18 feb 2012

La Sonrisa Perfecta (Parte II)



Esa tarde me acuerdo que acompañe a mi  amigo a su tri-semanal vuelta por la puerta del colegio de su novia, que consistía básicamente en ir, esperar un rato, darse unos besos cuando salieran y caminar hasta la parada del colectivo. Y eso fue exactamente lo que hicimos. La única diferencia era por lo que estábamos esperando.
Yo estaba listo, seguro, implacable. Entonces salió del colegio y al verme se sorprendió y me sonrió. Toda la confianza que tenía en lo que iba a hacer desapareció en cuanto las comisuras de su boca terminaron de arquearse. Antes que pudiera entender que carajo estaba pasando nos estábamos dando besos y caminando de la mano.

En cuanto la perdí de vista, mientras se trepaba a un 124 bastante lleno, todo volvió a aparecer. Incluso la mirada acusadora de Ernesto, en la que se podía leer el eterno interrogante “¿Qué sos, pelotudo?
Y la verdad que la respuesta muy probablemente era “Si, bastante”. Porque, como si fuera poco, habíamos quedado en salir los dos solos el próximo sábado. Era una salida hecha y derecha, que a nuestra edad parecía prácticamente un noviazgo. 
Por supuesto me entró pánico y algo de bronca, iba a tener que pasar buena parte de mi sábado con una persona con la que no quería estar y encima tenía que pensar que podíamos hacer.

Cuando llegó el sábado tenía un plan, que visto hacía atrás y a través del cristal de este blog parece como si me estuviera auto-pateando la sien. La idea era bastante simple: si yo no podía romper con ella – vaya a saber uno por qué- entonces iba a hacer que ella rompiera conmigo. 
El método era simple e infantil. Hasta ese momento me había portado bastante bien con ella, amable, simpático, divertido. Ahora iba a hacer todo lo contrario, como para que ella reaccionara dándome un voleo en el orto. 

Pero una vez más, no contaba con mis hormonas hiperactivas y mi constante tendencia a ser buena onda.
Fue la misma rutina de siempre. Entró, sonrió, me movió la estantería y todo se fue al carajo. Me empecé a portar creo que peor que las veces anteriores. Hacía más chistes y comentarios que nunca, tratando de que me muestre de vuelta esa hermosa sonrisa que tenía.
Sé que a esta altura para muchos todo el tema de “la sonrisa” les suena familiar. Pero quiero que sepan que en este caso estoy hablando realmente de su sonrisa, no se trata de una analogía pelotuda para hablar de tetas. Ojo, las tetas también me gustaban, pero no empezaron a embrutecerme hasta los 15 más o menos. 

Demás está decir que la salida fue un éxito total. La termine dejando en la casa, contenta y al parecer bastante enganchada conmigo.
Fue en esa vuelta a casa en la que me puse a pensar, que tal vez Virginia si me gustaba y que por alguna razón mi cabeza me estaba jugando una mala pasada. Pero si al estar frente a ella todo en mi ser decía que quería estar con ella y hacerla feliz… por algo debía ser. Tal vez me estaba enamorando y ni siquiera me había dado cuenta. 
Con todo eso en mente le dije a Ernesto que iba a volver a acompañarlo a la salida del colegio. Esta vez no iba a con intención de cortar la relación, sino todo lo contrario, estaba dispuesto a sumergirme por completo en toda la cosa del noviazgo.

Para variar las cosas me salieron totalmente al revés. Cuando salieron del colegio al verme no sonrió, simplemente me miró, sorprendida pero no de la buena manera. No cara de “Que bueno que viniste”, sino una de “Que carajo hace éste acá”.
Me saludo algo fría y me dijo que teníamos que hablar. Incluso en ese momento ya sabía para donde iba la cosa. 
Básicamente dijo que le gustaba y le caía bien, pero le molestaba que me hiciera todo el tiempo el gracioso, como si terminara siendo falso  y no me pudiera conocer realmente. Si, lo dije antes, Virginia era una chica bastante inteligente, en especial para la edad que tenía.

Así fue como los tantos se volvieron a dar vuelta. Creo que fue una de las pocas en mi vida que tuve la decisión y las ganas para ser yo el que deje a alguien y no al revés. Pero una sonrisa, una especial y casi mágica, me terminó acobardando.
Al principio dije que las sonrisas son como espejos, si das una vuelve una. El problema con las sonrisas es que nunca se puede saber cuando son reales y cuando no, pero siempre surten efecto. Después de todo, las sonrisas falsas son igual de hermosas que las reales, pero más peligrosas. 

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