más corta de lo que yo pensé.
                                                          
Marian
¿Dónde anduviste estos días?

Jessica
Fui a visitar a mi familia en Paraná. Salí medio a las corridas y no pude avisarle a nadie

Marian
Pero… ¿surgió algo urgente o grave?

Jessica
No no. Mi vieja quería hablar un par de cosas conmigo. Decía que eran importantes. Ajustes de actitud y cuestiones de vivir sola. Cosas de madre…

Hablamos media hora más hasta terminar lo que habíamos pedido. De vuelta tenía esa actitud de rechazarme, por lo que casi no me sorprendió cuando sugirió que no nos volvamos a ver. Esta vez sonaba más definitivo que nunca.

Después, diciendo que era mejor que cada uno se vaya por su lado, se paró y me dejo sólo en la mesa, mientras esperaba que vinieran a cobrarme. Fue entonces cuando lo vi. En el lugar donde había estado sentada Jessica había un vaso de licuado de banana casi vacío.
Las fichas empezaron a caerme una tras otra, como si alguien me hubiera sacado la venda, o como si me hubieran pegado un cachetazo al grito de “A ver si te avivas pedazo de pejerto”

Todo cobró sentido: la manera en que nos conocimos, las juntadas en boliches siempre tarde, la manera en que la convencí de vernos ya avanzada la previa y porque toda la historia con ella me hacía tanto ruido… No era que ella no me entraba ni en pedo, era todo lo contrario, ella sólo podía entrarme en pedo. Borracha se me venía encima como gorda a pote de dulce de leche; pero sobria me rechazaba como… anoréxica a pote de dulce de leche.

Mientras dejaba en la mesa la virginidad anal por un puto licuado y un vaso de cerveza, pensé en algo que me había parecido poco importante durante la charla: “mi vieja quería hablar un par de cosas… ajustes de actitud…”. Jessica había prometido que iba a dejar de tomar y por eso me había dejado. Me alegré por ella, pero me puse triste por mí. Había tardado demasiado en ver lo que no quería ver… había sido un boludo. 

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