11 abr 2011

La Condena

La emoción repentina de encontrar algo que buscaste mucho es una mierda. Y no lo digo porque el viaje no éste bueno, sino porque te vuelve un ciego que no quiere ver, un cerrado…  en pocas palabras un pelotudo.
La razón es simple: la felicidad borra los errores y nos hace incapaces de ver imperfecciones que existen, y que cuando notemos más tarde nos la vamos a querer cortar (o cocer en el caso de las mujeres).

Cuando conocí a Clara hubo mucho de eso. Fue mientras cursaba el último año de la secundaria, con tiernos 17 años. Bah, en realidad para ese entonces era una bola de pelos largos, hormonas y sudor masculino, así que de tierno no tenía un carajo. A eso había que sumarle una actitud canchera y de saberselas todas, en gran parte debido a que ya había tenido sexo.
Sin embargo, como todo buen joven de 17 años, el último año significaba una cosa… bueno, dos en realidad: La primera el tan esperado viaje a Bariloche. La segunda decidir que carajo iba a hacer de mi vida después de la secundaria. Y era en ésta última en la que yo andaba flojo.

Por eso termine yendo todos los martes a la tarde durante tres meses a un grupo de Orientación Vocacional. Ahí me encontré con un grupo de perdidos, como yo, con los que congenie de inmediato. Especialmente con dos que venían del mismo colegio, que al principio tomé por novios, pero que resultaron ser buenos amigos solamente. Eran Clara y Javier.
Durante todas las sesiones –en parte grupales y en parte individuales- nos sentábamos juntos y hablábamos, sin darle mucha bola a lo que pasaba a nuestro alrededor. Javier era un pibe muy copado y divertido. Clara era perfecta: divertida, hermosa, inteligente y con una particular buena onda constante y hacía todo el mundo.

En ese punto se preguntaran ¿Por qué no sospeche como en el post anterior? Simple: era más chico y menos complicado. Con los años me fui volviendo más cínico, más pesimista y más desconfiado. Es una mierda y lo tengo claro, pero también tengo claro que es una consecuencia lógica de haber sido rechazado por el sexo opuesto en 73 ocasiones (la 74 afortunadamente se hace esperar).

Volviendo. Si bien a las tres semanas ya estaba perdidamente enamorado de Clara, de alguna forma lograba no hacerme la cabeza demasiado, sabiendo que llegar a ella era como ir a Santa Teresita en invierton a 140 km/h: El viaje puede generar adrenalina e incluso ser entretenido, pero en todo momento sabes que lo que te espera al final del camino va a ser una cagada.
Pero todo cambió una tarde, cuando faltó a la orientación y Javier y yo nos quedamos hablando a la salida

Javier
Marian ¿A vos te gusta alguien de orientación?

Marian
Y, varias de las chicas son lindas ¿por?

Javier
Porque yo se que a alguien le gustas. Me imagino que sabes de quién te hablo

Marian
(disimulando que por dentro está gritando gol colgado del alambrado)
Si, puedo imaginarme

Javier
¿Y? ¿Vos que onda?

Marian
Obvio que me que re va. ¿Pero vos estás seguro de esto no?

Javier
Segurísimo. Si yo te digo que hay carnaval, vos apretá el pomo

Ese día me fui a casa con su número de teléfono –el 97 eran épocas sin MSN ni ICQ- prometiendo que la iba a llamar en esos días.
De ahí en más comenzó un periodo raro. Hablar por teléfono con Clara se volvió una necesidad, que no llegaba a ser diaria, pero si de 3 o 4 veces por semana. Podíamos hablar durante horas, cosa que evitábamos hacer para que nuestros padres no nos empalaran al ver la factura del teléfono.
Había química, pero enserio. Ella se adelantaba a mis conclusiones, yo completaba frases que ella empezaba a enumerar y pensábamos las mismas cosas. Éramos perfectos, inevitables, sólo era cuestión de tiempo.
Y el tiempo pasó, tal vez demasiado. Al mes y medio la cosa se estaba dilatando demasiado, cuando recibí un llamado de Javier cagándome a pedos.

Javier
¿Para cuando concretamos chavon? La cosa viene lenta parece

Marian
Bueno, no sé. El tema es que vengo saliendo de otras cosas, por eso.

Javier
Si si, todo bien con eso, lo entiendo. Pero concreta de una vez. No seas lento por favor. Si seguís así Clara vas a pensar que sos un boludo

Corté sintiendo que el empujón de esa hada madrina de 1,90, barba y bastante puteadora empezaba a hacer efecto. A los dos días hablamos y le dije de salir ese sábado, aceptó.

La salida fue bastante simple. Pasé por su casa –no muy lejos de la mía- y de ahí un colectivo hasta un bar, pero no uno de los ruidosos, sino uno intimo y tranquilo, con velas en la mesa y toda la cosa. Charlamos toda la noche, literalmente. Hablamos tanto que nunca se generó ese silencio que me dejará espacio para enchufarle un buen chupón.
Cuando llegamos a la puerta de su casa estaba amaneciendo. Ahí finalmente junté coraje y le dí un beso. La salida fue perfecta, excepto por ese beso. Fue incómodo, raro, falto de química… bah fue una cagada. Y no porque ella fuera mala besadora o yo lo fuera, no tenía nada que ver con eso. Tal vez ella era genial besando y yo realmente nunca recibí ninguna queja, fue simplemente un tema de no poder congeniar. De todas formas, yo no le dí mucha importancia, íbamos a tener otras oportunidades para mejorar ese beso, o al menos eso pensé.

El martes –tres días después- hablamos por teléfono. Estaba rara. Ya me había ignorado durante la orientación, pero pensé que por mera vergüenza. Estaba equivocado. Algo era diferente. La conversación fue cortante, fastidiosa y por momentos sentí que estaba remando en dulce de leche. Finalmente le propuse volver a salir, balbuceó una excusa no muy ensayada, algo sobre “tener poco tiempo libre”, me saludó y cortó.
Sin entender muy bien que había pasado me paré y caminé hasta mi habitación. Me tomó unos 15 segundos más darme cuenta que nunca más ibamos a volver a hablar.

Las últimas clases de la orientación nos sentamos lejos. Javier apenas se animó a mirarme y parecía un poco molesto con su amiga. Yo esperaba algún momento de distracción, para mirarla sin que ella se dé cuenta, contemplándola en su pedestal.

Como dije al principio, la felicidad de encontrar lo que buscamos borra todos los errores. Clara era lo que yo había estado buscando y ella me rechazó justo en la cresta de la ola, cuando esa emoción hija de puta la había idealizado hasta convertirla en alguien perfecto y que siempre iba a serlo.
Me descuidé y me deje llevar. Mi condena era recordarla por el resto de mi vida joven y hermosa, repasando mentalmente cada momento de esa noche en que salimos, preguntándome por qué me dejó de golpe, comparando todas y cada una de las mujeres con ella y descartándolas, por envejecer, por cometer errores… en fin, por ser reales.  

Es una condena cruel… y perpetua.


PD. Años después la vida me daría una segunda oportunidad con ella, pero eso es historia para otro post. 

4 comentarios:

  1. aaaaaaaaaaaaaaa las mujeres
    aaaaaaaaaaaaaaaa la adolescencia
    aaaaaaaaaaaaaaaaaa muy buen post!!!

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  2. Ya me leí el blog! El veredicto hasta ahora es el siguiente:
    Las cosas de niño y adolescente como que mucho no cuentan, pero mas en la adultez noté que a las muchachas que eran medio cualquier cosa las "aguantabas" idealizándolas un poco hasta que se hartaban ellas y te dejaban. En cambio me llamó la atención que hubo un par de pibas realmente copadas -una en particular que no me acuerdo como se llama- y les inventabas defectos...paraaa!!! No importa si te dejaron ellas, eso es cuestión de ego, no? sino que no te podés poner en serio con alguien sano y transparente jajaja psicología barata lo mío :)
    Saludos!

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  3. Gracias por los comentarios. Está bueno ir acumulando opiniones e interpretaciones de lo que me fue pasando. Igual recién van 12 historias. Las otras 61 dejadas pueden cambiar el panorama

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  4. muy bueno, muy!! me voy a pasar seguido por aca.
    saludos!!

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