15 dic 2011

El Equilibrio del Mundo (Parte II)


La segunda vez que vino a una fiesta paso algo inesperado. No sé si fue suerte, alcohol o el hecho de que había pasado las tres semanas que llevaba de laburo percudiendo de a poco el murallón de desprecio que ella había levantado – tal vez fue una combinación de las tres-, pero para las dos de la mañana me di cuenta que habíamos estado las últimas dos horas hablando solos. Al final de la noche terminamos yéndonos juntos.

A la semana siguiente, cuando volvimos al trabajo, me encontré con la misma actitud forra de siempre. Por su puesto que no me preocupé, sino que me pareció lo más lógico del mundo, en el laburo había que caretearla para evitar quilombos, roturas de pelotas y rumores al pedo.
Lo raro empezó cuando me di cuenta que la actitud no se limitaba a la oficina, sino a todo. No contestaba los mensajes, me ignoraba por chat –el ICQ en esa época- e incluso me ignoro cuando nos cruzamos en el colectivo.
Mi primer pensamiento fue que se había arrepentido de lo que había pasado la semana anterior y que por eso se portaba de esa forma. Sin embargo, al jueves siguiente se quedó con nosotros y buscó cada oportunidad que tuvo para estar a solas conmigo, esperando que la bese. Y si leyeron al principio, saben que soy hombre y que los hombres nos tropezamos veinte veces con la misma piedra, o cincuenta si la piedra está buena… Así que terminé cediendo otra vez.

Durante la siguiente semana pasó exactamente lo mismo. Para variar  -o mejor dicho para no variar- volví a mandarme la misma cagada. Sin embargo, esa vez estuve un poco más lúcido y le hable a Jazmín sobre la situación, que ya empezaba a hacerme un poco de ruido. No hablábamos nunca, excepto en las salidas con gente del laburo, en las que inevitablemente terminábamos juntos.
Sé que en este punto cualquier hombre que este leyendo esto se acaba de agarrar la cabeza mientras piensan “¡Que pelotudo!”. Y la verdad que viéndolo a la distancia, si, fui bastante boludo.
Para los que no se agarraron la cabeza todavía, acá va la explicación para que lo hagan. Si analizamos todos los elementos de esta historia encontramos que tenemos:
1. Una mujer que esta buenísima.
2. Una mujer que no solo esta buenísima, sino que está dispuesta a tener sexo un promedio de una vez por semana y, lo más importante de todo, conmigo.
3.  Una mujer que no solo esta buena y quiere tener sexo conmigo semanalmente, sino que no le interesa ningún otro tipo de interacción. No hay histeriqueos, vueltas ni sentimientos involucrados.
4. A todo esto yo me le planto un día y le pido que tengamos una “charla” al respecto.

Si, ya se… “¡Que pelotudo!”.
 
Creo que no hice preguntas patéticas como “¿Qué significa esto?”, “¿Para dónde vamos?” o “¿Qué somos?, aunque me faltó poco.
Por supuesto que la mina estaba buscando algo como lo que venía pasando, superficial, despreocupado e informal. Y por más que yo le asegure que estábamos en la misma, el daño ya estaba hecho.
Esa ínfima charla de diez minutos aterró a Jazmín. La relación siguió como venía hasta ese momento, pero la idea de que yo quería algo más se había implantado en su cabeza. Por eso comenzó a alejarse más, que en su caso significó una cosa: volverse más asquerosa todavía, pero no en general, sino exclusivamente conmigo.

Esto nos lleva al último eslabón de esta gran cagada.
Como dije al principio, el equilibro de Jazmín en el eje belleza/asquerosidad era muy frágil. El problema es que ella ahora se había vuelto más asquerosa, pero seguía estando igual de buena. Eso destrozaba el equilibro completamente. Su nivel de belleza ya no alcanzaba a cubrir lo asquerosa que era.
De golpe las pocas interacciones que teníamos me molestaban. Me rompía las bolas su forma de mirar, su expresión, su voz, la forma que tenía de hablar… todo. Ni el sexo asegurado que me esperaba esa noche me parecía suficiente.

Irónicamente, cuando en el boliche se me acercó como solía hacer, yo me comporté de forma asquerosa con ella.
Esa situación me dejó una gran enseñanza: si las mujeres tiene una lógica parecida de simpatía/belleza, en esa escala yo tengo muy poca tolerancia. A la segunda respuesta cortante Jazmín me dijo que era un tarado y me mandó a la mierda.
Después de eso las cosas en el trabajo siguieron normal. No me habló, no me saludó y no me dio bola. La única diferencia fue que su actitud no duró una semana, sino los tres meses que pasaron hasta que cambió de trabajo.

En realidad fue la dejada más tácita y abrupta que tuve, es como esa metáfora pelotuda de la curita, si te la arrancan de golpe duele menos. La verdad es que para mí no hizo mucha diferencia, aunque si me cambió.
No aprendí mucho sobre cómo evitar tropezar una y otra vez con las mismas cosas, pero si entendí lo importante que era el equilibrio. Porque fue eso los que nos condenó, mi decisión de romper el fino balance que nos lograba mantener juntos.
Durante varias semanas me putie a mí mismo por haberlo hecho, pero un día me cayó la ficha. Algo que era tan difícil de mantener equilibrado entre lo que me gustaba y lo que no tal vez – y solo tal vez- no valía la pena el esfuerzo, porque podría haber puesto todo de mí para que funcionara, pero al final la más mínima brisa nos hubiera hecho caer.

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