6 sept 2011

El Bigote Postizo (Parte I)

Lo que define al hombre –no “hombre” de “especie” sino “hombre” de “señor con pito”- como ser social, lo que lo condiciona desde el momento en que nace hasta el día de su muerte, se puede resumir en una sola palabra: Códigos
Desde chico te enseñan que hay ciertas cosas que un hombre que se digne de ser tal jamás debe hacer.

Mi primer mentor fue mi abuelo, cuando yo apenas tenía 4 años. Había visto a mi hermana mayor robarse unas galletitas que mi abuela había pedido que no nos comamos. Al verla, corrí inmediatamente a decírselo. El retó a mi hermana y la castigó, pero en cuanto terminó se dio vuelta y me dio una lección que jamás voy a olvidar

Abuelo H
Y vos Mariano también estás castigado

Marian
¿Yo? ¿Por qué?

Abuelo H
Por alcahuete. Un hombre de verdad puede ser muchas cosas, pero nunca un alcahuete

De allí en adelante no paré de recolectar códigos. Aprendí que a los borrachos no se les pega, que a las borrachas no se las coje, que jamás se le escupe el asado a un amigo y que dónde se come nunca, pero nunca se caga.
Todos son importantes, pero el más importante, el que más se tiene que respetar, es la que reza que la novia de un amigo tiene bigotes.  Es la base para mantener cualquier amistad. No importa que venga con un escote matador, o que camine por la playa con una micro-bikini, a la novia de un amigo no se la mira siquiera.
La condena para el que rompe este código es el destierro absoluto del grupo, la famosa “dejada de lado”.

Durante 20 años respeté eso sin problemas, hasta que apareció Victoria.

Todo empezó cuando un amigo –ex amigo- de la facultad nos comentó que llevaba cuatro meses saliendo con una chica que le encantaba. Una rubia, bronceada, flaca, con un lomazo, simpática, divertida, inteligente, etc. etc.
Obviamente nosotros nos burlamos de él, pensando que estaba hasta la recontra maceta con ella y que por eso idealizaba.

Unas semanas después la conocimos, en una juntada en la casa de un amigo, una especie de “fiesta” con más alcohol que comida, de esas que es sabido que terminan con alguno dormido en el sillón y un charco de vómito en el baño.
Yo estaba sentado con un amigo, tranquilo, charlando con dos chicas de la fiesta y haciéndome señas como si fuera el truco para saber si el pretendía darle a la rubia o a la morocha.

Fue entonces cuando sonó el timbre y entró Manuel de la mano con Victoria. Físicamente era exactamente como él la había descrito. Un rápido intercambio de miradas con el resto del grupo bastó para entender que iba a estar jodido respetar la regla de “no mirar”.
Dieron toda la vuelta, saludaron, nos presentó uno por uno con su novia, contento como quién muestra la cabeza de un alce que mató con sus propias manos, orgullosamente colgada arriba de su chimenea. Por un segundo llegué a pensar que se iba a parar arriba de la mesa al grito de “Yo me estoy cogiendo a este camión” seguido de un “Si, la tengo de oro giles” con su correspondiente agarrada de entre pierna. Pero por suerte recién llegaba y todavía estaba sobrio.

La noche transcurrió con bastante normalidad. Gente vino y se fue y yo fui saltando de conversación en conversación, bastante aburrido para ser honesto. Hasta que, alrededor de las cuatro de la mañana, me encontré solo frente a Victoria, mientras Manuel, sentando en el sillón, trataba de mantenerse consciente, sabiendo que si cerraba los ojos probablemente iba a terminar devolviendo hasta el apellido.

Empezamos a hablar como para matar el silencio incómodo. Para esa altura de la noche la gente que quedaba estaba o bien a los besos con alguien del sexo opuesto, o bien demasiado ebria como para que le importe lo que pasaba a su alrededor.
De a poco la charla se fue desenvolviendo, cada vez más fácil y muy pronto dejó de ser un formalismo, para convertirse en algo copado, que ninguno de los dos queríamos que terminara.
No tarde mucho en descubrir que Manuel tampoco había mentido respecto a su personalidad. Victoria era muy dada- por usar una palabra de mi abuela- inteligente y divertida. A la hora  y media de charla ya teníamos chistes internos, como si nos conociéramos de hacía años. Todo parecía fácil… perfecto.

Si, ya se, soy un pelotudo. Pero ojo, que después de eso me quedé en el molde durante unos meses más. El bigote seguía firme en su cara, aunque admito que un poco menos tupído.
En el ínterin incluso salí un tiempo con Fernanda, pero ya saben cómo termino eso.

Con Vicky Nos vimos un par de veces, siempre con muy buena onda. En un principio pensé - tratando de no hacerme la cabeza- que era igual de simpática con todos. Pero me equivoque.
Con el resto de los chicos casi ni hablaba y, lo que es más, en una ocasión Manuel me comentó que el único de sus amigos que le caía bien a Victoria era yo.

Hasta ese punto me mantenía y creía que me la iba a bancar a pesar de que ella tampoco me hacía las cosas muy fáciles que digamos. Pero no tenía idea la que me esperaba. 

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