21 jun 2011

Sugus de Menta

Aunque no quieran aceptarlo todos los grupos de mujeres tienen una jerarquía. Se ordenan por actitud, estilo y, para la mirada masculina, belleza. Entonces, como es lógico, en la base de ese tótem maquillado y perfumado encontramos a “la fea del grupo”.

Todo grupo que se jacte de ser tal tiene a una de las chicas que es implícitamente declarada la fea, volviéndose el caso de caridad de todas las demás. A veces la diferencia puede ser sútil, a veces no, incluso muchas veces la chica no es fea en sí, pero por algún azar del destino (o por comparación) esta en el fin de la cadena alimenticia de ese grupo.  En otras palabras, cuando van a un boliche por lo general los pibes encaran primero a sus amigas.
No son perdedoras, ni mala onda, ni marginadas, simplemente ocupan el último orejón del tarro. Son algo así como el sugus de menta: a nadie le gusta demasiado, pero sin embargo siempre alguno se lo come y, comúnmente, es el último en ser comido, casi por descarte diríamos.

Y para las que leyeron el anterior párrafo y ya me tildaron de “superficial hijo de puta” sepan que no es una cosa mía. Es algo que pasa de verdad, lo vi, e incluso lo viví a la tierna edad de 17 años, una noche que dije “ya fue” y me comí un sugus de menta.

Todo empezó  un día de Julio en el cumpleaños de una amiga mía. En esa época yo estaba saliendo con Clara, por lo que estaba feliz y rebosante de autoestima… o sea flotando en una nube de pedo marca Lamborgini.
Llegamos a la casa de Ariel (si si mi amiga se llama como La Sirenita) y nos presentó a sus amigas. Fiel a mí en ese momento no retuve ni un nombre, pero como buen ser con bolas hice un rápido scan: le das, le das, zafa.
La noche paso entre boludeos, chistes y charlas al pedo. A lo largo de la noche noté que “zafa” me miraba bastante, pero supuse que era mi ego temporalmente inflado que se estaba alimentando a sí mismo.
15 minutos después llegó la confirmación. No se de que pavada hablaban y yo tiré un chiste malo, no malo, horrendo, si no hubieran sido mis amigos probablemente me habrían desterrado de la fiesta o colgado boca abajo de la baranda del balcón mientras me escupían por haberles arruinado de tal manera la noche. Entonces en el silencio que precede a las miradas acusadoras que dejan leer un “que chiste de mierda que acabas de hacer” se escuchó una risa fuerte, estridente y muy pero muy sobreactuada. Era de “zafa”.
Para el final de la noche varias personas, incluidas amigas mujeres, señalaron que ella estaba claramente atrás mío. Pero yo estaba en la mía.

Dos meses después “la mía” estaba más rota que la carrera de Val Kilmer. Clara me había dejado cuando la cosa empezaba a marchar sobre ruedas y mi autoestima paso de “globo de piñata” a “forro tulipán pinchado y tirado sin usar”.
Ese fin de semana salimos de vuelta con Ariel, que justo había decidido traer a sus amigas. Promediando la noche, mientras ensayaba unas contorsiones doloras de hacer y aún más dolorosas de ver (a las que yo llamo “bailar”) Ariel se me acercó y me toco el hombro. Me agache para igualar su metro y medio y, con voz cómplice, me dijo al oído.

Ariel
Boludo… Erika está re atrás tuyo

Marian
¿Quién?

Ariel
¡Erika!

Respondió ella mientras señalaba a “zafa”, que bailaba a unos metros nuestros mirándonos sin mirar.
Pensé unos minutos y al final decidí que “ya fue”. Me la iba a comer, aunque sea para levantar un poco el ánimo esa noche. Así que me acerque, bailamos un rato, le dije dos frases más o menos simpáticas y listo, le estampé un beso. Terminada la noche la despedí confiado de que nunca más iba a pasar nada.
Obviamente estaba equivocado. Ciego como estaba (o boludo como soy tal vez?) no vi que Erika era la base del tótem y que Ariel me había usado para cumplir con su acto de caridad. Y, como buen sugus de menta, una vez que te lo comiste el aliento y el sabor a fresco te duran, aunque no lo quieras.

No puedo acusar a Erika de pesada, porque realmente la pobre no lo era. Sin embargo tenía grupos de presión que trabajaban por ella. Eran como los gordos con olor a choripan y vino tinto que reclutan gente para los actos políticos, sólo que en lugar de ser unos tipos con dudosos antecedentes penales y una cara que mete miedo, eran tres pibas de Paternal con muchas ganas de romper las pelotas!!.
Así sufrí dos largas semanas de campaña, con sloganes como “¿Querés que te pase el teléfono de Erika?” “Mira que Erika espera que la llames” “¿Ya llamaste a Erika”. Rápidamente Ariel se volvió como mi vieja cuando quería que me fuera a cortar el pelo y lo peor que recibía apoyo de mis otras amigas, que parecían hacerse eco de la movida solidaria que tenía como fin encajarme una piba con la que yo no tenía ganas de estar.

Sin embargo termine por llamarla y salimos un par de veces. Las razones fueron claras: por un lado el despecho y por el otro la posibilidad de sexo, que por esa época de mi vida no abundaba, demás está decir que tampoco fue algo que abundara a lo largo de nuestras salidas, es más, brilló por su ausencia.
De todas formas eso no me molestó tanto como sino la constante sensación de ser observado. Salía del colegio y no podía mirarle el culo a una mina que pasaba por la calle sin encontrarme con la mirada reprobatoria de las chicas que ocupaban estratos más altos en el tótem, siempre cuidando de su pobre amiga.
El clímax llegó una noche en un boliche, en la que estábamos todos, incluida Erika. Yo volvía del baño y me encontré con una amiga de varios años, la salude con toda inocencia y nos pusimos a hablar. Creo que me estaba contando en que andaba su hermano – remarco lo inofensivo del tema- cuando levanté la cabeza y me encontré con la mirada reprobatoria de Cinthia, casi la punta de la pirámide en la belleza del grupo (o al menos ella se comportaba como si creyera eso), poniéndome la cara que pondría mi viejo si me encontrara con la nariz enterrada en un kilo de merca, o en pleno robo de un auto o –todavía más grave para él- usando una camiseta de Boca.  Y lo peor de todo fue que en ese instante realmente me sentí mal, sentí que estaba haciendo algo incorrecto, que estaba cometiendo una traición… y honestamente ¿Por qué carajo me tendría que sentir así por estar hablando con una amiga, que encima la conocía mucho antes de conocerla a Erika y a todo ese grupo de carceleras?

Esa noche me tragué el garrón, pero ya no tuvo gusto a menta, sino un gusto amargo. Y para colmo sentía que la chica en cuestión no merecía que rompiera con ella, ella no estaba haciendo nada malo después de todo.  
Así que decidí cortar por lo sano. Encaré a las amigas de Erika –Ariel incluida- y les dije que me dejaran de hinchar las pelotas, que su amiga era grande y que se podía cuidar sola, que cualquier cosa que pasara entre ella y yo era entre ella y yo. Esa noche me fui a dormir sintiéndome hiper maduro, pensando que había hablado bien claro y con razón.

Claro que no contaba que las fuerzas de influencia de tótem funcionan en varias direcciones. Al viernes siguiente se juntaron a hacer noche de chicas. Ese mismo sábado nos vimos y Erika cortó la relación, asegurándome que no era el chico que ella pensaba. Era obvio que las amigas le habían llenado la cabeza, pero la verdad –y a riesgo de sonar algo forro- no era una relación por la que me interesara pelear.

Y así termino una relación corta en intrascendente,  que no tardaría en olvidar. Pensé que, después de todo, había tenido suerte. Mi primera relación por despecho había pasado sin armar mucho quilombo y sin joderle la vida a nadie, como muchas veces pueden hacer ese tipo de relaciones.
Como todo sugus de menta duró poco y el raro sabor de boca se disolvió solo con el paso del tiempo, yéndose en silencio y sin dejar heridas ni caries.

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