2 nov 2011

El Santo Grial (Parte I)

El mundo está plagado de frases hechas, que se transmiten como leyes coherentes y lógicas, que nadie en su puta vida puede comprobar. Ojo, no digo que no haya grandes verdades… pero todo eso de comer sandía con vino y de esperar dos horas para meterse al agua después de comer, ya suena a cuento de abuela.
Ahora, el sexo no es la excepción en tema de leyes y dichos populares. Tenes desde la famosa regla de la L – aclaro para los despistados: la regla dice que los petizos la tienen más larga- hasta el famoso rumor de que el sexo con gordas es mejor, técnicamente porque le ponen más onda.

Entre todos esos, hay uno que se suele escuchar a nivel internacional: Las que se la dan de santitas y calladitas son las “peores”. (Palabra clave: peores, porque otra ley tácita asegura que, por alguna razón, en el sexo “peor” significa “mejor”, “no” significa “si” y “auxilio oficial” significa “subite los pantalones y corre”).
Yo pude poner aprueba esta regla el día que conocí a María Belén.

Aunque suene redundante después de darles el nombre, lo voy a decir; Belén era hiper-religiosa. Venía de una familia de siete hermanos, de los cuales cuatro habían sido monaguillos. Bautizada, comulgada, confirmada y confesada una vez por semana después de la misa del domingo, a la cual no faltaba jamás ningún miembro de la familiar.
Del otro lado estaba yo. Católico por herencia, bautizado por insistencia de la abuela; comulgado de pedo y porque mis hermanas lo habían hecho antes que yo; y, por ese entonces, sin pisar una iglesia desde el bautismo de último primo, nacido cinco años antes. Obviamente que de confesarse ni hablar.

Entonces ¿Cómo mierda me fui a meter con una cuasi monja? Yo, que cuando me explicaron el milagro de la virgen María le pregunté a mi catequista si era como el caso de una amiga mi primo, que quedó embarazada sin que se la metan porque el flaco se fue en seco y la salpicó.
Bueno, con respecto a esto una pequeña advertencia. A los nueve años tenía mucha memoria y había escuchado a mis primos mayores hablar del tema. No sabía que significaban la mitad de las palabras y simplemente repetía como un loro, pero a las flacas no les importó y reaccionaron para el carajo. De ahí lo de “comulgado de pedo” que decía antes.

Volviendo. La respuesta a lo anterior es simple: música. En esa época yo tenía 23 años bastante nuevos, laburaba, estaba rindiendo las últimas materias y todos los sábados me juntaba a tocar con unos flacos. Con el correr de los ensayos empezamos a sentir que la sala nos quedaba chica y nos dieron ganas de tocar delante de gente. El turco (bajista de la vieja escuela) comentó que su tía estaba muy metida en la organización de una fiesta en la parroquia del barrio y sabía que estaban buscando bandas para que toquen.  
A todos nos pareció copado. Era una oportunidad de tocar gratis, sin presiones y los temas que estábamos haciendo eran bastante neutrales en el tema religioso… o sea que no íbamos a tener problemas.
Y de esa forma termine yendo a la kermese de la iglesia ese sábado a la tarde. Honestamente, entre los nervios de tocar y todo eso, no noté a Belén en ningún momento, a pesar de que había estado ahí todo el tiempo, vendiendo tortas y café.

Recién cuando íbamos por el cuarto tema me di cuenta. Una chica que no dejaba de mirarme y hacía contacto visual conmigo cada vez que podía. Era flaca, morocha, de ojos claros, con un vestido blanco y abotonado casi hasta el cuello.
Al principio creí que era una impresión mía, no me sonaba una de esas minitas de iglesia tirandome onda.  Pero mientras desarmábamos, me di cuenta que estaba pasando de verdad.

Turco
Chabón, la morochita esa que vende bizcochuelos no dejaba de mirarte

Marian
Si, ¿no? Me pareció

Turco
Y bueno, dale para delante

Marian
No sé, tiene pinta de ser re monja

Turco
Puede ser. Pero sabes que dicen de las santitas…

No necesitó mucho más para convencerme. Me acerqué, saludé y nos pusimos a charlar. Me enteré que se llamaba Belén y tenía 22 años. Hablamos un rato, la conversación fue media rara. Ella era muy tímida, hablaba bajito y a veces ni cerraba las frases del todo.
Al final le pedí su número y, oh sorpresa, no tenía celular. Año 2004, mujer de 22 años SIN CELULAR. Me dio el número de su casa.

Sigue en El Santo Grial (Parte II)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario