23 oct 2010

Peliculas de Mujer (o Me cago en Hugh Grant)

Cuando vemos una película de mujeres dan un poco de ganas de creer en el amor. Quedaré como un maricón, pero para mí es cierto. Nos enseñan que vale la pena pelear por la persona con la que estas, aún cuando esto implica ponerte en ridículo. Esta historia tiene algo de eso…
Una de las cosas que dicen nos diferencian mucho a hombres y mujeres es la forma de pensar. Los hombres somos lineales, pensamos en términos de blanco o negro, mientras que las mujeres ven toda una larga gama de grises.
Conocer a Martina era darte cuenta que tenías que meterte todo ese lindo paquete de frases hechas en el orto. Ella era simple y sencilla. Creo que una de las cosas que más me atrajo era su falta de hipocresía.

La conocí con 18 años, a mediados del primer año de facultad, en la fiesta de un amigo en común. Ella estaba con su mejor amiga Ana sentada en un sillón en el cual, por esas cosas de la vida, yo fui a caer. Hablamos un rato los tres hasta que, vaya a saber porque, Ana se paró y nos dejo solos. De más esta decir que esa noche me fui con un número de teléfono y unos cuantos besos.

Salimos durante cuatro meses. No los voy a aburrir con detalles boludos como cuantas veces hablábamos por teléfono por día, a donde nos gustaba salir o quien le chupaba que a quien. Lo único que importa acá es que, empezando el quinto mes, cuando yo estaba más enganchado que nunca, tuvimos una pelea increíblemente estúpida, tanto que ni me acuerdo porque fue. Pero como ella no se andaba a medias cerró la cuestión con un “No quiero que nos veamos más”.
La trate de llamar pero me atendía la madre, tocaba timbre en la casa y lo mismo (encima a la madre jamás le caí bien). Piensen que era el año 1998, no había ni Internet, ni mensajito de texto, ni chat, así que tenías dos opciones: o llamabas por teléfono o ponías la cara.

Pase varios días entre deprimido y caliente como una pipa. Fue entonces cuando, viendo justamente una película de mina, se me ocurrió la “brillante” idea de ir al pie de su ventana y cantarle una serenata. Pensé que podía funcionar porque vivía en una casa de dos pisos y su ventana daba a la calle. Era una cosa medio Romeo y Julieta, lo único que en este caso Romeo era un nabo con granos que cantaba desafinado, y Julieta una mina más fría que el pecho de Riquelme.
En fin, embalado en mi nube de pedo “supersport” llame a Juancho, un amigo que tocaba la guitarra, y a Javier, que se daba maña con la percusión. Yo calenté la garganta, me colgué mi criolla al hombro, y saque al romántico que hay en mí.

La canción, mal que me pese, era una mariconada grande como una casa. “As Long As You Love Me” de los Back Street Boys, que en esa época la rompían, y a ella le gustaban.

¿Cómo la cante?, como pude. Encima mi inglés era una mezcla de fonética y unas cuantas clases particulares que me había dado una vecina. Lo importante era que saliera más o menos reconocible. La practicamos dos o tres veces y nos mandamos.
Llegamos a la casa, tratando de no hacer ruido, para que nadie sospechara, y para no despertar al padre que, seguramente, me iba a querer cagarme a trompadas.

Claramente jugado, y soñando con que me iba a perdonar, me puse la diez y grite “Martina, esto es para vos”. Ignorando el hecho de que ni siquiera prendió la luz di la señal y arrancamos. A los 20 segundos se empezaron a prender las luces de todas las casas vecinas, la gente se asomaba de puertas y ventanas a chusmear. Muchos señalaban y se burlaban, otros sonreían con dulzura, pero Martina no me daba ni pelota.

Cuando no faltaba mucho para terminar la luz se prendió y la ventana se abrió, pero en lugar de asomar su cara, con su largo pelo negro y sus ojos café, apareció el padre con una cara de culo que asustaba. Con una seña tajante nos indicó que parásemos y sin cambiar la cara nos dijo. “Córtenla manga de bolas tristes, Martina no esta acá”.

Los tres nos quedamos duros. Mucha gente a nuestro alrededor estalló de la risa, y la verdad que no los culpo, yo me hubiera reído de mi mismo, es más, me hubiera escupido por lo que estaba apunto de hacer.

Prácticamente le supliqué al padre que me dijera dónde estaba. Al final, no se si por compasión o porque tenía muy hinchada las pelotas, me dijo que se había ido a dormir a lo de su amiga Ana, que por suerte vivía a 8 cuadras.

Quince minutos después estábamos en la puerta de su casa. No tenía balcón, pero si una ventana que daba a la calle. Nos paramos pegaditos a ella, nos preparamos y, después de mi dedicatoria, largamos a todo pulmón.

Otra vez los vecinos empezaron a prender luces y a asomarse a chusmear. Pero esta vez la respuesta de la ella no tardó. A la tercera estrofa la luz se prendió y alguien levantó la persiana. Detrás del vidrio aparecieron las caras de Martina y Ana, mirándonos sorprendidas. Su mirada era una mezcla de vergüenza ajena y de “¿que mierda esta haciendo este pendejo?”. Su amiga se moría de risa.

Por suerte no hubo interrupciones, y esta vez llegamos hasta el final. Cuando terminamos pensé que iba a abrir la puerta e iba a venir corriendo a darme un beso. Pero en lugar de eso abrió la ventana y nos dijo

Martina
Váyanse que es tarde. Mañana te llamó Mariano

Yo me quede duro. Al otro día me explico que le pareció un gesto lindo, pero que no íbamos a seguir juntos. El negro para ella era negro.

Mientras volvía a mi casa no pude evitar pensar que la vida sería más fácil si fuera como en una película para mujeres, dónde una corrida hasta un aeropuerto y un sincero “te amo” solucionan todo. Creo que ese día empecé a darme cuenta que la vida es un poco más complicada que eso…

PD: La serenata rindió frutos igual. A su amiga Ana le había parecido lo más dulce que había visto en su vida, y al poco tiempo empezamos a salir. En otro post les contaré porque me dejo.

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