2 nov 2010

Ser o No Ser... de Puto

Nunca cuestione mi hombría ni mi masculinidad. Soy prolijo y cuido mi apariencia, aunque no de sobremanera. Me baño todos los días, me emprolijo la barba un par de veces por semana y me corto el pelo unas 5 o 6 veces por año. En mi opinión eso el punto medio más sano entre el tipo sucio que va por la vida con “olor a macho” y el metrosexual que usa un arsenal de productos cosméticos.

Ahora, que hay mujeres que buscan los extremos, no voy a negarlo. Es más, la vida me lo enseño hace unos nueve años, cuando por dos meses salí con Lucía.

La conocí en uno de esos lugares dónde uno no espera conocer mujeres. Yo tenía 21 años y empezaba a descubrir cierta independencia económica, por eso decidí comprarme un auto usado, como para sacar a pasear esa sensación de libertad y materializarla en un Fiat Uno Azul
La combinación entre inexperiencia e ignorancia absoluta dio como resultado un auto de mierda, que me dejaba a pata cada dos por tres. Cansado de atarlo con alambre, un día decidí llevarlo al mecánico.

Llegué y ahí estaba Lucía, ocupando el puesto menos pensado. Todo taller mecánico que se jacte de ser tal cuenta con tres personas:
1. Un mecánico viejo que sabe que le pasa al motor con solo escucharlo
2. Uno joven que esta aprendiendo del viejo
3. Un gordo en una banqueta que ceba los mates y que habla de todo menos de autos.

En este caso el papel número 2 resultó estar ocupado por una morocha flaquita y muy linda, de unos 23 o 24 años. Cuando la vi parecía bajada de uno de esos calendarios de carburadores berretas que suele haber en las gomerías.
Salió de debajo de un taxi completamente hecho bolsa y caminó hasta mí manchada de grasa y sudor, per con un aire muy femenino. Don Silva, el mecánico, nos presentó

Don Silva
Lucía, este es Mariano. Es el pibe de Héctor, ¿viste ese que es cliente mío hace 15 años?

Marian
(Extendiendo la mano)
Mucho gusto

Lucía
(Eludiendo la mano y pegándome una piña amistosa en el hombro)
¡¿Qué hacé’ fifi?¡

Me descolocó completamente. Era como hablar con uno de mis amigos. Charlamos un buen rato del auto y de los problemas que tenía. Me dijo que era un “gil” por no haberlo revisado bien, que por ese precio era obvio que me iban a cagar y que eso me pasaba por “ratón”.

Mientras don Silva me revisaba a fondo el motor y el “Gordo Tuerca” me pasaba unos amargos seguimos la charla con Lucía. Me anoté un par de porotos al decir que era de River y que me gustaban Los Redondos. Ella me mostró el escudo que tenía tatuado en el antebrazo y me comentó que tenía tatuada una PR, pero en un lugar que “no daba” mostrarme en ese momento. Agarrándosela al vuelo le dije que entonces me lo podía mostrar en otro momento y otro lugar.
Antes de que me diera cuenta habíamos charlado más de una hora. Al final me dijeron que el auto iba a estar para dentro de dos días, y arreglamos con Lucía que, cuando lo arreglaran, salíamos a probarlo juntos.

La primer salida empezó con tropezones. Antes de salir para el taller me pegué una ducha para sacarme la mugre del día y me tiré un poco de desodorante.
Pasé a buscarla y subimos al auto. Automáticamente me llegó un fuerte olor a chivo… empezaba a temer que fuera Lucía cuando esta dijo

Lucía
Uuuuf.. ¡Que baranda!. Te bañaste en perfume hijo de puta. Jajaja sos peor que una mina

De vuelta me descolocó completamente. De hecho, los dos meses que salimos fueron una descolocada tras otra.
A lo largo de ese tiempo descubrí que para ella era de puto: tomar cerveza que saliera más de 5 pesos, manejar a menos de 80, usar desodorante, bañarse más de tres veces por semana, comer la pizza con cubierto, no agarrarse a piñas con los que insultaban al Indio o a Ramón Díaz, no saber nada de autos, que no te interese el no saber nada de autos, no ir a la cancha todos los domingos (juegue donde juegue), ver películas que no involucren explosiones y a Steven Seagal rompiendo cuellos, escuchar cualquier música relacionada con los años ochenta que no sean Los Redondos, no bancarse un cuarto toc-toc de vodka a las 4 AM después de haber tomado 12 litros de cerveza entre dos, no correr para plantársele a un gordo que iba caminando a 5 cuadras con la remera de boca puesta… etc. En resumen, durante esos dos meses descubrí que era más puto de lo que jamás me hubiera imaginado.

Demás esta decir que se aburrió y terminó por cortarme. Ella necesitaba a un hombre de pelo en pecho, de esos que tocan culos en los colectivos y les chupa un huevo cagarse a trompadas a la salida de los boliches. Y esto no lo digo yo, sino que fue literalmente lo que dijo Lucía el día que me dejó.

Unos meses después volví al taller por otro problema con el Uno. Ahí me enteré que Lucía no estaba, había ido a Santa Fe a ver Colón-River con su nuevo novio.
Mientras el “Gordo Tuerca” me pasaba un amargo que quemaba como la puta madre, me puse a pensar que “macho” no es el que se traga el mate hirviendo sin poner caras, sino el que se lo traga sin miedo a que los otros vean como los ojos se le ponen llorosos.
Le devolví el mate al gordo y me fui sonriente, pensando que Lucía hubiera escuchado ese pensamiento seguro le habría parecido de puto.

PD: Y si leyera el blog seguro le parecería de recontra re puto 

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