24 dic 2011

Cuestión de Instintos (Parte I)

Los hombres somos infieles. En realidad, si le hiciéramos caso a aquel dicho de los cuernos y la muerte, podríamos decir que tanto hombres como mujeres somos infieles.
Pero, por alguna razón, al hombre se le enrostra ser el peor de los dos, tal vez por ser débil o por pensar con el pito en vez de con la cabeza.
En teoría hay un motivo biológico evolutivo que, a grandes rasgos, dice que el hombre tiende a buscar la mayor cantidad de parejas posibles para asegurarse que su descendencia perdure. Eso es lo que me explicó mi hermana Gabriela, pichona de psicólogo, a mí la verdad me suena a una excusa para mandarse cagadas.

Con todo, yo siempre encontré que la fidelidad no me cuesta en lo más mínimo. Cuando estoy con una mujer no me desesperó pensando en todas las demás que “me estoy perdiendo”, sino que disfruto de la persona que tengo al lado.
Pero, como dije al principio, los hombres “somos” infieles, lo que quiere decir que yo en una ocasión cumplí con esta regla.

Durante 28 años había logrado ser fiel en cada una de las relaciones que había tenido. Ok, sé que muchas no fueron muy largas que digamos, pero el compromiso de no hacer pelotudeces siempre estuvo presente. Por desgracia, con Cecilia no pude mantener la buena conducta, a pesar de que ella lo merecía. Fui víctima de lo que popularmente se conoce como “calentura retroactiva”

Por eso la historia no empezó cuando la conocí a ella, sino cinco años antes, cuando en el último año de la facultad caí en el mismo grupo de trabajo que Natalia. Teníamos más o menos la misma edad – un par de años menos que el resto de nuestros compañeros- e inmediatamente nos entendimos. Nuestras cabezas iban para el mismo lado, había química para trabajar, para conversar de la vida y hasta para hacer chistes. Y como si todo esto fuera poco, estaba más buena que una paella a la valenciana.
El problema era que había otras cosas. De su lado un noviazgo de dos años que era resistente a cualquier cosa (salvo al tiempo, como lo comprobaría después). De mi lado una psicóloga, amiga de mi hermana menor, a la cual ni se me ocurría boludear, más por miedo a las represalias que podía tomar Gabriela que por otra cosa.

En fin, era una situación muy simple. Había muchas ganas de entrarse enfrentadas directamente con nuestras ganas de no cagar a nuestras parejas de ese momento.
Casi de forma tácita la relación se enfrío. Una vez que terminó la facultad empezamos a hablar menos y prácticamente dejamos de vernos. Esto último no fue tanto por miedo, sino por cosas de la vida. Eso sí, nunca perdimos contacto del todo, seguían circulando mails y algún que otro chateo ocasional.

Ahora sí puede entrar en escena Cecilia. La conocí haciendo unos cursos que me pedían en el laburo. Me llamó la atención desde el principio porque era una persona muy alegre. Siempre parecía estar de buen humor, poniéndole onda a las cosas, incluso las que no tenían ni un poco de onda. Tenía una de esas bellezas raras. Ya sé lo que piensa más de uno:

“Simpática” + “Belleza Rara” = FEA

Pero no era así. Tenía una de esas bellezas que van creciendo adentro tuyo. Al principio no lo notas, pero con el tiempo te vas dando cuentas de pequeños detalles y cosas que hacen que esa persona te termine gustando. Sonrisas, gestos, formas de decir las cosas… todas boludeces muy chiquitas, que en suma te pueden.
Así me pasó con Cecilia. Por eso a la salida de la tercer clase – el curso tenía 4 – le pregunté si le gustaría ir a tomar algo. Sé que me la jugué un poco, porque hasta ese momento no habíamos hablado prácticamente nada… en parte por eso había esperado hasta una de las últimas clases.
Por suerte, ella sonrío y dijo que si, que le gustaría, pero que en ese momento tenía que irse para otro lado. Para mí la situación tenía un olor increíble a excusa, de esas que te ponen las mujeres para no decirte “no” de frente.

Ah, ya que estoy aprovecho el espacio para hacer una advertencia a las mujeres. Los hombres nos damos cuenta de cuando nos meten un bolazo de ese tipo. Y créanme que suena tan fuerte y claro como un NO, pero es peor todavía, porque parece que nos estuvieran tomando por boludos.
Aparte, piensen que no todos los hombres se lo toman igual de bien. A muchos si les decís algo como “justo mañana no puedo” les estás dejando la puerta abierta para que insistan más adelante. Ojo, no lo hacen porque no sepan leer una indirecta, sino porque creen que la perseverancia da frutos o tal vez para vengarse por ese NO enmascarado, haciendo que la mina se vea de vuelta en la incómoda situación de gambetear su avance con el mayor decoro posible.

Volviendo. Estaba a punto de mandarla a la mierda mentalmente e irme sílbando bajito cuando ella soltó un “pero”. En general cuando te vez venir un “pero” o un “sin embargo” de una chica que te gusta no está para nada bueno. Suelen ser frases como “Me gustaría salir con vos, pero…” o mucho peor todavía “Sos re buen pibe, pero…”.
En este caso no funcionó así, sino que fue todo lo contrario.

Cecilia
…ahora no puedo, porque tengo que ir para otro lado. Pero si querés te doy mi celular y arreglamos algo para mañana ¿Te parece?

Obvio que me pareció. Intercambiamos celulares y al otro día salimos juntos.
Cecilia era una de esas mujeres que, por alguna razón, crecen y nunca dejan de provocar cierta ternura. Es raro de explicar, era inteligente, madura, responsable y todo eso. Sin embargo había algo raro en ella, que te provocaba una especie de respuesta paternal. Querías comerle la boca de un beso, pero también querías limpiársela con una servilleta si se la ensuciaba. Querías tener sexo con ella, pero a la vez querías ponerla en la mesa de luz, mirarla y sonreírte.
No sé si suena enfermo o tiene sentido lo que trato de decir y la verdad no me interesa, estoy seguro de que cualquiera que haya estado en una relación así entiende a que me refiero. Era como una respuesta instintiva, ella me hacía aflorar la actitud de macho alfa de manada, que quiere proteger a su pareja.

Habíamos salido un par de meses bastante intensos, viéndonos dos o tres veces por semana y hablando prácticamente todos los días. Incluso pasamos dos fines de semana enteros juntos. Viendo para atrás, ella daba signos de estar enamorándose de mí y la verdad que no me molestaba para nada. Cecilia cada vez me gustaba más y llegue a creer que esta podía ser algo que me gusta “La Relación”.

“La Relación”, con mayúsculas, es algo que te marca. A lo largo de la vida podes tener muchas parejas y conocer muchas minas que te partan la cabeza al medio, pero solamente una te va a marcar. No importa si la relación dura dos semanas, tres años o toda la vida; puede ser el primer noviazgo de tu vida o el último, que acaba de empezar (o terminar). Esa relación se vuelve tu parámetro, tu vara con la que vas a medir todas las relaciones, sean tuyas o ajenas, y en la que vas a pensar cada vez que se hablen temas de pareja.

En 28 años me había cruzado con muchas chicas que me gustaron y me marcaron a su manera: Clara, Marcela y otras que no todavía no llegue a contar. Pero por primera vez estaba dispuesto a jugármela por una relación. Mi cabeza empezaba a volar, pensando en el futuro: presentarle a mi vieja, irnos de vacaciones juntos, no se… comprar un gato.
Y sabía que ella estaba en el mismo lugar que yo. Durante dos meses todo pareció perfecto.

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