17 ago 2011

Mi Primer Beso (Parte I)

Siempre hubo algo mítico con respecto a las primeras veces. Todo el mundo las pinta perfectas, románticas y, lógicamente, únicas.
Es una imagen muy linda que a todos nos gusta imaginar, pero la realidad para mí es otra. Seamos sinceros y directos, las primeras veces suelen ser una bosta. Estas nervioso –por no decir cagado en las patas- no sabes bien que estas haciendo y mucho menos si es lo que se esperaba que hicieras.  Y no me refiero solamente al sexo, el primer día del laburo, el primer día de clase, la primer salida… todas las primeras veces conjugan esas características.

El primer beso, por supuesto, no es la excepción. Por más que sea con alguien de confianza, que conocías hace mucho, por más que lo hayas visto cien veces en películas, nada te prepara para enfrentar esa situación… salvo que seas un pelotudo que dio su primer beso a los 16 años, lo que por suerte no es mi caso.

Si tuviera que empezar desde el principio, tendría que contarles desde el día en que nací. No, ni siquiera así, tendría que empezar desde el día en que nació mi vieja, así que voy a resumir todo lo más posible.
Mi vieja viene de una larga línea de hijas únicas. Como no tenía hermanas, la prima-hermana de mi abuela fue siempre como su hermana. Y como mi madre tampoco tenía hermanas, su prima segunda fue siempre como su hermana. Por eso siempre tuvimos una relación muy cercana con nuestros primos, que a nivel sangre ya nos quedaron bastante lejos.

Ya más de uno se imagina porque empecé por acá. Quería dejar todo en claro para que no me culpen de pervertido o incestuoso, a pesar de que a más de uno le calienta el morbo ese de voltearse una prima… Y pensándolo, si tu prima esta buena no pudo culparte. Bah, si esta buena o es medio gato no puedo culparte. Bueno ok, si esta buena, o es medio gato o es “gauchita” no puedo culparte.

En fin…¿Puedo culparme a mí mismo? La verdad es algo complicado. Con poco más de 11 años resultaba difícil darme cuenta si mi prima estaba buena o era gato, y probablemente no hubiera entendido a que se refería la expresión “gauchita”. Habría pensado en una gaucha chiquitita.
Y si, vieron como es, en esa época a los 12 todavía mirábamos Mazinger y hasta los 16 ó 17 no debutábamos. Ahora a los 12 ya salen a bailar y a los 14 están mojando la vainilla.

Volviendo. Con mi prima jugamos juntos desde que tengo memoria. La cosa se daba de una forma para nada armónica, si consideramos que llegábamos a la casa de mi tía y mi vieja me decía - o me ordenaba más bien – que fuera a jugar con mi prima.
Sus razones eran totalmente lógicas. Mi hermana mayor era muy grande, la menor era muy chica y mi primo varón era todavía más chico que mi hermana. Irene, mi prima, me llevaba 5 meses de edad, entonces era natural que tuviéramos que jugar juntos.

Para los que ya se están haciendo la cabeza le aviso que no, no jugábamos al doctor ni mucho menos. Ella tenía un montón de Barbies, que a mí me resultaban aburridísimas, así que me limitaba a juguetes más unisex, como el yo-yo o algún juego de mesa.
Generalmente terminábamos a los gritos. Yo ganaba y ella se quejaba de que hacía trampa, se enojaba y armaba quilombo. Mi vieja me cagaba a pedos por haber hecho llorar a mi prima y yo me iba queriendo mandarla a ella, a mi tía, a mi prima y a sus Barbies a la mismísima concha de su madre.

La cosa cambió radicalmente para los 11 y medio. De golpe las chicas pasaron de ser motivo de asco a ser motivo de curiosidad. Hasta ese entonces, cuando mi vieja me decía que ya me iban a empezar a gustar las chicas yo pensaba que estaba en pedo y se lo negaba con toda convicción. Ahora esa convicción flaqueaba.
Si en la tele aparecía alguna modelo – una Valeria Mazza reinaba la época – ya no me iba desinteresado, sino que me quedaba mirando, tratando de descifrar qué carajo me llamaba tanto la atención.

Fue por esa época cuando empezamos a ir domingo por medio a la quinta de mis tíos en Pilar. Si no llovía podíamos meternos en la pileta, jugar a la pelota en el pasto y comer unos buenos asados.
Fue  ahí cuando empecé a notar que mi prima estaba cambiada. Ya no hacía berrinches histéricos, se portaba más madura, superada y hasta había cambiado las Barbies por maquillajes, perfumes y carteras.

Nuestra forma de jugar también cambió. Ahora pasábamos más tiempo caminando, hablando, jugando a ahogarnos en la pileta, a corrernos por el pasto. Básicamente todos esos juegos de chico, que años después reflotan en adolescentes en pleno histeriqueo, que sabes que antes de que termine el día van a estar aprentando contra alguna pared.


PD: Tranquilos, no termina que pateo un panal y me muero cuando me pican las abejas. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario