6 oct 2010

Lindus Extremus

Al enfrentarnos a una chica muy pero muy linda, los hombres somos victimas de un fenómeno extraño. Y no, no me refiero a la tan mencionada “intimidación” que sufrimos, que lleva a que muchas veces a la mina linda no se la encare nadie, por pensar que no se esta a la altura de tamaña tanqueta austro-húngara.
Se trata de otro fenómeno más curioso aún: los hombres somos incapaces de ver más allá de la belleza de una mujer linda. En otras palabras, si una mujer linda comienza a estornudar sin control, nosotros no vemos a una chica a punto de refríanse, vemos a una mina que esta buena. Si nos cruzamos con una chica linda que esta totalmente en pedo y va puteando a los gritos, no vemos a una borracha vulgar, vemos a una mina que esta para montarla hasta la selva misionera… y así podríamos seguir con mil ejemplos.
Raras veces logramos superar este problema. Mi historia con Marcela empezó con una excepción de esas.

Eran las 4.30 de la mañana y me acuerdo que era una noche bastante fría para ser primavera. Yo estaba estaqueado en la parada del 109, puteándolo internamente porque iban más de 45 minutos y no daba indicios de querer aparecer.
Mientras terminaba de decidir que si no venía dentro de 10 me tomaba un taxi y mandaba todo a la mierda, se me ocurrió girar la cabeza. Fue entonces cuando vi atrás mío a una chica vestida de forma reveladora y temblando de frío. Y ahí paso lo impensado: no sé si fue el frío, el cansancio, los siete fernets que tenía encima o la combinación de todo eso, el tema es que en lugar de ver a una bestia puesta en ese momento y en ese lugar solamente para deleitar mi vista, vi a una pobre flaca tan cagada de frío como yo.

Marian
Disculpa que te joda. Vos hasta dónde vas?

Chica
Me bajo justo cuando dobla en San Martín. Por?

Marian
Por qué yo voy para ese lado, y como en bondi no viene pensaba tomarme un taxi. Si querés podemos compartir.

Chica
No gracias.

Marian
Ok

Demás está decir que el bondi no apareció, así que quince minutos después paré un taxi. Me acerque a la puerta abrí y justo antes de subirme le di una oportunidad más. Cagada de frío como estaba ensayo un gesto de “ma’ si, ya fue” y se subió conmigo.
Mi memoria frágil y mi estado etílico de esa noche me impiden dar muchos detalles de lo que se habló durante el viaje. Lo importante es que, al parecer, le caí bastante bien, por lo que llegue a mi casa con una dirección de mail en el bolsillo.

Me levanté al día siguiente casi sin resaca (grande fernet!!) y, recordando vagamente lo que había pasado la noche anterior, busqué el papelito con el mail anotado.
Como buen barón que sabe medir los tiempos, la agregué recién esa noche, y le hablé recién dos días después. Charlamos un buen rato hasta que la convencí de sacar la foto que tenía de un labrador y poner una suya. Cuando apareció el cambio pensé por un instante que me estaba jodiendo, y que había puesto una foto sacada de la revista gente o algo así. Mirando mejor me di cuenta de que era ella.

A los pajeros que andan por al Internet les digo que lamento decepcionarlos, pero no voy a poner fotos y no voy a hacer una descripción muy detallada. Solo voy a agregar esto: vieron que hay mujeres que están para aplaudir de pie? Bueno, esta estaba para aullarle a la luna colgado del alambrado de La Bombonera
Hecha esta aclaración sigo con la historia…

Ahora que sabía lo buena que estaba, volvía a correr con desventaja. Sin embargo, el MSN es una herramienta ideal para estas cosas, ya que permite hablarle a las minas como esa y ficharlas de arriba abajo al mismo tiempo, sin que nos preocupe quedar como pajeros.
Al rato de charla me enteré que se llamaba Marcela y que venía de un despecho, y eso era otro punto a favor. Así como el flash de un boliche reduce la brecha entre los que bailan bien y los que bailan mal, el despecho baja el autoestima de la gente hermosa, poniéndolos más al alcance de las personas comunes y corrientes.

Para el momento que decidimos vernos la había ablandado tanto por internet que ya no corría serios riesgos. Sin embargo me produje largamente, tratando de cubrir cada uno de mis defectos, como si quisiera hacerme digno de la chica que iba a ver.
Ella cayó arreglada de manera aparentemente casual y hecha una diosa absoluta. Gané fácil y bastante rápido, pero una vez que empezamos a salir seguido aparecieron los problemas.

El primero, obvio, es el complejo de inferioridad. Hasta hoy no entiendo como una mina como esa pudo estar con alguien como yo. Repito, no soy feo, pero conozco cuando alguien está fuera de mi nivel y Marcela lo estaba.
Me acuerdo que después de hacer el amor me quedaba mirando el techo preguntándome durante horas como carajo había pasado lo que acababa de pasar, mientras ella dormía plácidamente, con sus pelos rubios y su cara perfecta apoyados en mi pecho.

Esto derivo en los celos. Cada flaco que pasaba por la calle y que, a mi parecer, era más fachero que yo, era una potencial amenaza. Para los dos meses me molestaba salir con ella a cualquier lugar, porque sabía que cuando venía le iban a mirar las tetas, y cuando se iba le iban a mirar del orto. De eso estaba seguro, porque si yo me cruzo con una mina que viene bien de los dos lados es exactamente lo que haría.

Lo más desgastante de todo fue el aprovechamiento. Sabía que era más linda que yo y empezó a portarse como si me estuviera haciendo un favor al estar conmigo, usando esa diferencia como excusa para que le cumpliera todos sus caprichos.
Y yo era incapaz de hacer algo al respecto. Para esa altura yo ya la había puesto en el pedestal más alto que tengo en mi cabeza, justo al lado del Enzo (Francescoli). La única esperanza que tenía para acabar con ese sufrimiento tan dulce era que ella cortara conmigo. Y poco antes de fin de año, después de tres meses y medio de salir, lo hizo. Su despecho había terminado y eso agrandó muy visiblemente la brecha entre nosotros, mi mentira ya no podía sostenerse más

Poco después de un año me la crucé en una fiesta. Iba del brazo de un tipo no mucho más lindo que yo, que miraba a su alrededor con nerviosismo a cuanto hombre se le cruzaba. Hablamos un rato y me contó que salía con Carlos desde hace seis meses, y que estaba muy contenta porque para noviembre se casaban y de luna de miel la iba a llevar a un crucero.
Me alegré sinceramente por ella y la escuché sonriente. Marcela había encontrado a su otra mitad: un tipo con guita que le cumpliera todos sus caprichos. Ya los podía ver dentro de unos años, ella exprimiéndolo económicamente, y él sexualmente, mientras se iban cansado de a poco el uno del otro.

Poco después de despedirla se me ocurrió que no sonreía porque estaba alegre por ella, sino que estaba alegre por mí.
De alguna manera, me había salvado de convertirme en Carlos

PD: Se que parece un poco un esteriotipo, pero en Marcela se cumplían realmente esas tres condiciones: hermosa y superficial. Nunca llegué a saber si era hueca o no porque, en ese sentido, fui incapaz de ver más allá de su belleza.   




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