8 dic 2011

El Equilibrio del Mundo (Parte I)

Una idea muy difundida sobre las mujeres, y entre las mujeres, es que las lindas tiene la vida más fácil. Por el simple hecho de ser atractivas, tienen ventajas de todo tipo y acceso a más cosas.
La razón sería simple: los hombres somos superficiales y pajeros, por lo que una mina linda nos puede. Y haciendo una autocrítica de género, tengo que decir que esa idea tiene su cuota de razón, pero no es algo absoluto. Y eso lo entendí cuando conocí a Jazmín.

Todo empezó por un quilombo en el laburo (una historia que les contaré más adelante) que me obligó a renunciar. Así que después de unas breves semanas de desempleo, termine cayendo en una oficina del centro.
El trabajo era básicamente aburrido, como suelen ser casi todos los trabajos… salvo que seas uno de los elegidos que tiene un laburo copado o un freak que le gusta llenar planillas de Excel todo el día.
Sin embargo, había algo que me atrajo mucho de mi nuevo laburo y era la gente. Más relajada, de esa que le gusta juntarse después de salir a tomar una cerveza, sin importar mucho si es martes o viernes.

Demás esta decir que no me costó mucho trabajo acoplarme a un grupo como ese. A las pocas semanas ya era un participante habitual de cuanta joda se organizara y por supuesto –como buen animal que tropieza treinta veces con la misma piedra- ya estaba fichando que compañeritas lindas tenía.
Ese es otro de los grandes embrutecimientos del hombre con el sexo. En primer lugar el hombre a punto de tener sexo no escucha razones. Por más que le adviertas que si lo hace dentro de siete días va a salir una morocha del televisor y lo va a matar, el tipo va a ir y va a coger igual.
En segundo lugar, si por esas cosas de la vida llegará a zafar a la primera… va a ir de vuelta, sabiendo la que le espera si lo hace, y va a volver a garchar de todos modos.

Ahora que dejamos eso en claro sobre los hombres, yo – como buen ejemplo de mi especie- demostré que no había aprendido absolutamente nada de mis experiencias pasadas. De todas formas, lo que me crucé fue algo mucho más complejo de lo que esperaba.
No tardé en ubicar a una chica bastante linda que trabajaba de recepcionista a la tarde. El problema es que no salía seguido con la gente de la oficina. De hecho, no salía nunca. Por eso cuando una vez una de las chicas la convenció de venir un rato, decidí no perder el tiempo y caerle como un yunque.
Lo que me encontré fue algo paradigmático, algo de lo que había escuchado hablar, pero que nunca pensé cruzarme. Apenas me acerqué me choque con una pared invisible formada por su personalidad. La flaca era lo más ortiva que había visto en mi vida.

Como dije al principio, lo de que las chicas lindas obtienen lo que quieren es en parte verdad, pero no del todo. Hay otras variables que son importantes: inteligencia, simpatía, la accesibilidad que aparenta, etc.
Con el pasar de los años descubrí que esto se puede simplificar mucho más y llevar a un campo de dos variables solas, como si fueran las aburridísimas y tan odiadas X e Y.
Voy a explicarlo, tratando de que no parezca un teorema, porque yo no la pasaría bien escribiéndolo y creo que a nadie le coparía mucho leerlo.

La cosa es simple. Si tomamos la variable X como la belleza y la variable Y como la personalidad, podemos decir que a determinado nivel de belleza, la mujer puede manejar determinado nivel de antipatía sin que a nadie le importe mucho.
En porteño diríamos que cuanto más buena estás más asquerosa podes darte el lujo de ser, total los hombres a tu alrededor van a estar demasiado ocupados viéndote las tetas o el culo como para reparar en tu mirada de desprecio o tu actitud de “señora-bienuda-pasando-por-la-puerta-de-hospital-público”.

O sea, la ley de “lo más bueno para la que está más buena” funciona, siempre y cuando allá una coherencia, un equilibrio entre esas dos variables. Si una chica medianamente linda se comporta con asquerosidad a nivel supermodelo, entonces es probable que su belleza no le sirva para mucho.
La contracara de esto sería, por supuesto, la fea que está obligada a ser lo más buena onda posible. Pero esta historia no trata sobre eso.

Volviendo a Jazmín, la cuestión no era tan simple. Por alguna razón no lograba decidirme para qué lado se inclinaba la balanza. Tenía siempre cara de orto, pero cuando le arrancabas una sonrisa te quedabas helado. Te miraba con asco, pero tenía unos ojos verdes increíbles. Pasaba sin siquiera hablarte aunque la saludaras, pero no te importaba porque estabas ocupado mirándole las terribles gomas que con tanto orgullo llevaba… si, perdón, se me acabaron las imágenes poéticas.
La idea igual se entiende. Era tan asquerosa y a la vez tan linda que no podías decidir qué hacer. Así que llevado por la inercia que me había dado el impulso inicial, seguí para adelante. Y contra todo pronóstico tuve éxito.

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